No se busque su nombre en torno al documento político más bello que generó el caudal intelectual del independentismo cubano a lo largo de toda su historia: el Manifiesto de Montecristi; pero el espirituano César Salas Zamora está allí, implícito en los esfuerzos preparatorios de la Guerra Necesaria en tierra dominicana, junto a su fraterno coterráneo Francisco Gómez Toro, Panchito; su ilustre padre, Máximo Gómez Báez, y el alma de la Revolución que reiniciaba: José Julián Martí Pérez.
La capacidad de trabajo, el ardiente patriotismo y sus dotes intelectuales hacen de César Salas la persona idónea, imprescindible casi, al lado de los jefes civil y militar de la gesta iniciada el 24 de febrero, en sus febriles aprestos para venir a dirigir sobre el terreno la contienda liberadora. De ambos fue eficiente y discreto secretario auxiliar, que llevó por entonces todos sus papeles y, además, virtuoso administrador de su dinero.
La guerra, es verdad, había estallado en la isla en la fecha citada, pero en los meses iniciales no logró alcanzar el empuje necesario por la ausencia de los jefes y estrategas principales como Antonio Maceo y Máximo Gómez, quienes lo harían precisamente a inicios de abril de 1895, en muy precarias condiciones, debido al fracaso en enero de ese año del Plan de Fernandina.
¿No admira entonces que en el pequeño esquife que llevó a tierra a Martí y Gómez, la noche del 11 de abril por Playitas de Cajobabo, entre los cuatro acompañantes estuviera César Salas Zamora? Su selección junto a Ángel Guerra, Paquito Borrero y Marcos del Rosario, experto combatiente dominicano, no podía ser un hecho fortuito.
Más tarde, en su Diario de Campaña, Martí lo cita a veces como cuando dice: “Llevo el remo de proa. Salas rema segundo”… y luego, ya en suelo cubano, escribe: “es hombre de oro, sembrador ingenioso, con mano para el machete y el pincel e igual capacidad para el sacrificio, el trabajo y el arte”.
Muy cerca de Martí, como parte de la escolta del Generalísimo, el 19 de mayo de 1895 César sufre el golpe anonadante de la caída del Apóstol y se especula que fue uno de los últimos en verlo con vida aquel infausto día, aparte del camagüeyano Ángel de la Guardia, quien lo siguió, tratando de impedir su irreflexivo asalto en solitario a las trincheras españolas.
Pero la dura realidad se impone. Hay que continuar incluso con más bríos la Guerra de Martí. Gómez y su tropa marchan a tierras camagüeyanas, donde tienen lugar fuertes combates en los que toma parte César. Se prepara aceleradamente la cita de Jimaguayú, donde debe darse por consenso el ordenamiento legal a la guerra con una constitución y Gobierno en Armas.
El General en Jefe consigna en su diario: “Se separaron de mi los ayudantes del Estado Mayor, alférez César Salas y Alfredo Sánchez Agramonte. Van a desempeñar una misión importante a la República Dominicana. Van a efectuar un embarque por la zona de Cubitas y el coronel Javier Vega, del Estado Mayor va a despedirlos”.
No lo dice el luchador curtido, pero va César además con el encargo de traer de Quisqueya a su hijo Panchito, misión que, después de incontables peripecias, logra cumplir. Empero, los contactos en Estados Unidos acerca del delegado sustituto y la posibilidad de enviar recursos al centro de la isla naufragan —al menos de momento— en medio de la frialdad y la desidia.
Mas, Salas Zamora insiste y logra al fin salir rumbo a Cuba con Panchito en la quinta expedición del Three Friends con un valioso cargamento para las tropas del general Maceo que combaten en Pinar del Río. El desembarco se realiza sin novedad el 15 de abril de 1896 en la playa de María la Gorda, Ensenada de Corrientes.
Allí tomaron tierra 35 hombres, entre quienes se encontraban el ya capitán César Salas y Panchito Gómez Toro. Ellos alijaron 1 000 fusiles, 500 000 tiros, un cañón neumático de dinamita, revólveres, machetes, enseres diversos, medicinas y otros efectos. Con Maceo, reforzado con el cuantioso arsenal desembarcado, baten el cobre duramente contra los españoles.
El 12 de octubre de 1896, en los días de su dura campaña para la toma de Guáimaro y Cascorro, el Generalísimo Máximo Gómez escribe en su diario: “Día 12, de Guáimaro despacho comisión a Pinar del Río: Teniente Quintín Jorge y cuatro sargentos de mi escolta, a buscar a mi hijo Pancho y a César”. Pero las dificultades de la guerra, cada vez más reñida, imponen prioridades sin que el momento de la unión de Gómez con su hijo amado se concrete.
Avanzada la campaña maceísta en tierras pinareñas, los bélicos aprestos hacen que el capitán Salas Zamora deba pasar con el teniente coronel Sánchez Clavel en misión al este de la trocha de Mariel a Majana. El Titán de Bronce le recomienda mucho a su ayudante espirituano. Pasan semanas y, empezando diciembre, Maceo y Panchito también trasponen la poderosa Trocha. Van sin presentirlo al desastre capital de Punta Brava, traumático para la Revolución, fatal para Gómez.
El asesino Weyler redobla sus esfuerzos por tratar de aniquilar a los revolucionarios en occidente, donde la correlación de fuerzas lo favorece, para luego volcarse sobre el centro y el oriente de la isla. Muertos los Maceo y Serafín Sánchez, se nota principalmente en el oeste la carencia de liderazgo militar en el campo insurrecto. En uno de los desiguales combates empeñados cae el espirituano César Salas el 30 de marzo de 1897 en Tierras Nuevas, Bolondrón, Matanzas.
Cuando la mala nueva le llega a Gómez, anota dolido en su diario: “Y tu sombra querido César, fiel y leal compañero, muerto oscuro, caído solitario, para ti también tenemos muchas lágrimas y muchos duelos de pujanza, tus sacrificios y tus virtudes jamás serán olvidados”.
Mi tío abuelo Cesar Salas y Zamora que se unió con sus hermanos Coronel Mambi Indalecio Salas y Teniente Coronel Filandro Salas, mi abuelo. Gracias por el artículo. Saludos, Connie Salas Gholson, San Francisco, California.
Bella Historia prima! Que nunca se olvide