Dos hechos al parecer relacionados, ocurridos respectivamente en la tercera y la cuarta semanas de agosto, han llamado la atención sobre lo endeble de las alegaciones de la administración de Trump acerca de supuestos ataques sónicos a su personal diplomático en La Habana, que sirvieron de pretexto para vulnerar desde Washington algunos acuerdos entre ese país y Cuba y retirar a una parte de sus funcionarios en la isla.
El primero de estos sucesos fue el resultado ofrecido por neurólogos y médicos especializados en vías auditivas de diferentes países como Inglaterra, Alemania, España y los propios Estados Unidos, los cuales pusieron en duda el informe en el cual se basó el Gobierno estadounidense sobre los hipotéticos daños causados a 26 de sus representantes acreditados en su más próxima vecina del sureste.
Un segundo acontecimiento fue el reciente anuncio oficial del Departamento de Estado en Washington, al reducir el nivel de alerta a sus ciudadanos que viajen a Cuba, del nivel tres al dos, en una escala de cuatro.
En cuanto al primer tema, el grupo de galenos no se limitó a hacer público el resultado de su investigación, sino que envió misivas a la revista de la Asociación Médica norteamericana, en las cuales se plantea que durante la pesquisa que sirvió de base a Donald Trump para el endurecimiento de la política hacia el país caribeño, realizada entre febrero y marzo del 2018, pudieron ocurrir disquisiciones erróneas de las pruebas médicas realizadas a los “afectados”, o haber ignorado trastornos del aparato sensitivo, como por ejemplo, de tipo psicológico.
Basado en el informe ahora cuestionado, EE.UU. no solo retiró a la mayor parte de sus funcionarios en la capital isleña, sino que introdujo limitaciones en los acuerdos adoptados entre la anterior administración de Barack Obama y las autoridades cubanas y, más recientemente, limitaron a un año la estancia del personal en la nación vecina, para “protegerlo” del imaginado peligro a su salud.
En relación con la última decisión anunciada, seguramente tiene varias motivaciones, y estas pueden ser, en primer término, el hecho de que el Gobierno de la superpotencia no cuenta con prueba concluyente alguna para probar sus alegaciones, lo que ha trascendido incluso a círculos científicos de varias naciones desarrolladas, que han puesto en evidencia la versión oficial al respecto.
Un segundo factor pudieran ser las fuertes presiones ejercidas en Washington por la conjunción de los sectores agrícolas, marítimo-portuario, el turismo y las compañías aéreas, entre otros, afectados por el recrudecimiento de la política de la Casa Blanca hacia Cuba, y un tercero, que junto con el recargo laboral que sufren los pocos diplomáticos que permanecen en La Habana, EE.UU. ha visto reducida su capacidad para monitorear la situación interna en la ínsula.
Que el Estado reconocido como el mayor espía del mundo no pueda meter las narices a discreción en la única nación comunista de este hemisferio, a causa de sus propias y erradas iniciativas, puede que le resulte preocupante y hasta descorazonador al inmenso dispositivo de espionaje e injerencia del IV Reich…
En el actual contexto no cesan de aparecer pronunciamientos de destacadas personalidades estadounidenses contra la ridícula fobia inducida por las autoridades de su país en torno a Cuba, como los del secretario general del Consejo Nacional de Iglesias de Cristo de Estados Unidos, reverendo Jim Winkler, quien expresó en La Habana: “Me siento infinitamente más seguro caminado por esta ciudad que por las principales calles de mi país”.
Por lo pronto, la rebaja del nivel tres al dos en el nivel de alerta para sus ciudadanos en la isla es un paso de avance en la dirección correcta. ¿Será que del lado de allá empiezan a oír y a razonar mejor?
Le recuerdo al periodista que lo que se desconoce el origen de las afecciones a la salud a funcionarios y familiares de estadounidenses y canadienses,pero de qué existieron ya no hay dudas, excepto en algunos.