El despido del secretario norteamericano de Estado, Rex Tillerson, confirma para muchas fuentes el desorden de una administración que a más de un año de iniciada sigue sin estabilizar a sus figuras más importantes.
Aunque esperado desde hacía tiempo, dada la tensa relación entre el titular y el presidente Donald Trump, el anuncio sobre la salida de Tillerson del actual gabinete causó sorpresa por llegar en un momento de retos diplomáticos importantes para el país.
Solo una semana antes el propio mandatario había negado los reportes de prensa que apuntaban a la existencia de anarquía en su gobierno debido a las renuncias y despidos de muchos funcionarios.
La nueva narrativa de noticias falsas es que hay caos en la Casa Blanca, indicó el presidente el 6 de marzo.
Solo siete días después se conoció sobre la partida de Tillerson, una noticia que por su relevancia dejó en un segundo plano otro movimiento en la mansión ejecutiva: el despido del asesor personal del presidente, John McEntee, por estar bajo investigación debido a crímenes financieros serios.
Ambas figuras se unieron así a una larga lista de personas que abandonaron sus puestos desde la toma de posesión de Trump el 20 de enero de 2017.
Cuando 10 días después de iniciar su mandato Trump sacó del cargo a la entonces fiscal general interina, Sally Yates, el hecho no resultó tan inesperado por tratarse de una funcionaria proveniente de la administración previa, y que se negó a aplicar polémicas órdenes sobre inmigración.
Pero las partidas continuaron en fecha tan temprana como el 13 de febrero de 2017, cuando el exasesor de Seguridad Nacional Michael Flynn renunció debido a reportes de que informó erróneamente al vicepresidente Mike Pence sobre sus contactos con un diplomático ruso.
Los tres meses siguientes transcurrieron sin que dejaran la administración figuras de alto perfil, pero se generó gran conmoción a nivel nacional cuando Trump despidió el 9 de mayo al entonces director del Buró Federal de Investigaciones (FBI), James Comey.
El hecho de que el jefe de Estado sacara de su puesto a la persona que guiaba la pesquisa sobre una presunta interferencia rusa en las elecciones de 2016 y una supuesta complicidad con el equipo de campaña del mandatario llevó a que varias voces lo acusaran de obstrucción de la justicia.
Ante los reclamos generados por el despido del titular del FBI, el Departamento de Justicia se vio obligado a nombrar a un fiscal especial para dirigir las indagaciones sobre los comicios.
Poco después de la situación con Comey se difundió, además, la dimisión de Mike Dubke, exdirector de Comunicaciones de la Casa Blanca, un puesto que después tuvo otros cambios sonados.
El 21 de julio, en tanto, ocurrió la renuncia de quien era hasta el momento uno de los rostros más visibles del ejecutivo, el secretario de prensa, Sean Spicer.
Medios locales reportaron que lo sucedido con Spicer estuvo motivado, en buena medida, con su desacuerdo con la decisión de Trump de nombrar al financista Anthony Scaramucci como nuevo director de Comunicaciones, cargo que asumió el mismo día de la dimisión del titular de prensa.
Según el diario The New York Times, el secretario le expresó al presidente que estaba muy en desacuerdo con la elección del neoyorkino, quien presuntamente tenía una relación tensa con el propio Spicer y con quien era en ese momento el jefe de personal de la mansión ejecutiva, Reince Priebus.
La retirada del exvocero fue solo el inicio de un éxodo estival en el que no quedarían en la Casa Blanca ni Priebus ni Scaramucci, y como parte del cual también partieron el exjefe de estrategia de Trump, Stepehn Bannon, y el exasesor Sebastian Gorka.
En el caso del jefe de gabinete, el gobernante lo despidió justo una semana después de la salida de Spicer, el viernes 28 de julio, luego de días de rumores sobre la existencia de tensiones internas, y en su lugar nombró a John Kelly, quien hasta esa fecha era el secretario de Seguridad Nacional.
Scaramucci le siguió el lunes siguiente, en lo que significó la estancia más corta de un miembro de la administración Trump, que dio lugar a incontables bromas y memes en las redes sociales, entre los cuales el más popular fue el cartel de la película Cómo perder a un hombre en 10 días.
El 18 de agosto la Casa Blanca anunció que también Bannon terminaba su trabajo, lo cual representó la caída de quien llegó a ser considerado un presidente en la sombra en los momentos iniciales del mandato.
Con su partida, Trump dejó ir a uno de sus empleados más polémicos, visto como el ideólogo de políticas controversiales y criticado en varios círculos por sus vínculos con la llamada derecha alternativa.
Gorka, por su parte, era muy cercano al antiguo jefe de estrategia dentro de la Casa Blanca y su marcha se concretó siete días más tarde, lo cual fue calificado como el fin de la era Bannon.
Tras el tumultuoso verano, el exsecretario de Salud, Tom Price, abandonó esa posición el 29 de septiembre en medio de un escándalo por el uso de aviones privados y gubernamentales que costaron a los contribuyentes cientos de miles de dólares.
En los meses siguientes dejaron el gobierno la ex viceconsejera de Seguridad Nacional Dina Powell, la asesora Omarosa Manigault y el secretario presidencial Rob Porter, quien fue acusado por dos antiguas parejas de abuso doméstico.
La inestabilidad del cargo de director de Comunicaciones se confirmó el 28 de febrero pasado, cuando se dio a conocer que la entonces ocupante de ese puesto, Hope Hicks, había dimitido.
El caso de Hicks despertó comentarios de que ocurrirían nuevas marchas masivas, algo que parece confirmarse con las salidas posteriores de McEntee y Tillerson, y del principal asesor económico de Trump, Gary Cohn, quien dejó esa posición el 6 de marzo.
Dentro de la administración que, según el mandatario, no se encuentra en caos, los medios prevén próximos despidos, que podrían incluir al fiscal general del país, Jeff Sessions, e incluso al propio Kelly.
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