Es octubre de 1958 y la Columna Invasora No. 8 que conduce el famoso guerrillero argentino-cubano Ernesto Che Guevara desde la Sierra Maestra se arrastra fatigosamente al límite de la resistencia física de cada uno de sus cerca de 140 integrantes siguiendo el eje suroeste de la provincia de Camagüey.
A lo largo de casi 50 días han recorrido unos 500 kilómetros, jalonados de bombardeos y ametrallamientos aéreos, del constante acoso de fuerzas superiores del enemigo, de escaramuzas y combates, de casi no dormir, de prácticamente no comer, mojados y sudados hasta los tuétanos, con los pies desechos por la interminable caminata.
El 14 de octubre, jornada 45 de aquel calvario, la cansada y esmirriada tropa entra en territorio espirituano. Joel Iglesias reflejó así aquellos instantes inolvidables: “El día había amanecido nublado, pero a medida que fue despejándose y comenzaron a observarse los rayos del sol, aparecieron ante nuestros ojos, en la lejanía, con un color azuloso, las primeras lomas de la Sierra del Escambray. La alegría nos colmó a todos”.
El Che, en un informe a Fidel, le escribe poco después: “El paso del (río) Jatibonico fue como un pasaje de las tinieblas a la luz. Desde el día anterior azulaban las sierras a lo lejos y hasta el más remiso lomero sentía unas ganas terribles de llegar”(…) Ramiro Valdés expresó a su vez que “fue como un conmutador eléctrico que encendiera la luz”, y es una imagen exacta.
LA ACTIVA RETAGUARDIA
Manuel López Marín, Manguire, contaba entonces 32 años cuando tuvieron lugar los hechos que refiere a este redactor. Detenido en varias ocasiones y torturado, Manguire, uno de los máximos representantes del Movimiento 26 de Julio en Sancti Spíritus, tenía en aquel tiempo la vida pendiente de un hilo.
En octubre de 1958, la Dirección del 26 en Las Villas le comunicó a su agente Mauricio —su nombre de guerra— la proximidad de un grupo de guerrilleros que venían de la Sierra Maestra a la del Escambray, y le orientó hacer todo lo posible por establecer contacto con ellos y prestarles ayuda.
Mauricio fue a la provincia de Camagüey y recorrió la zona de Júcaro y áreas costeras, averiguando entre los campesinos del lugar si habían visto o conocido movimientos de alzados por esos lares y confesándoles su intención de ayudarles, con lo cual se exponía peligrosamente. Como la búsqueda fue infructuosa, el indagante se movió hacia el sur de Jatibonico y Sancti Spíritus, recorriendo Atollaosa, Sigual, Las Nuevas, Guanal Alto y otros puntos, sin poder establecer contactos ni tener noticias de los invasores.
Encontrándose de regreso en Sancti Spíritus, en los momentos en que sostenía una reunión en la casa de Jorge Sánchez con algunos compañeros de la Dirección del 26 de Julio en Santa Clara, vino a verlo Modesto León, uno de los campesinos contactados por Mauricio, para informarle que al fondo de la finca donde vivía se encontraba acampado un numeroso grupo de alzados.
Mauricio-Manguire comunicó inmediatamente a los demás la buena nueva y les propuso partir cuanto antes para el lugar, lo que todos acogieron con alegría. Como por el propio León conoció del fuerte dispositivo establecido por los guardias a lo largo de la carretera de Trinidad, para impedir el cruce de la Columna Invasora hacia el Escambray, se le ocurrió la estratagema de inventar una fiesta de cumpleaños en la casa de Modesto, a fin de despistar al enemigo.
Salieron en tres vehículos; el suyo, un Oldsmovile, el pisicorre de Pablo Bermúdez, quien iría con su esposa e hijos, y la gente de Santa Clara: una mujer y dos hombres, en un jeep. Mauricio llevaba incluso una guitarra para hacer más creíble su coartada.
