Cuando trabajaba de manera febril en los preparativos de la que sería su tercera guerra, presumiblemente en agosto de 1893, el General espirituano Serafín Sánchez recibió un inesperado encargo de José Martí: compilar en un libro la poesía que se recitaba en los campos de batalla y escribir la biografía de varios de sus compañeros caídos en la contienda del 68.
A pesar de su innegable sensibilidad, Serafín no sobresalía por sus dotes literarias; sin embargo, tenía lo que le faltaba a otros escritores de puntería: había guerreado y compartido los rigores de la campaña durante una década, condición que le allanaba el camino para armar una propuesta creíble y cautivadora, algo que a todas luces adivinó su jefe y amigo José Martí.
Él, que había escuchado al Paladín espirituano contar muchas de aquellas historias, incluso en medio del ajetreo político que vivía en Estados Unidos, no vaciló en encargarle el proyecto, seguir el proceso de edición y hasta opinar sobre las biografías que paulatinamente el autor le hacía llegar.
«El robusto recitador, sentado como estaba, decía como de lejos, o como de arriba, o como si estuviese en pie. Las mujeres, calladas de pronto, acercaron sus sillas, y oían fluir los versos. El respeto llenaba aquella sombra. “¿Por qué, dijo uno, no publicaremos todo eso, antes de que se pierda; antes de que caigan tal vez los hombres que lo recuerdan todavía?”», escribiría Martí en el prólogo de Los poetas de la guerra, la colección imprescindible que él solicitara al espirituano, cuando ya los dos andaban con el pie en el estribo pensando más en la campaña del 95 que en los tiempos pasados.
Aquel «robusto recitador», combatiente del 68 en Las Villas y el Camagüey, había aprendido de memoria los versos declamados por los propios poetas «en los días en que los hombres firmaban las redondillas con su sangre».
«Allí están nuestros gemidos, y nuestra altivez, y nuestros albores –escribió Martí–: allí Miguel Gerónimo Gutiérrez y José Joaquín Palma, y “El Hijo del Damují” y Luis Victoriano Betancourt, y Ramón Roa y Francisco La Rúa: allí lo más popular y sentido de la poesía escrita de nuestros diez años. Cada poesía lleva su historia. De aquellos tiempos, nada se ha de perder. Este es libro del corazón, que va a ser muy amado».
Héroes humildes (1894) es la historia de seis combatientes contada por el propio Serafín y una biografía suya escrita por Gonzalo de Quesada al parecer por indicaciones de Martí, una obra raramente conservada en alguna que otra biblioteca que cualquiera de nuestras editoriales debiera reeditar y poner al alcance de los cubanos de hoy.
Contraria a otras de aquella etapa, esta no es la visión pesimista o apocalíptica de la Guerra Grande, sino la mirada enaltecedora del espíritu patriótico de quienes se estaban preparando para ingresar al campo de batalla, al decir del historiador Luis del Moral «la crónica más bella de la década sangrienta».
De no haberse publicado en 1894, muy poco o nada se sabría a estas alturas sobre Ramón Huerta, el aragonés que no vaciló en pasarse a las filas mambisas; ni de Manuel Rodríguez, La Brujita, el sastre bravo, camagüeyano de origen y espirituano por adopción, que no titubeó cuando el cólera diezmó en cuestión de horas a las tropas mambisas en Los Guanales y su jefe pidió voluntarios para atender a los enfermos; o de José Antonio Legón, el negro fiel que cayó vísperas del Zanjón.
Allí se revelan también las vidas sin reposo de Jesús Crespo, comandante a los 28 años; Francisco Lufriu y Arregui y el milagro de sobrevivir solo y herido en la manigua; y Rafael Río-Entero, amigo y compañero fiel, quien según Serafín Sánchez, lo mismo en la Revolución que después de ella fue el hombre «que mejor supo sentir en su corazón el afecto del mío».
En ocasión del aniversario 150 del inicio de nuestras guerras por la independencia, no está demás releer estas páginas humildísimas que hoy conmueven no solo por la grandeza de sus protagonistas, sino también por la dedicación, la generosidad y la calidad humana de su autor, escolta de Ignacio Agramonte, compañero de armas de Máximo Gómez y amigo personal de José Martí, quien lo admiró como guerrero, patriota y hombre cabal y lo convirtió en escritor por encargo.
Como si quisiera agradecer por adelantado los servicios del espirituano, el 19 de agosto de 1893 José Martí dejaría constancia en Patria del paso de Serafín Sánchez por Nueva York, en una semblanza muy breve, pero reveladora de la amistad que habían fraguado ambos luchadores:
«Rodeado de cariños y atenciones ha pasado algunos días en Nueva York uno de los hombres extraordinarios que en la guerra supieron resplandecer como héroes, y en la tregua estudian y practican la libertad, doblados sobre la mesa dura del trabajo –escribió Martí–. El General Serafín Sánchez vino a lo que tenía que hacer, y ha vuelto al Cayo. La noche antes de su partida, sentado junto a la mar bajo estos árboles prestados del destierro, narraba, con angustia unas veces, y otras como si ya estuviera otra vez a caballo, los sucesos de la guerra: ya pintaba un combate, ya recordaba una heroicidad, ya decía los versos de Palma y de Jerónimo Gutiérrez. Las mujeres lo oían sin llorar, como envidiosas. Los hombres, canosos o jóvenes, callaban, como prometiendo. El General Serafín Sánchez es digno del amor de los cubanos por el valor que ha empleado en su servicio, por la dignidad con que vive en el destierro del trabajo de sus manos, y por la pasión republicana que le dirige el brazo heroico. He ahí a un buen ciudadano».
Hola, soy Francisco, el pintor de los cuadros de Serafín Sánchez. Les agradezco la promoción que le dan a mi obra. Actualmente los cuadros, luego de una minuciosa restauración, tienen una calidad muy superior en cuanto a técnica pictórica se refiere. No sé si ustedes pueden actualizar las fotos de estos para sus archivos, pero de poder hacerlo se los agradecería profundamente. Yo les enviaría las fotos si me dan la dirección de correo. Muchísimas gracias.
Francisco: Gracias por hacernos llegar la versión actualizada de sus cuadros. Como ve, ya en este material estamos usándola. Saludos desde Escambray.
Saludos a todos los trabajadores del Escambray. Ustedes, realmente, hcen un trabajo maravilloso. Muchísimas gracias.
Gran hombre, serafin. Marti lo enaltece. Que más decir. Donde podemos leer el libro. Héroes humildes, muchas gracias.