Escambray dialoga con un destacado madrinero del rodeo, excorredor y domador de caballos, artesano, donante voluntario de sangre y patrocinador del Hogar de Niños sin Amparo Familiar de Sancti Spíritus
Para él la vida siempre tiene un sentido, un porqué y es precisamente esa intuición la que lo guía desde que abrió sus ojos al mundo el 27 de febrero de 1951, en el barrio La Candela, en Siguaney. “Yo fui el quinto hijo de 14 que tuvo el matrimonio de Osvaldo y Martina”, dice Carlos Mencía González, un hombre que ha hecho historia aferrado a sus propias pasiones.
Con apenas nueve años compró su primer caballo, pero después perdió la cuenta de cuántos ha logrado tener. “Mis padres me enviaban a la escuela y en la primera oportunidad corría a guataquear boniato por un peso el jornal, así reuní el dinero para comprarme el primer animal, era un pencón, porque los buenos no estaban a mi alcance, pero lo disfruté como el mejor.
“De los caballos me gusta todo —dice—, yo los he tenido de diferentes razas, según el tipo de actividad a que están destinados, si son para el rodeo o las carreras, el ideal es el cuarto de milla cruzado con inglés y si es para el trabajo, el mejor es el criollo”.
¿Cómo llegas al rodeo?
A los 13 años comencé en la escuela de vaqueros dirigida por Ángel Fiallos, en Vaga Grande, en la que se formaron cerca de 40 jóvenes, a mí me ubicaron en Managuaco, vinculado a la finca de Sergio Varga; esa misma labor me dio la posibilidad de convertirme en lacero. Con 17 años comienzo a practicar con un grupo del rodeo de la zona junto a los hermanos Domingo y Juanito Pérez, quienes llegaron a ser parte del equipo provincial. Mi primera competencia fue un torneo desarrollado en la Feria de Sancti Spíritus, que en ese entonces era de guano y madera, después entré a la primera escuela espirituana de rodeo. Practicábamos todas las tardes en la Feria y por las mañanas trabajábamos en las empresas ganaderas. Hasta el año 1987 trabajé en enlace de ternero y como derribador.
¿Cuándo te conviertes en madrinero?
Cuando dejé de ser atleta, yo no podía desprenderme totalmente de la Feria porque mi vida siempre estuvo ligada a las pistas, de rodeo o de carrera. Pero la madrinería me atrajo, la disfruté mucho, por tratarse de un espectáculo que tiene su propio público.
Me preparaba para cada ocasión y preparaba el animal, casi siempre con ejemplares cuarto de milla, que son más dóciles y se adaptan fácilmente al trabajo con el ganado.
Al madrinero lo miran de todo el graderío, si está bien vestido, si monta elegantemente, la forma en que se desempeña. Hay quienes van al rodeo a ver los laceros o a los montadores de toro, pero yo me di a conocer por las manganas, es decir, los lazos que tiro por debajo del brazo; cuando salía el público me las pedía, aquí y en otras pistas del país, porque tuve la posibilidad de asistir a muchas, desde la Internacional de Rancho Boyeros, hasta las de Manicaragua, Las Tunas, Bayamo, Camagüey, en fin, en casi toda la isla.
Otra de tus pasiones: las carreras de caballo…
Era apenas un adolescente cuando corrí el primer caballo, lo hacía en torneos campesinos, porque las carreras forman parte de la tradición guajira; al inicio jineteé los animales ajenos hasta que puede tener y preparar los míos propios.
Se trata de una actividad compleja, que se inicia con la correcta selección del potrillo e incluye el cuidado, la alimentación balanceada, la familiarización con el jinete y la higiene. Ya perdí la cuenta de cuántos caballos de carrera he tenido, más de 50 tal vez, los he cogido buenos, incluso, perdedores, pero no descanso hasta convertirlos en campeones, con mucha paciencia, porque se trata de una redoma que es más complicada.
¿Cómo vez el futuro de las carreras de caballos en la provincia?
