El niño de nueve años de edad que viajaba por la Carretera Central, banda Jatibonico, rumbo a Puerta Colorada, Vega Grande, en uno de los carros de alquiler de la familia de Félix Díaz, a la que todos nombraban Los Abeles —por el nombre del hijo mayor de Díaz—, quedó petrificado cuando vio en La Cachurra, a unos 100 metros de la carretera, la silueta de un hombre colgado de un árbol, medio oculta entre el follaje.
Abel Díaz señaló con la diestra en esa dirección y musitó algo casi ininteligible mientras tragaba en seco. No dijo más, pero fue suficiente para que todos los pasajeros, vecinos de las sitierías aledañas de la Central, entendieran. El muchacho tardaría más en caer en cuenta…
Era el 26 de mayo de 1958, último año de la sangrienta tiranía de Fulgencio Batista, que a lo largo de 1957 había comenzado su orgía macabra, para tratar de ahogar en sangre la pujante Revolución dirigida desde la Sierra Maestra por el joven líder Fidel Castro, y el muerto se nombraba Armando Nolasco Luna Echemendía, natural de Banao, quien había sido asesinado en el cuartel de Sancti Spíritus y colgado en una arboleda próxima a la Central días antes de que su cuerpo fuera descubierto.
En la jurisdicción espirituana muchos recordaban con terror el crimen múltiple de La Llorona, entre Fomento y Cabaiguán, que dejó nueve muertes de jóvenes revolucionarios en agosto de 1957, seguido por otros asesinatos el propio año y en los primeros meses de 1958; sin embargo, la tóndola de la guadaña arreciaría su paso en la segunda mitad de ese, el último año de la dictadura proyanqui del hombre del tiro en el directo.
Se pueden poner múltiples ejemplos. Sirvan estos de muestra: el 16 de julio de 1958 detienen esbirros del régimen al luchador clandestino Víctor Ibarra de Castro, a quien torturan y asesinan en su propio calabozo al día siguiente. Pasadas 24 horas es detenido en Cabaiguán el joven revolucionario Luis Jesús Seijas Echemendía, cuyo cadáver apareció cuatro días después en la zona de Mataguá, Cienfuegos, donde de inicio se le consideró un difunto anónimo.
Entre los crímenes más notorios de 1958 en la región de Sancti Spíritus figura el cometido el 2 de septiembre en la sede el escuadrón 38 de la Guardia Rural en esta ciudad, cuando fueron capturados, torturados y ahogados en los bebederos de las caballerizas del cuartel los combatientes Nieves Morejón López, José Regino Sosa Cañizares, Raúl González Sánchez (Raulín), José Antonio Sanchidrián, Francisco Espinosa Miguel y Francisco González Castillo.
Los cuerpos, regados previamente con alcohol, fueron introducidos en el automóvil en el que se les capturó en la zona de El Pinto, cerca de Banao, y luego despeñaron el vehículo por el puente de la Carretera Central sobre el río Zaza, para que pareciera un accidente de borrachos.
Cerca de la medianoche del 12 de septiembre, cuando transitaba por la calle San Cristóbal, hoy Frank País, en la villa del Yayabo, resultó detenido Abel Aluart Oropesa, quien estaba vinculado a las actividades clandestinas contra la tiranía y, por sarcasmo de sus captores, lo llevaron al matadero municipal para darle muerte, como si se tratase de una res.
Un crimen múltiple —otro más— que horrorizó e indignó al pueblo fue el de los jóvenes Ángel Bernardo Montejo Lorenzo, Ismael Saure Conde y el cabaiguanense Gilberto Zequeira Díaz, víctimas de una delación el 22 de septiembre en la tierra de las Iguanas que facilitó poco después su captura en Santa Lucía, el traslado al Escuadrón 38 y, en horas posteriores, el asesinato y abandono de sus cadáveres en un área aledaña al Camino de Santa Cruz, al noroeste de la capital espirituana.
El 28 de septiembre, cae prisionero de los esbirros en la zona de Santa Lucía el joven cabaiguanense Arturo Cabrera Concepción, a quien torturan y asesinan.
Arturo, quien se había alzado poco antes contra la tiranía en la zona del Escambray, bajó en cumplimiento de una misión y fue sorprendido y capturado por los guardias en el lugar conocido por Arroyo Verraco, de donde lo trasladan al cuartel de Cabaiguán. Allí lo molieron a golpes, para acabar de asesinarlo más tarde en el de Sancti Spíritus. Su cuerpo apareció en el cementerio de Zulueta después del triunfo de la Revolución.
Al día siguiente de la muerte de Arturo, los sicarios capturan cerca de Fomento al joven guerrillero Silvino Águila, de las fuerzas del comandante Víctor Bordón, a quien no tardan en victimar. El 30 de ese mes, y como si no hubiese bastado con el triste hallazgo de los tres asesinados en el Camino de Santa Cruz, apareció allí horriblemente torturado el cuerpo del viajante de productos farmacéuticos Rafael de la Aguilera Serrano.
Aunque parezcan muchos, a la tiranía le resultaban pocos estos y otros asesinatos, a pesar del recrudecimiento de la guerra y el avance de las fuerzas insurrectas. Así, el 13 de diciembre, los soldados detienen al revolucionario Ruperto Castañeda Veloso, a quien torturaron y asesinaron, y al siguiente día, moría también a tiros el jatiboniquense Raúl Galán González cuando cumplía una tarea conspirativa en Camagüey.
A finales de mes, resultó detenido en su hospedaje en La Habana el joven revolucionario trinitario José Mendoza García, “Pepito”, quien fue asesinado, quemado y desaparecido hasta que sus restos aparecieron 42 días después.
Exaltados por su sed de sangre, los criminales no se percataban de lo cerca que estaba el día de rendir cuentas y sumaban de forma cotidiana nuevas hojas a sus abultados expedientes de asesinos.
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