Interceptados por el Ejército en el Entronque de Guasimal, los guardias les preguntaron a qué iban. Modesto, dueño de la finca María Elena, en Río Abajo, les dijo que iba para su casa a festejar el cumpleaños de su hija. Como los soldados no se creían mucho el cuento, Modesto y Bermúdez mostraron sus credenciales de agentes políticos de Ramona Pérez Molina, hermana del coronel Lutgardo Martín Pérez, la que aspiraba a representante por Las Villas del Partido Acción Unitaria (PAU), del dictador Batista.
Comprobada la identificación, los militares les franquearon el paso, no sin antes advertirles que para esa zona había muchos “Mau Mau” y que tuvieran cuidado, no fueran sorprendidos por ellos, “porque la iban a pasar mal”. Eran como las cuatro y media o las cinco de la tarde del 13 de octubre de 1958.
A la casa de Modesto León llegaron ya oscureciendo. Él les preparó unos caballos para ir al campamento de los invasores. En la finca se encontraban Jorge Sánchez León, Félix Martín, Segundo Valle, Mauricio y los compañeros de Santa Clara. Cierto que había nerviosismo en el grupo. Iban a conocer a los legendarios guerrilleros de la Sierra Maestra y estaban llenos de interrogantes.
ENCUENTRO CON EL CHE
A las siete de la noche llegaron al campamento de la Columna No. 8 Ciro Redondo, los compañeros procedentes de Sancti Spíritus. Inicialmente una posta los detuvo; ellos dijeron quiénes eran y a qué venían, así como que querían verse con el jefe rebelde. Poco después eran pasados a la Comandancia.
En su libro De la Sierra Maestra al Escambray, el combatiente invasor Joel Iglesias refiere que el grupo estaba compuesto por Joaquín Torres Campo, coordinador obrero del 26 en la provincia de Las Villas, cuyo pseudónimo era Carlos Rivero; Leonor Arestuch, financiera del Movimiento, y Manuel López Marín, Manguire, coordinador en Sancti Spíritus.
Los mencionados llegaron acompañados por Jorge Sánchez Jiménez, Pablo Bermúdez y Félix Martínez, todos de la villa del Yayabo y colaboradores. Fue Torres Campo quien se identificó ante el Che y a la vez presentó al resto de la comitiva. Manguire, que desconocía entonces el nombre propio, oficio y residencia de sus compañeros villaclareños, dijo al Comandante que tenía orientaciones de cooperar en lo que fuera necesario.
Con toda corrección, a su vez, se identificó el Che, mostrándoles los documentos que le había dado Fidel, responsabilizándolo con la dirección del Movimiento 26 de Julio en la región central. Guevara se interesó por el recorrido hecho desde la ciudad y las posiciones que ocupaba el ejército, conversó un rato aparte con Torres Campo y luego le planteó a Mauricio que las necesidades más urgentes eran medicinas para curar hongos y llagas que afectaban los pies de la mayoría de los rebeldes.
Además, la tropa requería de ropa y zapatos, instrumentos médicos y dinero en efectivo. Desde su llegada a tierras espirituanas, la Columna había encontrado gentes que colaboraron de buena gana con ella, y sus integrantes habían podido alimentarse y bañarse, pero aún carecían de muchas cosas.
Un enviado del Partido Socialista Popular les había llevado algún dinero y combatientes del Directorio Revolucionario 13 de Marzo les servían de prácticos, pero faltaba aún un difícil escollo que vencer: el cruce de la carretera de Trinidad rumbo al Escambray, muy vigilada por el Ejército. El Che le pidió a Manguire que tratara de localizarlo al otro día en las cercanías de la Loma del Obispo. Poco después la comitiva regresó por donde mismo había llegado.
Ya en Sancti Spíritus, Manguire fue a ver al doctor Delgado, responsable de Salud del 26 y le refirió el problema; también localizó al arquitecto Manuel Orizondo —luego abandonó el país— que era financiero del Movimiento en el municipio. Este dijo que ya era muy tarde para extraer dinero del Banco y había que esperar hasta el otro día.
