Con pequeñas diferencias entre sí, cuentan los libros de Historia de Cuba que el 10 de octubre de 1868 cerca de 500 personas, entre hacendados criollos, personal auxiliar y negros de la propiedad, se reunieron en el ingenio La Demajagua, del abogado Carlos Manuel de Céspedes, próximo a Manzanillo, y que allí el rico hacendado pronunció una encendida proclama llamando a la guerra contra España y ofreció la libertad a sus esclavos.
Adelantándose a la orden de arresto dictada contra él y un grupo de complotados por el Gobierno colonial español, y contra las opiniones de otros conjurados influyentes, Céspedes tuvo el valor y la osadía de dar el grito de independencia o muerte que sería el inicio de una guerra libertaria que duraría dos largos y agónicos lustros, con su secuela de incontables sufrimientos y decenas de miles de víctimas. Fue el altísimo precio que hubo que pagar entonces, doloroso como un parto y cuyos frutos tardarían 90 años.
Aparte de la legión de historiadores que ha escrito sobre el tema —algunos muy atinadamente—, fueron José Martí y Fidel Castro quienes hicieron los análisis más medulares de aquella contienda, que le sirvió al primero para organizar la Guerra Necesaria, y al segundo, para establecer desde el punto de vista histórico, programático y dialéctico —también económico, sociológico y sistémico— la interpretación de los primeros 100 años de lucha del pueblo cubano a partir de la Revolución iniciada por Céspedes.
En su extenso y cardinal discurso por el centenario de la efeméride, allí en La Demajagua, Fidel fijó la trascendencia histórica del hecho, al expresar: “¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de Octubre de 1868? ¿Qué significa para los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa fecha? Significa sencillamente el comienzo de 100 años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868. Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes”.
Y reconoció Fidel la valía de aquel hombre todo ímpetu y patriotismo al añadir que “no hay, desde luego, la menor duda de que Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo —heterogéneo todavía— que comenzaba a nacer en la historia”.
El Comandante en Jefe, consciente de las tergiversaciones realizadas por la historiografía y la prensa burguesas durante más de 60 años, a partir de los variados factores que llevaron a la destitución del Padre de la Patria el 23 de octubre de 1873, y el hecho de que algunos miembros de la Cámara de Representantes del Gobierno de la República en Armas se pasaron luego al bando autonomista y otros como Tomás Estrada Palma traicionaron el ideal martiano, puso entonces las cosas en su sitio.
La historia demostró que ciertos conocidos compatriotas que formaron parte de la Cámara, actuaron llevados de intereses personales y resentimiento, sumaron con la deposición del Presidente Céspedes algunas de las más importantes premisas que, cinco años más tarde, darían al traste con aquel heroico esfuerzo libertario. Muchos años después, ya en la pseudorrepública, estos individuos desplegaron desde el poder sus versiones sesgadas sobre el hecho, que fueron las que, por desgracia y dado su dominio de medios y recursos, transmitieron al pueblo.
Acerca de este y de otros sucesos nefastos puntualizó certeramente nuestro líder: “Al pueblo no se le hizo verdadera conciencia de eso. Porque, ¿quién podía estar interesado en hacerle conciencia de esa monstruosidad? ¿Quiénes? ¿Los antiguos autonomistas? ¿Los antiguos reformistas? ¿Los antiguos anexionistas? ¿Los antiguos esclavistas? ¿Quiénes? ¿Los que habían sido aliados de la Colonia durante las guerras? ¿Quiénes? ¿Los que no querían la independencia de Cuba sino la anexión con Estados Unidos? Esos no podían tener ningún interés en enseñarle a nuestro pueblo estas verdades históricas, amarguísimas”.
Uno de los aspectos que censuraron al iniciador de la Guerra Grande, fue la unilateralidad de su decisión. Para Fidel, el apresuramiento que llevó al patricio bayamés a pronunciarse en armas sin estar creadas todas las condiciones y adelantándose a la fecha acordada no fue mácula, sino mérito histórico, a propósito de lo cual citó a Martí cuando expresó: ‘de Céspedes el ímpetu y de Agramonte, la virtud’, aunque, aclaró el Comandante, “hubo también mucho de ímpetu en Agramonte y mucho de virtud en Céspedes”.
UN ENFOQUE DIALÉCTICO
Quizá entre las mayores virtudes del análisis de Fidel Castro acerca Céspedes y la Guerra de los Diez Años figura el enfoque dialéctico realizado por el formidable teórico y práctico de la Revolución, metódicamente único por hacerlo el hombre que encabezó los destinos de Cuba a lo largo de 57 años frente a la hostilidad de la mayor potencia imperialista del mundo.
En ese análisis Fidel profundiza en el largo proceso de formación de la nacionalidad cubana, que se va gestando a partir de los descendientes criollos de los españoles radicados en Cuba, esclavos y libertos, los que en un proceso de centurias, acelerado en el siglo XIX por factores diversos, internos y externos, fueron dando pie a los componentes de nación y el sentimiento de cubanía asociado a la lucha por la concreción de la patria que solo puede darse en una república independiente.
