El restablecimiento del servicio eléctrico constituye una de las acciones más esperadas por quienes fueron privados de esa conquista por el huracán Irma
El silencio lo ocupa todo. Ojos, ojos multiplicados no se separan de los hombres de gris y cascos amarillos. Unos, barreta en mano, terminan el hueco que el taladro no pudo concluir; otros fijan tornillos al poste enorme de madera.
Sudan, sudan al compás del trabajo que suma horas y horas y que sumará más; porque ellos saben que todo un mar de familias espera volver a ver la electricidad inundar cada hogar.
Se agotan sí, no son de hierro, pero el cafecito de manos de una vecina les multiplica energías; más tarde, de otro hogar, una merienda modesta pero sazonada con el inigualable néctar del corazón, de esa solidaridad que es luz y no sombras, que es verdad multiplicada, les reanima.
Y pasan los minutos; el poste va al hueco, se tensan los cables, se comprueba todo y una voz, desde el intercomunicador precisa: “todo listo”. Y de repente, la algarabía, el jolgorio, la alegría del vecindario.
Los rostros de los linieros irradian también de alegría, porque una vez más hacen el bien por el semejante.
Se hizo la luz. Y se hará, porque no hay sitios para las sombras ni las desesperanzas.
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