Aunque allí hablarán por mucho tiempo del huracán que tronó como locomotora andando, arrancó casas y destechó instituciones, ahora el empeño es reconstruir y dar cobija a los afectados
Cuando los vientos se cansaron de soplar sin tregua durante día y pico, las aguas siguieron cayendo sobre Venegas, otrora municipio y hoy Consejo Popular de Yaguajay. Entonces empezó la verdadera faena para Faustino González, jefe del Puesto de Dirección del Consejo de Defensa y delegado —por tercer mandato— de la circunscripción No. 87. Desde la hora en punto en que tomó posición en el Consultorio Médico de La Dalia, barrio donde lo mismo se ve un caballo que un auto moderno al lado de una casa, al guajiro no han vuelto a verle el pelo en la fábrica de queso Mérida.
Faustino, quien funge como secretario del núcleo del Partido en dicha industria, se vio al borde del ahogamiento al desplazarse hasta Pueblo Nuevo, día y noche, por trillos que parecían playas. El agua le daba a la cintura e, incluso, lo halaba, pero se detenía en cada casa de placa a “recibir información de la gente”.
La Dalia, lugar al que indistintamente llaman La Guanaja, sufrió 10 de los 32 derrumbes totales de viviendas en Venegas y agrupa, por tanto, a muchos de los 589 damnificados que habían sido cuantificados en el Consejo Popular. Si te asomas a su realidad con mente y corazón abiertos, puedes palpar el esfuerzo de personas que se afanaron en recoger todo lo que servía de sus casas derrumbadas para armar, pedazo a pedazo, lo que formalmente se llama facilidades temporales. Elogias incluso la buena terminación de algunas de esas construcciones, donde hasta los pisos han sido arrancados a golpe de barretas para recolocarlos, por partes unidas con cemento, entre las paredes nuevas.
Cerca de la casa destruida de Juana María están, íntegras, la tienda y la placita, de donde se surtió el vecindario en los días que siguieron al temporal. “Hubo papas, boniatos, galletas, embutido, huevos…”, apuntan los dependientes. Y reluce, como si fuese nueva, la farmacia, que sufrió daños considerables en su techo, luego de que los medicamentos fuesen vendidos en casa de la boticaria.
LA ESTACIÓN FERROVIARIA QUE DEFENDIÓ CAMILO
“El ruido de una locomotora andando, pero estable, estable, estable, eso no aflojó ni un instante”, así describe el presidente del Consejo Popular de Venegas, Israel Pérez Castro (más conocido como Katanga), la percepción acústica del huracán en su tránsito por allí. “Yo digo que pasó alto, porque las casas de tejas ni las tocó”, precisa. Un padecimiento urológico le obstaculizaba el desplazamiento, mas no le había impedido estar al tanto de todo y hasta montar en su propia casa otro puesto de dirección.
“Aquí no se podía caminar del agua y antes había estado seco en polvo, por primera vez en la historia. Ya hasta el río Jusepe fluye”, narra. Luego nos insta a reparar en la estación ferroviaria que frente a su casa, pero a la derecha, exhibe estructuras metálicas empinadas hacia el cielo dentro de un local desprovisto de techo. “Es la misma estación que Camilo Cienfuegos no dejó destruir el 31 de octubre de 1958, cuando la niña que vivía bajo ese propio techo le pidió que no quemaran su casa. Hace poco la habían remozado”, explica Katanga.
Allí estaban todos los materiales desde hacía más de 15 días. “El ferrocarril lo tiene convenido con una empresa constructora que está trabajando en el municipio, han dicho que en los próximos días entran. Lo que más me duele son los niños de secundaria que viajan desde Perea, suman 100 y se mojan casi todas las tardes”, advertía Israel el pasado día 24.
En el corazón de Venegas se afectaron numerosos centros estatales. Sin techo estaban también aquella mañana la tienda, el bar La Campana, el Mercadito de la esquina y el Registro Civil. Otras instituciones de la Gastronomía habían remendado sus cubiertas de guano con pencas de palma.
“No hemos mirado hora ni estado del tiempo para repartir los materiales y recursos que se han ido recibiendo”, acota Rodolfo Rojas, el presidente de la Zona de Defensa, y apunta que si algo se necesita allí para concluir las obras iniciadas es madera rolliza. Pero faltan también persianas, tejas francesas y criollas, ladrillos.
LA EMPRESA PECUARIA EXTIENDE LA MANO
Con sus instalaciones productivas en plena zona afectada, la Empresa Pecuaria Venegas se sintió los golpes del fenómeno meteorológico. Juan Manuel Meneses, su director, sostiene que los mayores daños recayeron en los techos de las vaquerías y las cercas perimetrales de acuartonamiento. Varios molinos de viento quedaron inservibles, pero se rehabilitarán, asegura.
Lo otro es cosa sabida: Irma arrasó con las plantaciones de plátano, boniato y yuca; tumbó aguacates y frutos al por mayor y, por si fuera poco, causó estragos a las viviendas de más de 80 trabajadores. No obstante, asumían total o parcialmente la construcción de facilidades temporales de esos y otros damnificados.
La esperanza de quienes habitan en Venegas se me antoja del color verde del Hiunday en el que Liandy, el chofer, nos conduce de vuelta. Poso mis buenos deseos en las familias visitadas y pienso en el viejo Darias, que en momentos de lucidez reclama el retorno al hogar, prácticamente listo.
Pienso, por último, en Martín Castillo, trabajador de Suministros Agropecuarios y uno de los nueve damnificados que en Venegas renunciaron a la facilidad temporal. “Mi mamá me prestó la casa hasta que resolviera, otros la necesitan más ahora; yo sé que la Revolución no nos va a fallar”, me explicó aquel día frente a su casa en ruinas.
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