La caída en combate del Mayor General Serafín Sánchez Valdivia el 18 de noviembre, hace 122 años en el Paso de Las Damas, devino epílogo glorioso a una vida dedicada a la lucha por la libertad de su patria
Dos generales españoles: López Amor y Armiñán, acudieron el 18 de noviembre de 1896 al reto planteado en el Paso de Las Damas por el Mayor General Serafín Sánchez, quien, a su regreso de la región oriental de la isla en función de Inspector General del Ejército Libertador había reasumido en la práctica el mando del IV Cuerpo del Ejército Libertador.
Se afirma por algunos que el prócer espirituano envió la víspera a su ciudad natal a un prisionero capturado en el combate de Manaquita, con un reto a López Amor, quien se mantuvo con sus batallones en la villa del Yayabo, donde ha acudido a refugiarse ese mismo día el coronel Armiñán, acabado de derrotar por Serafín en aquella comarca. El susodicho ya es general por cargo y grado.
DOS GENERALES ESCARMENTADOS
Tanto para Armiñán como para López Amor, quienes en principio no tienen la certeza de la presencia de su vencedor junto al Zaza, la fijación contra el Mayor General Serafín Sánchez está más que fundamentada, pues sus superiores los han llamado a capítulo por la “libertad” con que se mueven sus tropas en toda la región, algo que no han podido evitar, y además porque los dos estuvieron en serio peligro frente a las tropas del espirituano.
Hay que decir que la “deuda” viene de larga data. Es hecho conocido que López Amor y Armiñán han sido dos de los principales pivotes de las operaciones del ejército colonial español contra los insurrectos en la región central de la isla, desde Santa Clara hasta los límites de la Trocha de Júcaro-Morón. El primero, sobre todo, ha combatido en la zona de Cienfuegos y en la de Sagua, y sufrió particularmente durante la invasión, cuando sus tropas no pudieron detener a los mambises en su paso arrollador hacia occidente.
Cierto que los derrotados principales fueron entonces los jefes hispanos generales Oliver, Lara y el coronel Zubia, situados con sus columnas en contacto con el contingente invasor en Bocas de Toro y luego en Mal Tiempo, donde intervienen de nuevo los generales Oliver, Lara y, además, Palanca, bajo el mando del general Arizón, a quien se adjudica la derrota, pero en todos los combates colaterales han tenido que ver, de una u otra forma, Armiñán y López Amor, ubicado este último en la guarnición en Santa Clara.
Sin embargo, el primero tendría su Waterloo en el combate de Manajanabo, librado el 8 de febrero de 1896. Allí acude Serafín con unos 1 000 hombres, cuyo objetivo es organizar las estructuras del IV Cuerpo del Ejército Libertador y enviar un fuerte refuerzo a Maceo, que opera en la zona occidental.
Serafín logra aglutinar a cientos de hombres, muchos de ellos desarmados, para entregarlos en Manajanabo a Quintín Banderas —según habían convenido—, quien debía conducirlos hasta el occidente como refuerzo al general Maceo; lo que no pudo ser, por no concurrir Banderas y tener que enfrentar solo con sus fuerzas el duro combate contra fuerzas superiores.
Serafín no pretendía combatir en el lugar, sino evitar la lucha para ahorrar recursos que se necesitaban en occidente, pero cuando se aproxima a Manajanabo, concretamente en Biajacas Gordas, se encuentra con una tropa de 1 800 hombres, mandada por López Amor, combate que no puede evitar.
Piensa que Quintín, una vez repuesto de sus heridas, y como le había instruido poco antes en su refugio escambraico, cercano a Manicaragua, debía llegar de un momento a otro al frente de 1 000 combatientes, lo que ofrecía la oportunidad de copar y destruir aquel grueso contingente de fuerzas enemigas.
