Lo que cierta prensa quiere presentar como un vulgar ejercicio de la censura —el Decreto 349 del 2018— es en realidad una vieja demanda de lo mejor de nuestra intelectualidad
El lenguaje simbólico no es patrimonio exclusivo del arte; lo escuchamos a diario en cualquier charla de café. Por ejemplo, conversaba yo con cierto amigo, y de pronto este apuntó la nariz hacia una señora y dijo: “¡Caramba!, ¿viste qué perfume más escandaloso lleva?; parece una rumba de cajón”. Asombrosa metáfora. De tal modo mi amigo no solo conseguía dotar de imagen y sonido lo puramente olfatorio, sino que también era como si el perfume hiciese bailar a la señora.
A este tipo de recurso lingüístico, que transmuta hacia un sentido lo que es propio de otro, se le conoce como sinestesia, Así, con frecuencia, escuchamos hablar de un rojo chillón, una frase áspera, un calor pesado… ¿Cuántas veces montamos a una guagua, o vamos a una cafetería, y cuando en los bafles empieza a ladrar un reguetón salvaje, vemos cómo alguien arruga la nariz y contiene la respiración?: hasta algún sensible lugar de su conciencia el sonido llegó putrefacto.
Ya sabemos, el sentido del olfato está muy vinculado al del gusto. Sin olor, la comida es insípida. Cuando algo no nos gusta, es como si oliera mal; al menos simbólicamente. Desde luego, el gusto es variable, propio de cada sujeto, así que en esa materia nadie puede dictar cátedras.
Por ejemplo, en algunos países asiáticos se come la carne de perro; algo que al común de los cubanos provocaría repugnancia. Cualquier fanático de ese alimento argumentaría que con ello no hace daño a nadie; y es verdad. Pudiera, incluso, señalar razones culturales: ¿acaso no es plato típico del arte culinario?
Preguntémonos, sin embargo, qué pasaría si cuando usted entra a la cafetería, en vez del reguetón soez, el mesero le aprieta la nariz y a nombre del arte le obliga a comer una costilla de perro. Aquí no se trata de una sinestesia, la repugnancia sería un hecho tangible; pero, ¿cuál es la diferencia? ¿Acaso el paladar es más importante que el oído?
Sé que pudiese parecer exagerado el ejemplo, de modo que brindaré otro. Imaginen que subo a una guagua y parado en medio del pasillo me pongo a leer en voz alta un ensayo sobre la ideología barroca de Schopenhauer. Más aún, para asegurarme de que todos me escuchen, lo llevo grabado y enciendo el equipo a todo volumen. No me importa si molesto a quien disfruta de otra lectura o quiere estar a solas con sus pensamientos. Me excuso con la premisa de que lo hago a nombre del arte, y este se supone que es libre. Así razonan algunos. Mi amigo diría: “Estos señores padecen de un tacto muy oscuro”.
Recientemente leí el caso de dos jóvenes artistas que fueron multados por embarrase de excrementos frente al Capitolio de La Habana. Según dijeron, se trataba de una performance en protesta por la promulgación del Decreto 349 del 2018. También, haberlo hecho en defensa de la libertad artística. Pasemos por alto que si el sentido de la acción es recto, y por demás se impone su concepto a la gente, entonces no hay arte. Pero bueno, literalmente mudaron esa manifestación de las artes visuales, en una manifestación de las artes fétidas: y aquí tampoco cabe la sinestesia. En todo caso, alguien cierta vez dijo: “Tu libertad de agitar los brazos termina donde empieza mi nariz”. Supongo que igual pasa si en un lugar público alguien riega excrementos. Ya sabemos, estos no suelen parecer artísticos, así provengan de las latas de Piero Manzoni.
El Decreto 349, cuya letra y espíritu responde a insistentes reclamos de intelectuales y artistas cubanos, intenta poner orden en el siempre complejo campo de la comercialización del arte. Sin embargo, cierta prensa —que jura ser cubana, pero que es pagada por los Estados Unidos— ha pretendido tacharlo de “institucionalizar la censura”. Para ello, pretenden confundir al público con un argumento falaz: dicen que el arte ha de ser libre, lo cual es muy cierto; pero callan que su comercialización no lo es.
