Le había explicado todo: que las hojas de tabaco las había salvado de la humedad gracias a la ocurrencia de calentarlas con carbón vegetal, que aquella mazorca de maíz tenía unos granos que podían parecer transgénicos; pero, no; que los cultivos todos habían crecido abonándolos con mucho esfuerzo y que hasta la limonada que acababa de tomarse había sido hecha con los mismos limones que antes había tenido entre sus manos. Solo entonces, sentados frente a frente en uno de los bancos de aquel ranchón de guano donde compartían hasta las gotas de sudor, Yoandy Rodríguez —ese joven campesino cabaiguanense— escuchó, quizás, la más insólita sugerencia:
—Piensa en comprarte una computadora —dicen que más o menos fueron las palabras de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros—. Algún día aquí, en La Gloriosa, tendrás Internet y podrás saber de primera mano sobre el parte meteorológico, las semillas o las novedades de la producción agropecuaria.
Y mientras le hablaba, a Yoandy no se le figuraba como el mandatario que es, sino como un conocido de años a quien acababa de poner al día acerca de los últimos avances de sus sembradíos. No era la primera vez que estaba en su casa; tampoco fue la única visita en tierras espirituanas. Antes de llegar a la finca La Gloriosa, el viernes 6 de julio, Díaz-Canel había aterrizado en Santa Clara procedente de Montego Bay, Jamaica, y ya se le aguardaba en Sancti Spíritus.
Tanto que cuando se bajó de aquel auto en las narices mismas de ese pedazo de puente, en Zaza del Medio, los vecinos —y otros más— llevaban horas con las sombrillas abiertas para verlo, aunque fuera de lejos.
Ni falta hizo. El mandatario escuchó las explicaciones de los ingenieros, indagó acerca de la supuesta culpabilidad de la aparecida ceiba, precisó soluciones, se asomó hasta el mismísimo borde del viaducto y de dos o tres zancadas se encaramó ladera arriba para parársele delante a toda aquella gente. Y los pobladores respondiendo y él preguntando; y los lugareños contando de las peripecias para acceder al otro lado y él advirtiéndoles de tener cuidado; y la gente amontonándose hasta para filmarlo en los móviles y él asegurándoles que no habrá otra ceiba que tumbe el puente, que quedará mejor que como estaba.
De allí iría, luego, a otro río: el Cayajaná. Primero, hizo una parada en el tejar San Agustín —en la cabecera provincial— para constatar que aquella arcilla se vuelve tubos, tejas…, un sinfín de objetos que se venden después a la población; pie forzado para que el dirigente recalcara la necesidad de que cada surtido llegue a su destino, sin desvíos en la comercialización.
Más tarde, parado encima de ese océano que suele semejar la presa Zaza, en las compuertas del río Cayajaná, Díaz-Canel —junto a las máximas autoridades del territorio— supo de los miles y miles de metros cúbicos de agua que le han entrado y salido al acuatorio, de las afectaciones al sistema hidráulico de la provincia, de las crecidas de los ríos… y hubo tiempo hasta para las remembranzas. Con la Zaza a sus espaldas, recordó aquellos días juveniles en que solía venir a bañarse al río Agabama, en un salto ubicado cerca de Fomento que aún hoy sigue siendo un balneario.
Sería una especie de impasse en su agenda, la otra “pausa” llegaría al fi lo de las seis de la tarde cuando en aquel teatro de la Asamblea Provincial del Poder Popular intercambiaría con los principales cuadros del territorio junto a Salvador Valdés Mesa, primer vicepresidente cubano, que también había andado recorriendo la provincia.
Y allí llegaron las orientaciones del Presidente de sacar experiencias de los fenómenos meteorológicos que han afectado la provincia, la urgencia de revertir los daños, la necesidad de rehabilitar los sistemas de drenaje —pues en temporales su deterioro suele ahogar hasta los caminos— y la planificación, de manera diferente, del mantenimiento a los puentes y las obras de fábrica. Luego, a esas horas en que el parque Serafín Sánchez se torna un enjambre de niños, mujeres, hombres y ancianos ora descansando, ora conectados a la wifi, llegó DíazCanel para volverse más noticia que las mismas redes.
Caminaría entonces por el bulevar y entraría al Café Real, al hotel Don Florencio, a esa suerte de ciudad en miniatura que habita en una de aquellas casonas en la que se halla la maqueta de la ciudad, a la nueva parrillada que le nació al Boquete del Coco, donde dicen que un pequeño de tres años lo dejó momentáneamente sin respuestas al inquirirle: “¿Y tú quién eres?”.
Indagó hasta por los tótems que se paran en el bulevar —esos armatostes metálicos que simulan un Joven Club— y el molote de pueblo, incontenible, y las manos extendidas de unos y sostenidas por él; y las fotos en los celulares de otros. Después de tanto caminar le revelaría a la prensa: “Ya conocíamos el trabajo que venía haciendo Sancti Spíritus en otras visitas, particularmente cuando fue sede del acto central por el 26 de Julio, dos años atrás. En aquel momento veíamos que había una intención de reanimación de un grupo de instituciones para servicios a la población con buen gusto, imagen, integralidad, y lo que hoy me emociona es que precisamente no perdieron el ritmo”.
Fue una visita de leyenda. En su primer recorrido como mandatario cubano la gente lo veló, lo esperó, lo siguió y lo llevó, incluso, hasta donde nunca puso un pie. Me lo confirmaría el panadero ambulante que sobre las 10:00 p.m. suele despabilarme cada noche. A esas horas el hombre aquel con el cajón de panes en su bicicleta ni imaginaba que Díaz-Canel solo había estado a kilómetros de la cabecera municipal de Cabaiguán, que yo me había quedado con la ilusión de poder acompañarlo en su periplo como reportera y que en ese instante estaba elogiando la decencia de los espirituanos en el bulevar de esa ciudad.
—Oiga, periodista, no es cuento, el Presidente estuvo por aquí.
Excelente compilación. Eso es un verdadero presidente de pueblo.