Allí, pese al extravío —por pérdida del práctico— de una columna envolvente que ha mandado Serafín a rodear a los españoles, y que demora demasiado en presentarse en el lugar de la acción en el momento culminante, y además —en primer lugar— la no llegada de Banderas, las fuerzas insurrectas logran derrotar a los 1 800 soldados de López Amor, poniéndolos en fuga ya al anochecer, después de cinco horas de combate, y causarles cerca de 300 bajas, así como capturarles armas, municiones y bagajes.
López Amor no podría olvidar nunca en qué precarias condiciones lograron él y sus tropas, diezmadas y desmoralizadas, escapar a través del lecho seco de arroyos y cañadas para ir a refugiase en Santa Clara. Armiñán, a su vez, se las había visto negras en varios lances frente a las fuerzas insurrectas comandadas por Serafín, el último, el 17 de noviembre en los potreros de La Yamagua, Manaquitas, donde fue zarandeado sin compasión pese a contar con 700 hombres bajo su mando.
LAS DAMAS: RESUMEN SUSCINTO
Si en Manajanabo chocaron en total cerca de 3 000 hombres, a Las Damas acudieron 2 600 españoles frente a poco más de 800 insurrectos, la mitad de los cuales ni siquiera llegó a entablar combate. Serafín convocó allí al enemigo con la clara intención de desgastarlo en un lugar propicio escogido ex profeso, donde la orilla más alta de la ribera izquierda del río Zaza, cundida de vegetación, permitiría a sus tiradores una defensa efectiva de sus posiciones para compensar la desventaja frente a un enemigo superior.
El espirituano dispuso qué lugar ocuparía cada una de sus unidades y ubicó su jefatura en una altura situada en una elevación detrás y al centro de todo el dispositivo de combate. “La posición de los cubanos —dice Gerardo Castellanos— lo mismo podía utilizarse para atraer al enemigo a un choque combinado en la quebrada, como para preparar de antemano la retirada”.
Al costo de un gran gasto de parque, las tropas cubanas mantuvieron a raya a las hispanas de caballería e infantería, con apoyo artillero, en los pasos de Las Damas y La Larga, durante más de tres horas, al cabo de lo cual, ya casi con las cartucheras vacías, Serafín Sánchez dispuso el repliegue ordenado de sus tropas, que sería cubierto por el brigadier José González Planas, al mando de la infantería insurrecta, con el enemigo penetrando ya en sus posiciones.
Cuando Serafín se retira con su Estado Mayor y escolta flanqueado por los generales Francisco Carrillo y Avelino Rosas, a las 5:15 p.m., una bala “perdida” de máuser español lo encuentra en su trayectoria en el momento que él se vuelve para observar el avance adversario. Su marcial figura se estremece y, demudado, empieza a desplomarse, momento en que, con agilidad felina, salta a la grupa de su caballo su ordenanza, José Inés Fernández, y ayuda a ponerlo suavemente en tierra.
Allí, según referencias históricas, exclama el caído: “¡Me han matado!”, y mirando con ojos ya vidriosos a sus compañeros, añade: “¡Eso no es nada!”, tras lo cual ordena: “¡Siga la marcha!”. Del lado hispano, Armiñán y López Amor piensan que han ganado la batalla al ver como avanzan los suyos, momento en que, cual un huracán, se arrojan sobre ellos con sus huestes los coroneles Loynaz y González Planas, enardecidos por el dolor y la furia de ver caer a su jefe y amigo, y hacen una degollina entre los soldados de Iberia, obligando al resto a repasar el río. Los cubanos quedan dueños del campo y allí pernoctan.
Ignorantes de lo sucedido, con el amargo sabor de la derrota, regresan ya de noche a Sancti Spíritus los dos generales españoles en medio de una procesión formada por sus agotadas tropas, que llevan consigo 33 camillas y otros 50 heridos a caballo, sin que nunca se llegara a saber el número exacto de muertos, en cuatro horas de combate frente a cientos de tiradores expertos.
Serafín ha caído, sí, el dolor es inmenso, pero se ha cumplido su objetivo de corroer al enemigo y algo que no previó: Las Damas quedó en manos cubanas. Por tanto, el 18 de noviembre resultó agridulce; un infortunio mezclado con los laureles de la victoria.
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