Un reducido grupo de artistas, vía redes sociales, hacen el coro. Son los mismos que una y otra vez llaman a cambiar el orden constitucional cubano, y a pesar de que consiguen muy pocos likes en sus textos, y casi nadie se los comparte, se presentan como la opción suprema de la nación. Muy bien saben que en cualquier país del mundo la evasión fiscal es un delito; que para comercializar un producto o servicio —incluyendo los artísticos— deben mediar contratos, facturas y demás registros contables. Sin embargo, adornan con la palabra libertad lo que es un claro llamamiento al caos.
Ellos, asimismo, saben que tampoco está permitido a un artista, o grupo de artistas, invadir sin autorización un espacio público para realizar espectáculos. En esto no hay excepción ni cuando solo mueva el altruismo o el amor al arte. Ahora mismo recuerdo un ejemplo clásico. El último concierto público celebrado por la afamada banda The Beatles fue realizado en la azotea de sus estudios en Londres. Llevaban varios años sin actuar en vivo, y no pidieron permiso a nadie; simplemente subieron a la azotea y comenzaron a tocar hacia la calle. Al rato, sin embargo, llegó la policía y tuvieron que parar. ¿La causa?: quejas de los vecinos. Moraleja: Por muy artista famoso que seas, no estás por encima del conjunto de principios jurídicos, políticos, morales y económicos que configuran el orden público.
Ciertamente, justo es apuntar que el Decreto 349 censura y penaliza un grupo de acciones; pero el caso es que sus apasionados críticos evitan referirlas. Preguntémonos por qué. Según el documento, son consideradas contravenciones cuando en el contenido de los audiovisuales se usan inapropiadamente los símbolos patrios, se exhibe material pornográfico; refleja violencia, lenguaje sexista, vulgar y obsceno; discriminación por el color de la piel, la orientación sexual, una discapacidad, y cualquier otra que atente contra la dignidad humana.
¿Acaso, en el fondo, están a favor de la vulgaridad y la grosería? ¿Era eso, realmente, lo que quiso expresar el artista al embadurnarse de excrementos? ¿Necesitarán de un público vulgar, con bajo espesor perceptivo para recibir aplausos? Ante tales hechos, mi amigo respondería con una doble sinestesia: Es que sus propósitos son de una claridad bullangueramente apestosa.
Puedo decir que Escambray es dentro de la prensa cubana, quizás el medio menos complaciente y más crítico con la desidia, conformismo y triunfalismo absurdo que abunda en la mayoría de los medios de comunicación de nuestro país, a mi casi siempre me han publicado mis comentarios que reconozco no siempre van con la línea del periódico. Si debo aclarar algo, en dos o tres ocasiones he criticado artículos del Sr. Guzmán y nunca me los han publicado, en eso, estoy de acuerdo con José. Saludos.
creo que aqui se mezclan cosas distintas. una cosa es la contaminacion acustica (cocheros, vecinos que te matan con bafles que proyectan una musica estridente, etc.,) y otra la letra callejera y en ocasiones vulgar, de ciertas canciones populares. Lo primero, fenomeno extendido y desatendido en Cuba desde hace decadas, venia exigiendo frenos desde mucho antes de que surgiera el reggeaton, y al parecer, a casi nadie -autoridades administrativas me refiero, le importaba. En cuanto a lo segundo, la cuestion es mucho mas discutible y complicada de resolver. Lo cierto es que hay letras cuyos compositores bien podrian dedicarse a otra cosa…y si, me parece adecuado que se fijen limites a la promocion de semejantes temas por todos los medios posible. pero quiere ello decir que el fenomeno va a desaparecer??? NO. La prohibicion muy pocas veces conduce a buen puerto. Pues como mismo se escuchaba a los beatles -y a Willie Chririno o Celia Cruz- en silencio durante las decadas de censura (o emisoras de radio prohibidas, etc.) tambien se seguiran escuchando estos temas entre lo jovenes cubanos. lamentablemente es asi y no creo que exista decreto capaz de eliminar eso….de ahi que la solucion ideal no sea la que se ha tomado…
En principio: no creo, ni remotamente, que las disfunciones institucionales en ámbitos estatales, privados o familiares, en la promoción y consumo de la cultura artísticas se resuelvan por decreto, en una Cuba donde -es sabido-, usualmente el mismo estado aplica selectivamente las regulaciones jurídicas y/o administrativas.
