Así se confiesa María Josefa Suárez Orozco, ícono de la lucha clandestina en la ciudad de Sancti Spíritus y retaguardia segura para los combatientes del Directorio Revolucionario 13 de Marzo en el Escambray
Cuentan, y no unas letras frías de un libro de Historia o una producción cinematográfica del género de ficción, que la espirituana María Josefa Suárez Orozco burlaba como nadie a la guardia batistiana que oteaba cualquier ascenso en los estribos del macizo de Guamuhaya. Pero la mejor de aquellas escenas sucedió al frente de unos cuantos ojos. Por eso no es una leyenda o exageraciones trastocadas por el paso de una generación a otra.
Eran los últimos meses del año 1958. Apenas la máquina de alquiler había enderezado una de las primeras curvas de la carretera a Trinidad y unos cuantos guardias boicotearon su paso. Con verbo apurado hicieron bajar a cada una de las personas y comenzó lo desagradable.
La orden se sabía de memoria: revisar hasta los dientes y lo que oliera a enemigo seguía para el cuartel, con suerte, o perecía in situ.
Apenas un murmullo se dejó escapar entre quienes con temor descendieron del auto. De inmediato, los bultos se desinflaron y unos cuantos trastes volaron por encima de la vía.
María Josefa solo miraba. En sus manos portaba un neceser que al ser arrebatado encontró resistencia.
“Si es necesario, ábralo, pero me daría mucha pena que viera mi ropa interior sucia y una almohadilla sanitaria”, dijo con tímidos ojos.
Un escaneo visual casi desnudó a la joven vestida con ropa fina y zapatos caros. El oficial imitó una mueca de desgano y soltó con desdén una orden de aprobación con su mano derecha.
Ella cerró los ojos en señal de agradecimiento. En sus adentros sonrió. Apretó con sus dos manos el neceser, donde resguardaba una pistola 45 y ejemplares del periódico Escambray, órgano del Directorio Revolucionario 13 de Marzo (DR-13-M) en la otrora provincia de Las Villas. A las pocas horas, Suárez Orozco y su equipaje toparon con un intrincado paraje, donde las fuerzas rebeldes les esperaban.
“Podía cumplir con la misión de llevar y traer, fundamentalmente, mensajes memorizados porque conocía como la palma de mi mano la zona. Me arreglaba bien, como si fuera turista y quizá los enredaba por mi facilidad de palabras”, cuenta con una voz sacudida por sus 87 años.
¿Por qué arriesgar la vida?
La situación del país era muy difícil. Había que derrocar tanta injusticia y atropello. Esa fue la causa principal por la que nació el Directorio, que junto con el Movimiento 26 de Julio encabezó la lucha en Sancti Spíritus en esa etapa. Poco a poco, pusimos patas arriba, muchas veces, nuestra ciudad.
¿Y cómo una mujer pudo acomodarse en un movimiento masculino?
Costó trabajo, aunque existió siempre disposición a que estuviéramos. Por ejemplo, en mi casa éramos tres hermanas y mi madre. Allí se hacían muchas actividades por lo que llegó a ser el Cuartel del DR-13-M en el llano. Creo que con nuestro ejemplo demostramos que no importaba el sexo para apoyar un movimiento político.
Toma aire y abraza al libro Palacio presidencial. Una acción sin retirada, de Miriam Zito Valdés, un regalo que no suelta ni para dormir. Tal vez, busca en sus páginas lo que la memoria se obstinó en borrar, a pesar de la oscuridad que se acomodó en sus ojos. Unos segundos más, asiente con la cabeza y el diálogo se reanuda.
Si la situación era tan hostil, ¿cómo pudieron hacer de su casa el principal centro del DR-13-M en el llano espirituano?
Fue espontáneo. Aprovechamos la tradición de lucha que siempre existió en Sancti Spíritus para fortalecernos. Recuerdo que en nuestra casa, ubicada muy cerca de la Sociedad Yayabo Tennis Club, hicimos una ventana que la tapábamos con un mimbre y cuando se armaba algún corre corre porque la policía venía a revisar, todo el mundo salía huyendo por ahí. Fueron unos cuantos los sustos, pero había que echar para alante hasta el triunfo. De eso nadie tenía dudas.
¿Qué pasaba cuando ocurría una traición?