Él destacó aquel día de 1968: “Hace 100 años no existía esa conciencia, hace 100 años no existía la nacionalidad cubana, hace 100 años no existía un pueblo con pleno sentido de un interés común y de un destino común”. A partir de ese postulado, explica las contradicciones surgidas en torno a la criminal práctica de la esclavitud y cómo el deseo de mantenerla por parte de los potentados criollos está en la raíz del surgimiento de la corriente anexionista por primera vez en la isla, la que con distintas motivaciones “saca la cabeza” de manera recurrente en otros momentos de nuestra historia.
Pero surgen también otras corrientes como el reformismo, que propugnaba reformas bajo el manto de la dominación española y, poco después, el autonomismo, que en los últimos tiempos de la Guerra Grande y a raíz de su fracaso, emerge como la más poderosa, al captar para su feligresía a no pocos jefes, oficiales y legisladores del Gobierno en Armas, además de erigirse junto al anexionismo en las dos tendencias políticas más combatidas por Martí.
Y en el seno de aquella primera corriente anexionista estaban los intereses de los hombres más ricos de Cuba, propietarios de haciendas e ingenios basados en la mano de obra esclava, que veían en la asimilación a Estados Unidos la conservación de sus grandes privilegios. De ahí que el gesto de Céspedes, integrante de esa clase —y de otros de su alcurnia—, alcanza el cenit al dar la libertad a sus esclavos y romper con prácticas ancestrales.
En torno a esa iniciativa, destacó Fidel: “Y hoy tal vez pueda parecer fácil aquella decisión, pero aquella decisión de abolir la esclavitud constituía la medida más revolucionaria, la medida más radicalmente revolucionaria que se podía tomar en el seno de una sociedad que era genuinamente esclavista”. Y dijo más el Comandante: “(…) a partir de ese momento, por primera vez, se empezó a crear el concepto y la conciencia de la nacionalidad, y comenzó a utilizarse por primera vez el calificativo de cubano para comprender a todos los que levantados en armas luchaban contra la colonia española”.
En el curso de incontables combates fueron cayendo muchos de los hacendados y terratenientes que secundaron a Céspedes, mientras otros se marcharon al exilio al tiempo que, como expresó Fidel, empezaron a surgir del seno del pueblo, de entre los campesinos y de entre los esclavos liberados, oficiales y dirigentes del movimiento revolucionario, los patriotas más virtuosos, los combatientes más destacados, y así surgieron los hermanos Maceo, por citar el ejemplo que simboliza a aquellos hombres extraordinarios.
Contamos además los cubanos con la contribución de un internacionalista incomparable como Máximo Gómez, miembro sobresaliente de una pléyade de hombres nacidos bajo otros cielos que combatieron por la libertad de Cuba.
Y al cabo de 10 años aquella lucha heroica fue vencida, no por las armas españolas, sino por uno de los peores enemigos que tuvo siempre el proceso revolucionario: las divisiones de los mismos cubanos, las discordias, el regionalismo, el caudillismo… Estas verdades las comprendió cabalmente el Apóstol.
Aquella guerra liquidada con el acto infame del Zanjón, en febrero de 1878, dejó no obstante muchos momentos gloriosos como la toma y quema de Bayamo, la primera carga al machete, la campaña de Guantánamo, el rescate de Sanguily, las grandes victorias de las armas cubanas en La Sacra, Palo Seco, Las Guásimas y muchas otras, para ser coronada por el acto inigualable de la Protesta de Baraguá, protagonizada por el más brillante de los mambises nacidos en Cuba: Antonio Maceo Grajales.
Mirándolo bien y siendo fieles a la verdad histórica, la contienda iniciada por Carlos Manuel de Céspedes con su grito de libertad o muerte en La Demajagua fue la antesala de la Guerra de Independencia organizada por Martí, quien, tomándola como modelo, luchó a brazo partido por la unidad de nuestro pueblo, organizó un partido, el Partido Revolucionario Cubano y lo dotó de un vocero: Patria.
Y si la también llamada Guerra del 95 no tuvo un desenlace favorable no fue esta vez por las divisiones y rencillas internas, sino por la intervención interesada en 1898 de un intruso: los Estados Unidos, que ocuparon el país, indujeron la disolución del Partido de Martí y forzaron la desmovilización del Ejército Libertador, imponiendo a la república emergente el yugo ignominioso de la Enmienda Platt y el Tratado de Reciprocidad Comercial.
Sin embargo, cual resorte gigantesco, los agravios acumulados y las enseñanzas de tantas frustraciones amontonadas a lo largo de 90 años de lucha desembocaron en la tercera fase de la revolución cespediana y martiana, que entonces se tornó fidelista y fue capaz de rectificar los errores del pasado.
Porque, como reconoció Fidel en el juicio por los sucesos del 26 de Julio de 1953, Martí fue el autor intelectual del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, y en el propio alegato de su defensa dio lustre a su oratoria al señalar: “En Oriente se respira todavía el aire de la epopeya gloriosa y, al amanecer, cuando los gallos cantan como clarines que tocan diana llamando a los soldados y el sol se eleva radiante sobre las empinadas montañas, cada día parece que va a ser otra vez el de Yara o el de Baire”.
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