Bajo el sombrero de tricornio esconde una mirada pícara que hace honor al personaje. Lleva una espada envainada en su cinturón, una pistola que espera un ataque sorpresa escondida en una bota y oculta, posiblemente, una artimaña en su imaginación. Su brazo derecho rodea el cofre donde guarda sus tesoros: una caja de cigarros, algún poco de dinero, y bueno, las botas de charol las lleva puestas, solo que, al igual que el traje, están saturadas de la pintura y el arte que le brotan del alma y lo transforman en un pirata del siglo XXI, en el pirata de la ciudad. Dasiel trabaja en un cañón antiguo que encalla en una esquina del centro histórico de Trinidad y no es evadido por nadie, ni cubano ni turista. Algunos le hacen fotos, otros le dejan monedas y los más atrevidos intentan adivinar. — ¿Quién sos? —pregunta un español curioso— ¿Jack Sparrow, Henry Morgan, Jacques de Sores?
— Ninguno de ellos. Mi nombre es Severo, Severo el Capitán.
Alfredo Dasiel Rodríguez Guerra tiene 24 años; desde hace un tiempo reside en Trinidad y viaja esporádicamente a su Lajas natal. A pesar de que muchos lo identifican con personajes históricos, él confiesa que Severo es una idea suya, cuyo nombre se lo debe a un tío abuelo y basada, quizás, en uno de los capitanes de las flotas que asediaban la villa en la época de la piratería.
Si vives tan cerca de Cienfuegos, ¿por qué Trinidad?
Por la cara estética de la ciudad. Trinidad es un concentrado de todo lo que me gusta y necesito: tradiciones, leyendas, antigüedades, espiritualidad, buen café, bares con rock n’ roll, reconocimiento y exposición del buen arte y si no te hablara del beneficio económico, estaría siendo deshonesto no solo contigo, sino también conmigo mismo. Además, pienso que aquí he logrado realizarme como persona y crecer como artista.
¿Qué te empujó a ser una estatua viviente?
Desde que estudiaba descubrí que las artes de salón no eran lo mío. Nunca me agradó la formalidad de sentarme en un teatro para ver algo, de esperar tres campanadas para hacer silencio o de aplaudir porque todos lo hacen. Mi vida entera es una informalidad. Por eso decidí entregarme al teatro de calle, donde la pasión radica en interactuar en directo con el espectador.
¿Algún público predilecto?
Sí, ancianos y niños, en especial estos últimos por las caras que ponen al ver algo tan inusual como una estatua viviente. Algo que me entristece es que hay adolescentes que se refieren a mí irrespetuosamente, dando por sentado que soy un limosnero porque vivo del dinero que otros me dejan, pero el hecho de que los demás me miren desconcertados y les provoque gracia, curiosidad o admiración hace que estime mi trabajo y quiera salir, con él, adelante en la vida.
Dasiel toma un descanso y almuerza. Mientras lo hace, me expresa que inicialmente este proyecto era temporal, pero que, gracias a las razones anteriores, hoy lo tiene como su proyecto de vida.
“Uno de mis principales anhelos es extender mi arte más allá de nuestras fronteras. Si algún día tuviera la oportunidad de viajar a otro país, no me quedaría, eso te lo aseguro”.
Y si lo lograras, ¿qué te llevarías?
Tres cosas que me son imprescindibles en la vida: una foto de mis seres queridos, una bandera cubana y un pedazo de pirata.
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