Hay que legislar, regular y organizar, sí, sobre la base de una moralidad real, de una axiología verificable en la praxis cuando también, y sobre todo, si se hubiera educado en valores, si se hubiera fomentado con eficacia valoraciones acordes a una ética del respeto, la tolerancia, la honradez, la decencia, la crítica… probablemente no hubiéramos llegado al estadío actual… nada de lo cual se logra por decreto sino con el ejemplo, en primerísino lugar, con las praxis estatales acordes a esos valores y esas valoraciones…. Si no quieres que un privado haga bulla, no fomentes la bulla si representas a un entidad estatal o gubernamental o política. Si no quieres vulgaridad en las paladares, lleva a los restaurantes estatales a los artistas más representativos y éticos de tu localidad, con verdadera trascendencia cultural, y no los tengas pidiendo migajas para, a duras penas, llegar a fin de mes, y no les debas miles de pesos como les deben las entidades de Granma y el Centro Provincial de la Música de Granma a los artistas manzanilleros.
Uno se pregunta: ¿De qué le sirve a Diaz-Canel un decreto si sus representantes o funcionarios en un municipio, como Manzanillo, por ejemplo, lo han violado cada día de este verano?
A los enemigos jurados de la revolución -o de este gobierno, llámemosle como prefiera-, no les interesa responder a esa pregunta, porque quienes todos los días, en las comunidades, siendo representantes de la autoridad que ha decretado, violan lo mismo que el presidente firma, le están haciendo el trabajo de «vanguardia» a esos enemigos reales o supuestos de esta real o supuesta revolución.
¿Cuántas veces, en el último año, no denuncié en este muro la difusión de música vulgar y discriminatoria en espacios estatales e institucionales de Manzanillo con pruebas documentales? ¿Qué hicieron las autoridades? Nada, o sí, hicieron, lo de siempre: tildarme de renegado, frustrado, contrarrevolucionario…
Entonces los auténticos enemigos -me refiero a anexionistas y mercenarios contrarios, mas que a una revolución las veces incoherente con sus propios postulados, a la propia Cuba hermosa, decente, inclusiva y justa con la que algunos soñamos-, se concentran en llevarnos a todos hacia un seudo-debate siempre polarizado, con la tonta confabulación de los llamados intelectuales y artistas revolucionarios del otro extremo, hacia un debate absurdo acerca de un decreto que NI ES EL PROBLEMA, NI ES LA SOLUCIÓN AL PROBLEMA y que, sólo pone sobre sus 13 artículos aquellos reclamos de muchas personas honradas y decentes de este país que, creyendo ingenuamente en la UNEAC, AHS y otros circos de retóricas, llevábamos -y algunos llevan-, años y más años alertando, demostrando, y analizando la debacle axiológica que nos rodea cotidianamente.
Porque es una falacia manipuladora PRETENDER QUE UN DECRETO PUEDA LIMITAR LA LIBERTAD DE CREACIÓN DE UN ESCRITOR O ARTISTA VERDADERO si éste está dispuesto a ser consecuente con su talento y vocación, tanto como es una falacia manipuladora pretender que un DECRETO VAYA A RESOLVER LOS TUMORES CULTURALES QUE LA DESIDIA ESTATAL INSTITUCIONAL ha permitido se acumulen durante años.
Nos alejamos entonces del análisis que, en mi opinión, en verdad deberíamos estar haciendo. El análisis de los anti-valores en nuestra sociedad, de cómo se significan artísticamente esos anti-valores, al punto de que un cada vez mayoritario sector de nuestra población -sin distinción de profesión o grado de escolaridad-, acepta como «normal» los comportamientos corruptos difícilmente probables en un tribunal, -entregarle un porciento del dinero ganado en la actuación a ciertos funcionarios para que los contraten y les paguen cuanto antes, por ejemplo- manifestaciones de anti-valores que han conllevado a la aparente necesidad de un decreto como ese. Ese sería el debate honrado y sosegado que deberíamos tener, no sólo en congreso o asambleas de la UNEAC y la AHS, sino en cada aula, de cada enseñanza, en cada organización de masas si es que en verdad sirven para algo más que la consigna y la retórica de barricada, en La Jiribilla y en Oncuba, en La Joven Cuba y la Pupila Insomne, y en cuanto espacio virtual o real tengamos a nuestro alcance, y que los decisores políticos y gubernamentales, algunos de ellos caciquilos locales, se aparten de la soberbia y el ridículo al que los conlleva eventualmente la ignorancia de las dinámicas culturales.