En un buen momento, aunque pasó por etapas duras, con prohibiciones incluidas. En Cuba existía el hipódromo de La Habana, al cual no todos los campesinos podían llegar debido a la lejanía y algunas limitaciones, después surgieron otros, como el de Bayamo, al cual asistí hace cinco años con uno de mis ejemplares, desde entonces me propuse incentivar la idea de que surgiera una pista en nuestra provincia y finalmente sucedió.
Tras varias gestiones la Empresa de Flora y Fauna inauguró hace unos cuatro meses, en la zona de Arroyo Blanco, la primera pista de carreras de caballo del centro de país, con 300 metros de largo por 20 de ancho y unas condiciones ideales del terreno. Para ello se tuvo en cuenta, además del arraigo popular en ese lugar, la ubicación en sus cercanías de unos de los ranchos que en Cuba se encargan de la crianza y la doma de equinos para diferentes usos.
Me complace que ya se hayan realizado seis carreras, con la participación de más de 2 000 espectadores en cada ocasión. Allí solo se cobra la entrada, pero se crea un ambiente de feria, con venta de productos y siempre con la presencia del orden público.
¿Qué cuenta el Mencía talabartero?
No es por casualidad que llego a este oficio, pues el hecho de andar siempre con caballos me obligó a aprenderlo. En el 86 me declaro oficialmente talabaltero, recuerdo que cuando Fidel vino aquel 26 de Julio a Sancti Spíritus me encomendaron un trabajo en cuero, como especie de un cuadro, para seleccionar cuál le obsequiarían al Comandante; yo obtuve el tercer lugar, pero fue un aval para entrar al Fondo Cubano de Bienes Culturales.
Me encargo de hacer todos los arreos de lujo que lleva un animal. Yo tenía una experiencia de cuando pasé la Escuela Nacional de Doma, en Managua, La Habana, donde terminé con la máxima calificación. Luego me ubican en Manicaragua, donde existía una de las mejores crías equinas del país, allí estuve años y di clases a los alumnos de la especialidad de Pecuaria.
En la talabartería lo hago todo, desde las jáquimas, los bastos, el freno, espuelas y el pecho petral, pero las monturas son mi especialidad, las fabrico por encargo, según el tipo que sea, como la tejana, la domadora, la pelicana, la jumbo, incluso el casco antiguo o la de equitación que usan las actuales escaramuzas.
De toda Cuba vienen a encargarme trabajos, al parecer no son muchos los artesanos que se dedican a esta actividad, yo he formado a varios jóvenes, pero luego que aprenden no quieren seguir el oficio. Este es un arte perdido, que requiere ser rescatado con urgencia.
¿Y qué hay del Mencía, fuera de las pistas y la artesanía?
Un hombre lleno de amigos, en mi casa paso parte del día, cuando no tengo que salir, rodeado de muchachones que vienen a aprender, a trabajar en mi taller o me ayudan con los caballos Cristal, Muñeca y Tequila, que tengo en cuadra, pero todos son como mis hijos, los que no pude tener, a pesar de intentarlo junto a Teresa, mi esposa y compañera de vida por más de 45 años.
¿Otras gratificaciones?
Poder ayudar a los pequeños que viven en el Hogar de Niños sin Amparo Familiar. Una vez quise hacerles un regalo y me acerqué a mamá Gloria, entonces al frente de la institución y así me hice parte de esa familia. Cada año los ayudo, no porque les haga falta nada, pues el Estado cubre todas sus necesidades, pero trato de aportar dinero o regalos y ellos saben que aquí estoy para lo que haga falta.
Junto a familiares y amigos fluyó el diálogo y como parte del entorno estaban las cuadras de caballos, la talabartería y las plantas ornamentales del jardín. En las manos de Mencía no faltaron los diplomas, algunos emitidos por la Asociación Cubana de Producción Animal, otros por donar voluntariamente su sangre, inclusive, del propio Hogar de Niños conserva reconocimientos. Como una escuela funciona su morada, donde él no solo enseña los oficios que lo han hecho grande, sino la forma apasionada con que los discípulos deben desempeñarlos. En ello radica su éxito.
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