La decisión de la procuradora general de la República de Brasil y procuradora general electoral, Raquel Dodge, del pasado primero de septiembre, cuando vetó definitivamente la candidatura a la presidencia del exmandatario Luiz Inácio Lula Da Silva, y obligó al Partido de los Trabajadores (PT) a designar otro candidato, en este caso el exalcalde de Sao Paulo, Fernando Haddad, sembró la incertidumbre en el proceso, pues Lula aparecía como seguro ganador en una primera vuelta de las elecciones, programada para inicios de octubre.
Ahora el PT se concentra en tratar de transferir toda la masa de posibles votantes que tenía Lula y que superó el 30 por ciento en un momento dado, al nuevo aspirante —quien en la fórmula original optaba por la vicepresidencia—, lo que no está ni medianamente asegurado, dada la veleidad de un número considerable de electores en los cuales la memoria histórica aparentemente no existe, pues el exdirigente sindical terminó su segundo y último mandato con un inédito 80 por ciento de aceptación popular.
¿Cómo explicar entonces que, pasados unos pocos años y en medio de una crisis económica, política e institucional provocada por la derecha, que asaltó el poder con el golpe parlamentario contra la presidenta Dilma Rousseff en el 2016, ese electorado haya variado su opinión en una magnitud del 50 por ciento?
Se puede alegar que ello ha sido fruto de la enorme campaña de calumnias desatada por los medios contra los gobiernos petistas y las presiones de todo tipo de esa ultraderecha respaldada por el ejército, que no ha olvidado los tiempos de su dominio omnímodo durante la dictadura. Pero cabría preguntarse si es que esos lectores, radioyentes y televidentes están obligados a creerse todo lo que les dicen.
A un adulto le pueden explicar día y noche que el Sol sale por el oeste, y ese individuo sabe por experiencia que es todo lo contrario, ¿por qué habría de ser distinto en política? Pues lo es, y ello se deriva de la poca cultura política de una parte importante del electorado, compuesto en Brasil por más de 100 millones de almas.
La incertidumbre, pues, es legítima, sobre todo cuando se recuerda lo que pasó en Argentina, donde Scioli, el candidato respaldado por Cristina Fernández de Kirchner, quien cerró su segundo mandato con notable apoyo popular, perdió frente al ultraderechista Mauricio Macri por 2.4 por ciento de los votos. Ello indica que la popularidad y el apoyo de los electores no se transmiten automáticamente de un aspirante a otro, aunque sean del mismo partido.
Esta circunstancia fue destacada en la Mesa Redonda del pasado 18 de septiembre por el periodista Sergio Alejandro Gómez, cuando se refirió a la división de las izquierdas, que acuden por separado a los comicios y expresó su opinión, secundada por su colega Marina Menéndez, de que con solo un 20 o 25 por ciento de la intención de votos no se puede asegurar el triunfo frente a todo el tinglado hostil estructurado por la derecha.
Ante las presiones recibidas, ya Haddad se ha visto obligado a señalar que su posible triunfo en las elecciones venideras, no significará necesariamente que indultará a Lula, ni lo nombraría forzosamente ministro en su gobierno, algo realmente cuestionable, pues el líder histórico del PT es un preso político condenado sin pruebas con la clara intención de quitarlo del medio en la puja electoral para evitar que su partido llegue de nuevo al poder.
Desde su prisión en Curitiva, el expresidente obrero se ha mostrado mucho más firme en sus planteamientos, señalando que hay que refundar Brasil e insinuando la necesidad de realizar una asamblea constituyente que cambie las bases y estructuras de un estado comido por la corrupción y la inoperancia.
Ocurrió que el PT acudió tiempo atrás a las elecciones que le dieron el triunfo, en coalición con otras fuerzas políticas que hicieron no poco por frenar las medidas más progresistas de las administraciones de Lula da Silva y Rousseff, y que, llegado el momento, los traicionaron, como fue el caso del actual presidente Michel Temer —y su partido el Movimiento Democrático Brasileño (MDB)—, quien desde su puesto de vicepresidente, se prestó en 2015-2016 a la conspiración parlamentaria que costó el puesto a la exguerrillera.
Hoy el panorama electoral en Brasil se muestra sumamente complejo y dividido entre las diferentes fuerzas políticas, con el exmilitar y extremista de derecha Jair Bolsonaro disputándose el primer puesto de las encuestas con Fernando Haddad, de la coalición El pueblo feliz de nuevo, mientras otras agrupaciones marchan bien atrás en los sondeos, como el Partido Democrático Trabalhista (PDT), del izquierdista Ciro Gomes, con el 10.8 por ciento; el socialdemócrata PSDB, de Geraldo Alckmin, con 6.1 y Marina Silva, de Rede, con 4.1, entre quienes muestran más preferencia.
Según una información de Prensa Latina, el candidato del gobernante Partido Democrático Brasileño, Enrique Meireles, alcanza apenas 1.7 de la intención de votos, lo que lo sitúa por debajo de Jorge Amoedo, del Partido Nuevo (2 por ciento) y del senador Alvaro Días (Podemos), que llega a 1.9 por ciento.
Cuando hablamos de incertidumbre en el escenario electoral en Brasil de cara a las ya inminentes elecciones y nos referíamos a la poca conciencia política en el pueblo, nos basamos en los resultados de distintas encuestas, la última de las cuales arrojó que solo el 13.1 por ciento de los electores dijo conocer bastante ese escenario, 38.2 señaló que “más o menos” y 47.6 reconoció tener poco o ningún conocimiento.
Y uno se pregunta: ¿cómo no estar claros de lo que se quiere y de la necesidad de cambio, si la propia consulta realizada entre más de 2 000 ciudadanos de distintos estamentos sociales, al valorar la gestión del actual mandatario Michel Temer, arrojó que el 81.5 la consideró negativa, mientras el 89.7 por ciento desaprobó todo lo hecho por el actual ocupante del Palacio de Planalto, desde su asunción al “trono” hace dos años?
Así las cosas, la patria de Tiradentes se la juega a una carta, pues con uno u otro candidato, si la derecha logra mantenerse en el poder, tratará de seguir la actual línea en perjuicio a los trabajadores y de entrega al imperialismo, permitiendo a Washington su dominio progresivo del país a través de la creación de bases militares, el control de las mayores empresas, la apropiación de la Amazonía, el aislamiento de Brasil del grupo BRICS…, en fin, que tal desenlace significaría una de las peores noticias posibles para los pueblos del continente y del propio país carioca.
Tiene que pasar Ciro. Si pasa Haddad va a ganar Bolsonaro. El PT tiene murcha rejeição
Seria bueno que en la encuesta sobre la constitucion se reflejaran mas aspectos como los economicos, la defensa etc