En una mañana memorable en el escenario épico del inicio hace 150 años de nuestras guerras por la independencia, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, pronunció un discurso que llama a la reflexión a las generaciones actuales de cubanos, en el cual rindió tributo al líder histórico de la Revolución, Fidel Castro Ruz, al autor intelectual de esta gesta, José Martí Pérez, y, en especial, al hombre que con su manifiesto de Independencia o Muerte, inició el 10 de octubre de 1868 una etapa histórica de la cual emergió en toda su pujanza la nacionalidad cubana, Carlos Manuel de Céspedes.
“Somos Cuba —expresó Díaz-Canel—, ustedes, nosotros, la Historia y este paisaje formidable que parece un lienzo de la nación, por el mar y la montaña al fondo y en el centro los viejos hierros del ingenio, abrazados a un poderoso jagüey”…
El orador apuntó: “Hoy venimos a pedirle permiso a la historia para entrar en uno de sus recintos sagrados. A rendir culto a quienes nos dieron nación y a quienes la rescataron después sin tomar para si más que los sacrificios”, para añadir que: “es legítimo reverenciar el suelo por donde cabalgaron juntos, bajo un torrencial aguacero, el antiguo amo y los que hasta ese día fueron sus esclavos. Así nació hace 150 años la Revolución cubana. Y aquí un siglo después, Fidel marcó su carácter único desde el 10 de octubre de 1868, hasta nuestros días”.
En una continua simbiosis de la historia de Cuba, Díaz- Canel evocó el medular discurso pronunciado hace medio siglo por Fidel en ese mismo lugar, en ocasión del centenario de La Demajagua, en el cual aportó una interpretación de Céspedes y su gesto heroico que lo hizo acreedor del calificativo de Padre de la Patria, en la cual se deduce que ello no se circunscribe a su negativa de deponer las armas a costa de la vida de su hijo Oscar, como reflejan los libros de historia, sino que tiene razones mucho más profundas y complejas.
Las reflexiones de un apasionado de la historia como Fidel, —añadió—fueron aquel día, más que discurso, una sensible invitación a resucitar con el corazón plena y definitivamente libre, desde viejas lecciones importadas y reduccionistas, el dramático curso del proceso iniciado 100 años antes en este valle, tan próximo al pantano por donde él mismo reingresaría al país en 1956 con la expedición destinada a rescatar la Revolución, frustrada por la intervención extranjera, y a la vista de las montañas donde la Generación del Centenario pelearía otra vez por la independencia con la misma entrega de los fundadores de la nación.
El mandatario cubano destacó la vigencia de lo expresado aquel día por Fidel y señaló que había intentado entresacar frases que marcaran su trascendencia histórica, y llegó a la conclusión de que todas son trascendentes, como cuando expresó: “En Cuba ha habido una sola Revolución, la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868 y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes”.
Díaz-Canel recordó el destaque que hizo el mejor alumno de Martí de las decisiones de Céspedes, cuando, convencido de que esperar podía significar la prisión o la muerte, y el fracaso de todo el proyecto insurreccional, decidió pronunciarse en armas sin tener las condiciones mínimas creadas. Y también aquella en que, sin tener consenso de los otros hacendados patriotas en el momento de su grito libertario, resolvió dar la libertad sus esclavos, principio de un capítulo nuevo como fue la participación de negros y mestizos en la lucha por la independencia, con Antonio Maceo, como paradigma glorioso.
De todo aquello, el Presidente dedujo: “Fidel nos alienta más en nuestra gratitud para reunirnos a conmemorar a nuestros padres, y que nuestra generación responde: si en 1968 fue la necesidad de analizar la historia a la luz de los conceptos marxistas, para ponerle todos los laureles que le habían escamoteado los interventores, hoy esta misma historia nos está exigiendo repasos y aprendizajes, indispensables para el tránsito hacia una nueva etapa de la misma revolución que no ha cesado 150 años después”.
Apuntó que el pueblo cubano en todos sus grados y niveles tiene el deber inexcusable de estudiar este capítulo de nuestra historia a través del discurso de Fidel en 1968, junto a otros dos inseparables de aquel: El del 13 de marzo de 1965 en la escalinata de la Universidad de La Habana, y el del 11 de mayo de 1973 en Jimaguayú.
“En esa triada magnífica, digna del extraordinario intelectual y orador que los hizo —dijo—, se puede beber, como en ninguna otra fuente, el valor de la unidad y de las bellas frases que hemos escogido para identificarnos en redes sociales y otros espacios que la comunicación actual impone: somos Cuba.
Finalmente el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros reafirmó la continuidad y fidelidad al legado de Céspedes, Martí, Fidel y otros próceres, cuando enunció: “Hoy aquí, los hijos más jóvenes de la patria han participado el mensaje a las nuevas generaciones que expresa nuestra firme determinación de que no claudicaremos, no traicionaremos y no nos rendiremos jamás.
“Asumamos como nuestras y como firme decisión de continuidad, las palabras de Fidel aquel 10 de octubre de 1968, porque este pueblo igual que ha luchado 100 años por su destino, es capaz de luchar otros 100 por este mismo destino”, concluyó.
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