La eficacia en la labor de dirección, la vinculación de los cuadros con el pueblo y la atención a sus inquietudes constituyen necesidades inaplazables en este y otros territorios
La pelota picaba cada vez más en el terreno de quien menos lo esperaba. Por un momento pensé que la pregunta lanzada desde la plataforma del recinto requeriría de mi intervención. ¿Responden las entidades a las quejas de las personas que escriben al periódico?, había cuestionado Esteban Lazo Hernández, presidente del Parlamento cubano.
La máxima autoridad del órgano de Gobierno en la provincia asumió la interrogante y aludió al espacio fijo en nuestra publicación. Canales para pulsar la opinión pública al fin, las secciones de correspondencia de los órganos de prensa deben constituir prioridad para quienes dirigen, apuntaría después Tubal Páez, asesor del área de Comunicación de la Asamblea Nacional y expresidente de la Unión de Periodistas de Cuba.
Justamente esa, comunicación, fue la palabra de orden en el encuentro con directivos del Poder Popular y de entidades del territorio. Los dos temas esenciales: labor de los cuadros de dirección y atención a la ciudadanía, permearon los restantes tópicos. Pensé, mientras escuchaba los diálogos que entablaba Lazo con el auditorio, en cuánto falta por hacer en ambas direcciones para conseguir un gobierno —en el sentido más amplio de la palabra— con y para el pueblo, como el que nos enseñó Fidel a través del ejemplo.
¿Quién no ha conocido a (o de) personas habituadas a desdeñar al cubano común desde los cargos que ocupan?, ¿acaso no existen cuadros que “cercan” a sus subordinados, al punto de hacerlos abandonar el centro laboral, por no renunciar estos a sus posiciones?, ¿cómo impedir la corrupción de hombres y mujeres que antes fueron sancionados o relevados de sus responsabilidades, pero emergieron en alguna otra parte, como corchos?
En torno a asuntos de tal índole versaron las reflexiones del jefe del Parlamento cubano, que tuvo definiciones precisas para el trabajo con quienes ocupan cargos directivos. Habló de solo tres opciones: están en desarrollo y en condiciones de ser promovidos, van bien en lo que hacen o deben ser liberados por razones determinadas. Para la Revolución, apuntó, los cuadros resultan tan determinantes como la unidad.
Ojalá todos los decisores en este y los restantes territorios de Cuba actuaran en concordancia con los criterios del presidente de Gobierno en un municipio que aseguró exigir a su equipo ponerse en el lugar de las personas cuyas demandas atienden. Si tales posiciones fueran regla y no excepción, los reporteros hallaríamos menos resistencia cuando de abordar la realidad en todas sus aristas, fuentes mediante, se trata. Incluso, no encontraríamos a funcionarios que lejos de ver razón en la queja remitida al medio de comunicación la emprenden contra quien se dirige a nosotros, solo porque no pasó antes por sus oficinas.
En el reciente X Congreso de la UPEC no pocas miradas se posaron en el exceso de reuniones e informes, y en la escasez de acciones concretas para mejorar la realidad. Y no hablo solo de los controles tras los cuales “no cambia nada, porque no se les da seguimiento”, según se analizaba en el encuentro que dio pie a este comentario. Hablo, además, de los actos y las celebraciones que algunos cuadros anteponen al actuar de esas personas de carne y hueso que escriben nuestra historia.
Todo podría reducirse a una fórmula nada mágica, de aquellas que nos legó el Che: atender al palpitar y a la opinión de la gente. Para conseguirlo no se precisa ni de tantas estructuras ni de muchos papeles. Pero se necesita, eso sí, aguzar el oído cuando habla el ciudadano de a pie, el que no está encerrado en oficinas ni alejado de lo que sucede en las calles. Las visitas que ha estado realizando el Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, a los distintos territorios de la nación constituyen muestra elocuente de lo que se demanda hoy.
Por eso, como sugería Lazo, un asunto no termina cuando se le da por resuelto: hay que seguirlo, porque a veces el problema emerge debido a un procedimiento incorrecto a la hora de resolverlo. Por eso, también, su insistencia en la sintonía de las conciencias en la base, y en el interés real de cada persona que asume una responsabilidad en satisfacer las demandas y necesidades del pueblo. Si no se obra así, insistía, estaremos actuando en consecuencia con la voluntad de quienes quieren a una Cuba rendida por una crisis interna, derivada de las insuficiencias, las inconformidades y la penuria.
Cuando tengamos en cada cargo a la persona idónea —empeño complejo, debemos admitir—, seremos capaces de actuar eficazmente en el manejo de los fondos del Estado, traducido en ese presupuesto que a veces se dilapida por decisiones erróneas. La convivencia de los sectores estatal y privado obliga a mayor rigor en la gestión de bienes y servicios; ya hay “heridas” al erario público por no actuar en función del bien colectivo. Se trata, en suma, de dirigir de forma colegiada, pensando en el pueblo para servirle y no en el beneficio individual. Dicho en palabras de José Martí: “Con todos y para el bien de todos”.
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