Refiere Emelio Domínguez que a su padre Abraham lo mataron en represalia a que él y su hermano Roberto, que se encontraban alzados en las lomas y cuando empezaron a ofenderlo y amenazarlo, él los mandó al infierno y les dijo “que si eran hombres, fueran a buscarlos al Escambray, que allí los iban a recibir a tiros, como ellos se merecían”.
Dijo también Emelio que su padre era valiente y tenía un carácter fuerte, pero al mismo tiempo era de buenos sentimientos y no soportaba la injusticia contra él ni contra otros. El testimonio es coincidente con el que brindara hace 15 años Darío Yero, campesino jubilado de la cooperativa Heriberto Orellana, cuando expresó que “Abraham era muy noble, muy agradable en el trato y jaranero”.
Esas palabras fueron confirmadas entonces por Esteban Acosta, veterano del Ejército Rebelde, de Playa Girón y de la LCB, quien conoció de cerca a Domínguez, por ser su vecino durante muchos años. Según Esteban, un hijo de Abraham, Emelito, era compañero de Heriberto Orellana en la misma célula del Movimiento 26 de Julio. Ellos hacían protestas en la escogida de tabaco de La Aurora cuando había mal pesaje o los patronos trataban de engañar a los campesinos o a los obreros.
UN CUADRO HORRIPILANTE
Margarita Rodríguez Castañeda, vecina del lugar, ya fallecida, refirió tres lustros atrás a este redactor que aquel 13 de abril de 1958, cuando escuchó que los guardias estaban en la casa de Abraham Domínguez, corrió hacia allá y lo que vio la dejó sin aliento. “Cuando llegué, allí estaban los tenientes Coll y Mirabal al frente de un camión de guardias. Estaban sacando todas las pertenencias de la familia y tirándolas para afuera en medio de gritos y maldiciones. A Abraham lo arrastraron hacia el vehículo, mientras por órdenes de Coll otros esbirros le pegaban fuego al bohío”.
Sobre esos dramáticos sucesos, Acosta recuerda que el día que le quemaron la casa a Domínguez, cuando las cañas bravas que aguantaban el caballete y las que servían de canal en aquella precaria vivienda principiaron a estallar, los guardias decían: ‘Oye como explotan las balas’, tratando de justificarse por la acción tan bárbara que estaban realizando.
Conmovida por lo que había visto, Margarita mandó a buscar a la mañana siguiente a Celestina, la esposa de Abraham, “para que recogiera las cosas que pudimos salvarle la mujer de Miguel Hidalgo y yo. Eso creo que fue el 14. Ese mismo día dijeron que había aparecido un cuerpo en un saco por el Aeropuerto y que era el de Domínguez. Como sus hijos varones estaban con los rebeldes y le habían quemado la casa, le aconsejé a la mujer que se fuera para La Habana, donde tenía familia, porque la iban a matar a ella también», recordó Margarita.
VIDA DE LUCHA Y SACRIFICIOS
Abraham Domínguez Rodríguez había nacido en Taconete, Tenerife, Islas Canarias, el 7 de junio de 1901 en una familia campesina y estudió en su tierra hasta el sexto grado. Él vino a Cuba en 1919 por su rechazo a las levas militares de España para sus guerras coloniales en África. De inicio, la familia Domínguez Rodríguez se estableció en Jatibonico, donde se dedicó a la agricultura. En tiempo de zafra, el joven trabajaba como carretero, labor que realizó durante 29 años.
En 1930 Abraham se casó con Celestina Silva, con la que tuvo cuatro hijos. En 1952, tras el golpe de Estado participa en una manifestación contra el régimen de Batista y logran paralizar la zafra por tres días en la zona de Jatibonico. Tiempo después, el matrimonio se muda para La Aurora, Guayos, donde entra en contacto con Heriberto Orellana, activista revolucionario con quien llega a tener profunda amistad, iniciando su actividad conspirativa contra el régimen de Batista.
Pero los cuerpos represivos le siguen los pasos a Abraham y allanan su casa varias veces, en busca de elementos comprometedores. En una ocasión lo arrastran al río Tuinucú, muy próximo a su bohío, y lo sumergen en el agua, amenazando con ahogarlo si no delataba a sus compañeros, sin que lograran sacarle una sola palabra.
A inicios de 1958, acechados por un peligro que se hacía inminente, se alzan sus hijos Emelio y Roberto, mientras él permanece luchando en el clandestinaje a las órdenes de Orellana, pero el 9 de abril de 1958, día de la proyectada huelga general nacional, Abraham acude a la casa de su jefe, donde lo ve entrar un chivato nombrado Urbano Surena, quien lo denuncia.
Por esos días caen presos en distintos lugares de la jurisdicción espirituana los revolucionarios Heriberto Orellana, Rafael García Palmero y otros jóvenes que resultan torturados y asesinados por los esbirros. Sobre Abraham se estrecha el cerco que acabó de cerrarse el 13 de abril, día en que el Ejército lo capturó en su casa. Llevado al cuartel de Sancti Spíritus, Abraham fue torturado hasta la muerte y luego su cuerpo fue metido en sacos y tirado en las cercanías del aeropuerto, donde, tras rumores de personas que lo vieron, se personó en el lugar su esposa Celestina e identificó el cadáver.
Al reunirse en el cementerio local familiares, vecinos y amigos para el sepelio, allí estuvieron acechándolos un enjambre de guardias y policías, los que al parecer esperaban la posible presencia de sus hijos para asesinarlos también. No sabían los criminales lo que les esperaba a corto plazo.
Enviado a la Sierra Maestra para la ofensiva de verano contra el territorio liberado, el teniente Coll resultó muerto apenas dos meses más tarde, mientras el ya capitán Ramón Mirabal pagaba sus crímenes en enero de 1959 en Cabaiguán, por sentencia firme del tribunal revolucionario que lo juzgó.
Nota: El autor utilizó además el trabajo investigativo de la entonces alumna Erika Rodríguez Álvarez, de la escuela primaria Heriberto Orellana, en La Aurora.
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