Museo de Arte Colonial llegó a su medio siglo como una de las instituciones culturales más distintivas de Sancti Spíritus
Pensar a mediados del siglo XVIII en Sancti Spíritus en edificar una casa de dos plantas quizá fue uno de los grandes titulares de la época. Para algunos era locura o capricho de quienes tenían tanto dinero que no sabían en qué invertir; para otros, un reto que marcaría estilo en una urbe que precisaba aires renovadores y los demás se sentaron a esperar si las paredes serían capaces de soportar el prometedor lujo.
Los terrenos se marcaron encima de una pequeña elevación cerca de las márgenes del emblemático río Yayabo, escoltada por otras tres joyas: el Puente, el Teatro Principal y la Iglesia Parroquial Mayor.
La familia Valle Iznaga, tan acaudalada como su propio lema: El que más vale no vale tanto como Valle vale, asumió el costo de la casona de dos plantas y con un centenar de puertas y ventanas.
En su interior se acomodaron las más suntuosas vajillas y objetos decorativos de ese contexto; los sueños y desilusiones de varias generaciones de sus dueños, por lo que diversas leyendas conviven entre sus paredes.
Entre ellas, la más conocida está relacionada con el piano que permanece en la sala de música y que llegó allí cargado en los hombros de un puñado de esclavos desde el puerto de Casilda, en Trinidad, y jamás fue tocado por la señorita de la casa.
También se conservan un frasco de perfume, regalado a los reyes, grabados suizos del famoso holandés Leopoldo Luis Robert, mamparas, vitrales y porcelanas elaboradas por prestigiosas fábricas de Europa.
Suficientes razones para que la elegante joya arquitectónica espirituana sea un sitio de obligada consulta cuando se desea descubrir el pasado de esta nación. Pretexto perfecto para que el 10 de octubre de 1967 abriera sus puertas convertida, desde entonces, en el Museo de Arte Colonial de Sancti Spíritus.
RECORRER LA HISTORIA
Mucho antes de esa acertada decisión, en el siglo XIX, la fastuosa mansión sufrió significativos cambios visuales al renovarse la ebanistería, la carpintería y los trabajos en hierro fundido, con lo cual se logró gran variedad en el diseño de sus rejas y balcones.
Con solo traspasar el umbral de la vivienda, ubicada en la calle Plácido No. 74, se disfruta de un ambiente armonizado por muebles de tipo medallón, trabajados con maderas preciosas cubanas (cedro y caoba), exponentes de las artes decorativas de variadas manufacturas Sévres, Limonges, Sarregueminez, Maissen, Dresden, Capodimonte y Mintons, entre otras.
Admirables resultan las voluminosas consolas Napoleón III laminadas en oro y estilizadas lámparas francesas de cristal de baccarat, así como colecciones finísimas de abanicos y bomboneras.
Mientras los dormitorios, ambientados según quienes reposaban en ellos (matrimonio o señorita de la casa), exhiben lencería fina, excelentes ejemplares del trabajo manual; diversidad de útiles para la iluminación: apliques, candelabros, quinqués y juegos de aseo.
Y como toda vivienda añeja y suntuosa, deja espacio para el salón que permitió disfrutar de un té, en consonancia con una costumbre de entonces. Dibujada por el ambiente Art Noveau, refleja el comienzo del siglo XX, enriquecido con ilustraciones de modas francesas y óleo con escudo familiar donde un juego de palabras resalta la opulencia de la aristocracia de la época.
Apenas a escasos metros descansa un amplio comedor, donde persisten armarios que resguardan copas de cristal, jarras de biscuit, licoreras Delf, juegos de té y café de diferentes procedencias. En el centro del comedor, una mesa central plegable montada para seis comensales y acompañada con cubiertos de plata con vajilla inglesa que desnuda en cada una de sus piezas una escena de la historia de América.
Otro de los “platos fuertes” es el área de su otrora cocina, donde la mano esclava parece viva. Estelladora, pilón, anafre y otros utensilios propios de ese espacio en barro y bronce confirman que en la casona de las 100 puertas se conservan una de las colecciones arqueológicas domésticas coloniales más ricas y variadas de la isla.
Para completar el recorrido por el opulento inmueble resulta necesario disfrutar de la brisa que se cuela en sus dos grandes espacios al aire libre. En uno permanece una sencilla fuente y la tarja que perpetúa la historia de la familia, mientras el otro acoge a los visitantes en galerías, colgadizos y cochera.
AL ABRIR 100 PUERTAS
Pero el Museo de Arte Colonial no se ha quedado en la inmovilidad de muchas de las instituciones con su mismo objeto social. Entre sus más populares encuentros con la comunidad está el popular proyecto La noche de la fuente, auspiciado por la filial espirituana de la Sociedad Cultural José Martí; la realización de cursos de verano, concursos y galería transitoria de obras de artistas de la plástica actual, así como la iniciativa de sacar algunos de sus exponentes y visitar comunidades más alejadas de su entorno para, de esa forma, enamorar a quienes nunca han apostado por recorrer sus salones.
Son estas razones suficientes para que, además de los valores patrimoniales que atesora el inmueble, hoy el Museo de Arte Colonial cumpla 50 años de vida como verdadera joya de la cultura espirituana.
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