Era algo muy triste porque, muchas veces, sufrimos la pérdida de varias vidas. Para evitar esas cosas se compartimentaba la información. Cada quien sabía solo lo que le tocaba. La justicia revolucionaria se encargó de gran parte de quienes por múltiples razones se fueron de lengua. A esta hora no es fácil cuestionar porque, a veces, se hacía casi imposible aguantar la tortura o las intimidaciones que te hacían con la familia. Todas las personas no tenemos el mismo nivel de aguante tanto físico como psicológico.
¿Alguna vez sintió miedo?
Quien diga que no sintió miedo te está engañando. Había mucho odio para con quienes enfrentábamos la tiranía. La falta de escrúpulos era muy grande. Cuando te cogían, aunque estuvieras fuera del movimiento revolucionario, no sabías, ni tan siquiera, si podías salir con vida.
Tomando una y otra palabra con las manos, la octogenaria espirituana María Josefa intenta no dejar escapar las anécdotas que borrosas se resguardan en su memoria. Relata las veces que simuló enamorar con algún compañero de causa frente a los sitios más visitados por los Mirabales —notorios asesinos— para emboscarlos. También recuerda los días en que en el Instituto de Segunda Enseñanza —hoy escuela primaria Julio Antonio Mella de la ciudad del Yayabo—, donde se graduó como primer expediente, se cocinaban muchas de las acciones del DR-13-M. Insiste en el esfuerzo que significó confeccionar en su propia casa cada página del Escambray para que contara la verdadera historia que se hacía en Cuba en los últimos años de la pasada década de los 50.
“Hablar a la luz de tantos años puede parecer que todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Pero viví cada día como si fuera el último”…
Un silencio extenso interrumpe otra vez el diálogo. Los dedos de su mano derecha aprietan la punta del brazo de la butaca, esquinada en la saleta de la casa, del seductor municipio capitalino de Playa. Regresa otra vez al pasado y sonríe.
“La policía no era boba. El 22 de octubre de 1958 me cogieron presa, junto a mi hermana. Ya nuestros nombres estaban quemados. Nos llevaron para Santa Clara. Ahí sí la cosa se puso fea. Sufrimos demasiado, pero no nos pudieron sacar nada. La suerte fue que el oficial que nos cuidaba se unió a nosotras y mediante él recibíamos información de afuera. También sobrevivimos gracias a otra presa que gritaba como loca para reclamar cuando nos dejaban sin comida por muchos días”, narra con picardía.
Pero María Josefa no imaginó tras las rejas cómo sería su salida de ese oscuro lugar. Bajo la balacera que hostigaba los alrededores de la prisión, el mismísimo 31 de diciembre de 1958 tuvieron que escapar ambas espirituanas. Sus conocimientos y preparación les facilitaron la huída.
Corrieron con sincronización, al ritmo de la ametralladora calibre 50 que enfilaba su cañón con cizaña a las posiciones del Ejército Rebelde. En los pequeños impasses de la bestial arma, levantaron pie en polvorosa hasta llegar a las fuerzas amigas y, sin perder tiempo, se incorporaron a la Batalla de Santa Clara.
¿Cómo recibió la noticia del triunfo revolucionario?
“Imagínate la euforia. Era el objetivo principal de nuestras vidas. Había pasado mucho tiempo y ya no podíamos dilatarlo más”.
¿Feliz por lo que luchó?
“Estoy satisfecha por lo que hice y sigo luchando por encontrar la verdad”.
Luego de enero de 1959, María Josefa Suárez Orozco y el resto de su familia asumieron diversas responsabilidades. Ella volvió a tomar en mano, por un tiempo, las tizas y borrador como profesora de Matemática-Física y, luego, representó a Cuba como diplomática en Viena.
¿Cómo ha sido para usted lidiar con una historia contada y protagonizada, en su mayoría, por hombres?
No ha sido fácil. La visión que predomina es la masculina, a pesar de que en todos los períodos estuvimos ahí, no detrás, sino al lado. Por suerte, no son pocas las mujeres que hoy están reconocidas en los libros para que no las olvidemos.
La experiencia obliga a ver la vida con más colores, ¿qué les aconseja a quienes aún no podemos disfrutar de esa posibilidad?
Hay que luchar con sentido unitario y lo que se obtenga de ello, sirva lo mismo al hombre que a la mujer.
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