El pasado 28 de mayo ese río registró en la zona del FNTA la mayor crecida que se recuerde en la historia
Luego de varias semanas, aún los habitantes del FNTA no han podido voltear la página del último diluvio vivido en el batey del antiguo central trinitario. Esas rayas que indican en las paredes de las viviendas la altura de las anteriores crecidas del río Agabama y que los moradores llaman “las marquitas de siempre” quedaron bajo agua en la tarde noche del pasado 28 de mayo, cuando el desbordamiento del cauce alcanzó allí magnitudes inéditas.
Esos pobladores conocen la furia del Agabama porque no es la primera vez que el río pone en aprietos a toda la comunidad, solo que ese día, bajo el azote de las intensas lluvias asociadas a la tormenta subtropical Alberto, las historias pasadas se hicieron trizas y hasta la mítica crecida de 1988 parece haber cedido el trono.
Las hojas de plátano calzadas en la línea telefónica paralela a la carretera hacia el batey son una huella reveladora de que allí la inundación fue descomunal. No asombra entonces conocer que, como sucedió en eventos anteriores, las antiguas instalaciones del central y las viviendas aledañas fueron casi tapadas.
Quizás, para los vecinos esta vez lo asombroso no fue ver con el agua al cuello lo que queda del símbolo azucarero, sino que en la calle donde se asientan los módulos de las casas biplantas quedaran bajo agua varias viviendas del primer piso.
“La crecida fue sorprendente”, relata ruborizada Anaelys Naranjo Hernández, vecina de ese caserío. “Estábamos acostumbrados a que el río siempre llegara hasta aquí —señala con la mano una marca a mitad de pared en el portal—, pero ahora el agua subió hasta el techo.
“Menos mal que fue de día, si esa crecida ocurre por la noche no sé qué hubiera pasado. Me fui para una de las casas de arriba, pero veía el agua subiendo y decía: ¡Ay, dios mío!; en eso veo la canoa, y les dije a esos hombres: ¡sáquenme de aquí! Agradezco mucho que me protegieran, porque el colchón se repone; la vida, no.
Tampoco Bernardo Nicado está dispuesto a olvidar aquellas horas de zozobra, los bienes mojados o perdidos; todavía le parece tener delante la inundación, “porque fue rapidísima, inesperada, cuando vinimos a ver ya el río venía pa’ arriba y pa’ arriba, en cuestión de una hora ya estaba metí’o en todo el batey, en mi casa faltó una cuarta para llegar a la placa”.
Otros vecinos narran que la altura grande la cogió el Agabama el lunes —28 de mayo— como a las cinco de la tarde, y la Zona de Defensa puso en práctica la protección de las familias expuestas al peligro. “De este barrio sacaron en bote a mucha gente, esa fue la suerte”, señaló Antonio Hernández.
Para Pedro Ibáñez, la insólita inundación superó todas las expectativas. “Imagínate que en la calle donde tú vives en vez de un carro veas un bote a la altura de la segunda planta. Por mi cabeza nunca pasó semejante idea, mucho menos que me montaría desde el balcón de mi casa”.
Rodolfo Naranjo no necesita hurgar en periódicos viejos, le basta con decir que vive mirando el río Agabama desde que nació en ese asentamiento en 1953 “y la crecida llegó ahora donde jamás en la vida había llegado. Es verdad que en 1988 inundó un área grande del batey, pero no subió hasta donde lo hizo esta vez; cuando vi el agua arriba de la casa grande del central, dije: esto va a ser un desastre”.
“Aquí la gente estaba adaptada a la marquita de siempre y, ya usted ve, se pasó de la raya; con el Agabama no se puede estar esperando mucho ni seguir pensando en las marquitas; a ese río siempre lo he respetado, ahora, lo haré más”, añadió Rodolfo.
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