Delgado preparó las fórmulas para la curación de hongos y llagas, y Mauricio fue a la mañana siguiente a la peletería Hermanos López, donde habló con Enrique López, codueño del local y concuño suyo para que le vendiera 50 pares de botas. Poco después nuestro entrevistado adquiría en Almacenes San Gil varias decenas de pantalones y camisas de trabajo. Al otro día, en un pisicorre se apareció en el campamento del Che en Cantú por un camino muy accidentado, junto a Pablo Bermúdez —luego se fue a EE.UU. — y Segundo Valle. Para sorpresa del trío no vieron guardias en el trayecto.
APOYO SUSTANCIAL A LA GUERRILLA
Ya en El Cacahual, Manguire habló con Manolo Veloso, a quien, sabiéndolo de confianza, le explicó su misión. Este conocía el lugar donde estaban los guerrilleros e inmediatamente lo guió hacia allá. Ya en las primeras postas, Mauricio dijo que traía la mercancía encargada por el Che el día anterior. “Pude ver —refirió entonces— la inmensa alegría que tenía aquella gente. Se sentían plenamente seguros, se bañaban en el río y descansaban. Vieron llegar las botas y otros recursos y eso los puso aún más contentos.
“Allí —prosiguió— pude verles las caras a los rebeldes, pues el día precedente la entrevista había sido de noche”. Momentos después Manguire entregaba las vituallas al Che, el que le preguntó su nombre y él le dijo Mauricio, que era su pseudónimo de guerra. Aparte de las botas y la ropa, Manguire entregó las medicinas para combatir úlceras y llagas de los pies, sulfas, calmantes y siete u ocho aparaticos antiasmáticos adquiridos por él a crédito en la farmacia Cabargas (Sobral esquina a Independencia).
El Che le dijo con énfasis y su típico acento argentino, señalando para el cargamento, que aquella era una ayuda muy valiosa y muy valerosa, y de paso lo interrogó sobre cómo había sido el regreso. Mauricio le refirió que al regresar de la entrevista la noche anterior y pasar por el retén del ejército, los guardias les preguntaron si habían visto gente desconocida por la zona o escuchado algún comentario, a lo que ellos respondieron que no.
El Comandante le planteó finalmente que se requería más ropa, zapatos y medicinas. “Al despedirnos me dio la mano y me dijo que enviaría un mensajero para mantener la comunicación. Yo —continúa Manguire— le confesé mi nombre propio y el apodo, así como que trabajaba en el Garaje López, propiedad de mi padre, en el barrio Colón, en Sancti Spíritus.
Fueron vínculos estrechos que se mantuvieron hasta el triunfo. Manguire y la organización les hicieron llegar a los rebeldes armas en dos oportunidades, dinero recaudado entre los simpatizantes, medicinas y ropa verde olivo. En una ocasión el propio Manguire le entregó personalmente al Che 45 000 pesos de una sola vez.
Por las manos de Mauricio pasaron una planta transmisora de radio que venía de Placetas, piezas y diferentes medios rumbo al Escambray. Ya al final de la guerra, Guevara pidió gasolina, aceite y petróleo que Manguire le llevó personalmente del garaje de su padre en un camión. Al Che le parecieron pocos los 10 tanques de 55 galones y le dijo medio en broma, medio en serio, que no valía la pena que lo mataran por tan poca cosa.
Es que ya la guerrilla contaba con muchos vehículos, plantas eléctricas y tractores, y su consumo era relativamente alto. Entonces, picado en su amor propio, Manguire secuestró una rastra completa llena de gasolina, que junto a José R. Mejías y Norberto “El Chino” Soler desviaron por el llamado Camino de La Habana rumbo a Macaguabo. Fue una labor épica a la cual el propio Manuel López Marín, muchos años después, no confería la real importancia.
La historia recoge que el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo en Sancti Spíritus resultaron retaguardia segura para quienes, arma en ristre, hacían la libertad. Eso lo reconoció el Che en sus escritos, lo reconoció Camilo y lo han reconocido múltiples veces los veteranos de aquella gesta. ¡En Las Villas había mucho más que lomas!
Nota: Basado en una entrevista publicada en dos partes los días 14 y 16 de octubre de 1990 en Escambray.
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