El 26 de octubre de 2016 Cuba tuvo una victoria contundente en la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Una vez más, la Asamblea General aprobó de manera rotunda una resolución para pedir el levantamiento del bloqueo impuesto por Estados Unidos contra nuestro país. En aquella ocasión, el documento obtuvo el apoyo de 191 de los 193 Estados miembros. Por primera vez desde que se ha presentado esa petición, la Asamblea presenció la abstención de Israel y del propio Estados Unidos.
“En vez de aislar a Cuba, como el presidente Obama ha dicho en varias ocasiones, nuestra política ha aislado a Estados Unidos, incluso en este foro”, dijo la entonces embajadora de Washington ante la ONU, Samantha Power.
Aun sabiendo que solo el Congreso Federal estadounidense tiene potestad para eliminar el entramado de leyes que conforman el bloqueo, aquella jornada fue un espaldarazo a quienes, también dentro de Washington, luchan por eliminar esa política.
Pero el escenario estaba a punto de cambiar. Pocos días después, el 8 de noviembre, las elecciones presidenciales ubicaron al frente de la Casa Blanca a Donald Trump, cuya administración ha intentado revertir lo alcanzado entre nuestros países después del 17D.
Un año después, en noviembre de 2017, cuando volvió a los debates de la ONU el documento contra el bloqueo, nuevamente 191 Estados apoyaron a Cuba, pero esa vez, como era de suponer, Estados Unidos votó en contra.
La entonces representante de ese país ante el organismo, Nikki Haley, calificó la reunión de “teatro político”, dijo que no tenían “miedo al aislamiento” y que defenderían sus “principios” aunque eso significara quedarse solos.
Ese discurso es perfectamente coherente con el “America Fisrt” que defiende Donald Trump, un hombre que ha mostrado poco respeto por los organismos multilaterales. En el propio escenario de Naciones Unidas ha dicho que “si se ve obligado a defenderse o a defender a sus aliados no habrá otra opción que la total destrucción de Corea del Norte”, ha criticado el acuerdo nuclear con Irán, y ha arremetido contra los gobiernos de Venezuela y Cuba. “Siempre pondré a Estados Unidos en primer lugar”, es una de sus frases preferidas.
Durante su presidencia, Estados Unidos ha anunciado su retiro de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) —algo que, por cierto, también hizo Ronald Reagan—, por supuestas preocupaciones sobre “la deuda creciente, la necesidad de una reforma fundamental de la organización y el continuado sesgo contra Israel”, según informó el Departamento de Estado en un comunicado.
Se retiraron también del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que calificaron como un organismo “hipócrita y egoísta”, supuestamente por las posturas de países como China, Venezuela o Cuba, que, según ellos, “no respetan” los derechos humanos.
Asimismo, recientemente anunciaron que pondrán fin a los aportes de fondos a la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA, por sus siglas en inglés), lo cual supone un problema para esa organización que ofrece servicios sociales a más de cinco millones de personas en Medio Oriente, puesto que Estados Unidos era su principal donante.
Por otra parte, en julio pasado los Estados miembros de la ONU acordaron el primer Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular, que tiene entre sus objetivos proteger a los inmigrantes indocumentados, con medidas contra la trata o la separación de las familias. Estados Unidos se marchó de esas negociaciones por considerar que el acuerdo es “incoherente” con sus políticas migratorias.
Está claro que la prioridad para la administración de Donald Trump no son los organismos o acuerdos multilaterales. Es notable también, en el caso de la relación con Cuba, cómo ha escalado la retórica hostil, sobre todo en días recientes, cuando se aproxima una vez más la presentación y votación del informe contra el bloqueo en la sede de Naciones Unidas el próximo 31 de octubre.
Así lo ha denunciado la cancillería cubana y ha alertado que en los últimos meses Estados Unidos ha acudido a “reiterados pronunciamientos de altos funcionarios destinados a fabricar pretextos para conducir a un clima de mayor tensión bilateral”.
El director General de Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores, Carlos Fernández de Cossío denunció recientemente que “de manera muy específica, Estados Unidos pretende defender con cualquier recurso la política unilateral de bloqueo económico, que es objeto de repudio universal por su carácter criminal y violatorio del Derecho Internacional”.
Si un país no tiene moral para exigir a Cuba en materia de derechos humanos es Estados Unidos, puesto que el bloqueo constituye la principal violación a los derechos del pueblo cubano.
Si bien muchos de los acuerdos alcanzados entre La Habana y Washington después del 17D siguen intactos, la retórica agresiva de Trump, sumada a la narrativa de los supuestos incidentes acústicos, afecta las percepciones sobre Cuba.
La buena noticia es que Trump no gobierna solo. Desde que se conoció su victoria electoral en noviembre de 2016, varios actores de peso se han sumado al enfrentamiento a la agenda política del mandatario. Miembros del Congreso estadounidense, donantes, organizaciones de derechos civiles y gobiernos locales han condenado la forma en la cual Trump está manejando la política hacia otros países y las repercusiones que eso podría tener.
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