Lo dice de una forma que resulta imposible no creerle. Como acuñando lo que no negaría jamás, aunque en ello le fuese la vida, declara sin aspavientos: “Yo sin Mayajigua no puedo vivir”. Sentada en un balance de su casa en Pío Cervantes No. 48, entre Agua Santa y Fraternidad, Claudia Inoria Rivero Quiñones va hilvanando la historia en la que asoman, de tanto en tanto, el nombre y la imagen de un protagonista que lleva barba y sombrero alón.
Tenía 17 años. Tres de sus hermanos estaban “alzados” con los rebeldes, y de no ser porque a ella y a una cuñada las viraron, atendiendo a las difíciles condiciones del monte, también habrían estado entre los barbudos, sin el permiso de sus padres. Al hermano menor le había sucedido igual.
“Llegamos allá oscuro, por un sitio al que le decían la Posta de los Frijoles. Nos trasladaron a una casa en Ojo de Agua en un yipe gris, sin capota; al lado del chofer iba Orestes Guerra. Después, fuimos acompañadas a la casa de Perfecto Nieto y Elena Cabrera, donde tenían su despacho primero Félix, y después Camilo. Allí nos quedamos esa noche; siempre recuerdo aquello como una especie de honor que tuvimos, aunque nos increparon por haber subido de esa forma.
“Israel, mi hermano mayor, estaba al frente del Movimiento 26 de Julio aquí y era el que transmitía; dormía en el fondo de la farmacia de un dueño de tienda, frente al banco. Una noche sobre las 9:00 p.m. un vecino del cuartel de la Guardia Rural —donde hoy radica la Terminal de Ómnibus— tocó a la puerta de mi casa. Venía a hablar con mi padre de parte del sargento Samper, jefe del cuartel. Le dijo que mi hermano tenía que irse enseguida porque el cabo Martín lo iba a matar. Él se alzó a finales de noviembre; estuvo poco tiempo en el monte, pero pudo compartir con Félix Torres, entonces del Partido Socialista Popular y conocido del barrio.
“Tengo muchísimas medallas, ninguna como combatiente de la Revolución, pero recuerdos de la toma de Mayajigua guardo también unos cuantos. Mi casa fue custodiada por la Guardia Rural hasta que salió el pueblo a colaborar en lo que, según he escuchado decir, parecía una fiesta más que una guerra. Ya algunos de los nuestros habían sido llevados para el cuartel.
“El día de la toma fue triste, porque la aviación había machucado mucho el día antes, 19 de diciembre. Volaban bajito y tiraban como con rifles. Yo temía mucho por mis hermanos. Liberados ya, nos sentimos felices, íbamos en los yipes con banderas cubanas por las calles.
“A Camilo lo vi de lejos en la toma de Yaguajay, cuando fuimos a llevar comida para los rebeldes. Estaba junto a William Gálvez, Sergio del Valle, mi hermano Israel y otros compañeros. Se veía agitado, ya eran los momentos finales. No vi nada, pero cuando mataron a Panequita (Joaquín Paneca) estábamos allá, cerca del parque, junto a otros pobladores. Dentro del cuartel había un vecino nuestro que pasó todo el tiempo de la batalla prisionero de los guardias”, detalla a retazos.
Participante de la Primera Intervención o Nacionalización del Comercio, Inoria se desempeñó en ese sector durante cuatro décadas. Fue gracias a eso, y a la confianza que inspiraba a las autoridades políticas del municipio, que logró entablar con los padres de Camilo una amistad entrañable.
“Después del triunfo revolucionario, yo era la administradora de la ferretería La Escuadra. Un día, a finales de los 60, me encomendaron ayudar con el radio de pilas que don Ramón escuchaba siempre. Él y doña Emilia solían venir a descansar a Los Lagos cada cierto tiempo. Llegué allá escoltada y algo asustada, eran muy puntuales y ya me estaban esperando. Resultó que las pilas estaban sulfatadas.
“Los había visto un día en Juan Francisco, pero no pensé que llegaría a tener con ellos una relación como la que tuvimos. Sin embargo, a partir de ahí quisieron que los acompañara en las salidas. Cierta vez me sorprendieron al aparecerse en la tienda, sin escolta. Tenían obsesión con el mar. Íbamos a Punta Alegre, cerca de Chambas, una de las referencias del probable lugar de caída del avión. Era raro que pasáramos por un cementerio y ella no dijera: la casa de todos, menos de mi hijo.
“Camilo amó mucho la zona de nosotros”, musita y calla por unos instantes. Cuando vuelve a hablar, recuerda a Luis Manso Moreno, el invasor de la Columna No. 2 Antonio Maceo que se volvió casi un hermano, y a quien su padre enseñó a leer y escribir. Entra al cuarto y regresa con numerosas cartas de doña Emilia, donde, en papel ya amarillo se leen mensajes de cariño y nostalgia, con alusiones a dolencias, agradecimientos y saludos, todos garabateados en trazos nerviosos. Muestra diversas fotos; unas de los padres, otras de Camilo con su amplia sonrisa, dedicadas por ellos.
Y allí, mientras la escucho revivir el pasado, comprendo por qué está raigalmente ligada a Mayajigua. Mejor aún, entiendo la razón de que, sin haber conocido de cerca al Héroe de Yaguajay y de toda Cuba, llegara a amarlo de un modo especial.
Ignorancia la mujer más justa y Especial que tiene mayajigua mi querido pueblo se extraña mucho y es una gran satisfacción entrar a Google y ver estas imágenes y estas hermosas fotos de ella .por siempre bendiciones para ella