La historia demuestra que cuando una sociedad precisa de un ordenamiento jurídico POR DECRETO, es porque esa sociedad SE DERROTÓ A SI MISMA en el empeño de autoconvencerse, autoregularse y conciliar lo que, sabe, es correcto, pero no aplica conscientemente por deformaciones, doble moral y mezquindad.
Quien gobierna POR DECRETO es porque no puede gobernar POR RAZONES.
Lo asevero con dolor, y me aferro a la esperanza de que, al fin, este país que amo, cada uno de nosotros, despertemos del letargo de las consigas y las autojustificaciones, las poralizaciones ideopolíticas y los extremos, y decidamos abrirnos el corazón a las esencias.
Las regulaciones legales no son únicas de Cuba, cualquier país decentemente civilizado posee un compendio jurídico que da orden a todos los procesos para que no vivamos en la ley de la selva. Desgraciadamente el mundo gira alrrededor de una agenda comercial. Muchos que se autodenominan artistas no atraen públicos que paguen entradas o compren discos y que hagan que las instituciones los contraten. Además cuando esto sucede no son capaces de atraer públicos que generen ingresos que justifique su presencia en un espacio cultural con otros fines netamente comerciales. Otros ilusos que porque pertenecen a la AHS u otra organización se creen con derecho de invadir espacios donde el público no los quiere y para colmo quiere que le paguen por su falta de talento. Nunca he leido una mala crítica en un medio de prensa, toda obra «siempre tiene éxito» y cuando pasan una cámara por el auditorio hay cuatro gatos sentados, uno de ellos el director de cultura. Quieren obligarnos a consumir un arte que no nos interesa y encima se nos llama incultos
Está muy bien la moraleja enunciada por el autor del artículo. Es una lástima que no se aplique con la misma vehemencia a las instituciones culturales que reiteradamente vulneran el buen gusto y la tranquilidad ciudadana con sus altos decibeles. Es indignante la impunidad de la que gozan. Lo dice una de las tantas víctimas por años de los desmanes de la Disco Centro de Olivos 2.
No me crea tonto , que Ud. debe saber muy bien que jamas me han publicado un comentario rebatiendo a PASTOR GUZMAN. Jamas !. Me han publicado respuestas a articulos de Enrique Ojito y Dayamis Sotolongo, dos excelentes periodistas de este periodico, pero pareciera que Guzman es intocable y no se le pude contradecir con respuestas majaderas y en la esquina opuesta. Ahora publica mi queja para ponerme en ridiculo y echar por tierra mi comentario de protesta. Mejor preguntele al que censura mis comentarios y tal vez de otros lectores, por que lo hace si son respetuosos pero no babosos.
No se trata de hacerlo ver como un tonto. Nunca será esa la intención que encuentre en este espacio. Pero tampoco intente sembrar criterios opuestos a este medio con afirmaciones absolutas muy fáciles de desmontar con una simple búsqueda de sus comentarios anteriores que aquí aparecen y que niegan de manera rotunda sus marcados: JAMÁS, o su anterior NI UNO. Lo invito a revisar y se dará cuenta que erró siendo absoluto.
Creo que la censura existe y no solo a mi tocayo quién tiene razón cuando afirma que jamás,ni por aproximados el periódico se ha apartado un milímetro de la línea oficial,lo que se comprende.El periódico es propiedad del estado.En el capitalismo los periódicos jamás critican sus anunciantes,sin ellos no habría periódico
La censura empieza porque ni este ni los demás periódicos cubanos publican opiniones en contra de la línea oficial del gobierno. No se cuantas veces he enviado comentarios respondiendo a artículos de PASTOR GUZMÁN, respetuosos, pero discrepantes de la A a la Z, y no me han publicado ni uno. Entonces si hay censura, pero no lo admiten.
JOSE
Este mismo espacio es la mejor respuesta a su comentario. Una simple búsqueda saca a la luz que se han publicado 53 comentarios remitidos bajo ese «nombre» y desde esa misma dirección. Por tanto, hay problemas en su matemática o resulta infundado su criterio de que no se ha publicado ni uno. No es, entonces, el mejor argumento de censura.