De beneficios, oportunidades y cambios hablan las familias beneficiadas con nuevas viviendas rústicas en esa comunidad yaguajayense
Sorprende tanto silencio, tanta paz, quizás porque el tiempo de organizar y conocerse unos a otros ya pasó. Adaptarse a la convivencia no ha sido fácil cuando se llega de lugares diferentes y la mayoría está obligada a compartir espacios comunes en patios y jardines.
De momento, alguna que otra conversación matiza la tranquilidad a veces rota por el ladrido de un perro callejero y la música no muy alta para animar a la ama de casa que, trapeador en mano, se dedica a escurrir el agua de una buena limpieza a esa hora de la mañana.
Seibabo era un asentamiento en el Consejo Popular del mismo nombre, con 402 de sus 591 viviendas afectadas, por el huracán Irma y ya tiene solucionado cerca del 70 por ciento de los daños en inmuebles. El nuevo Seibabo es otra cosa, un conglomerado de 30 casas rústicas levantadas con tabla de palma, vestidas de los más disimiles colores, protegidas por aceras que dan forma a una urbanización hecha con gusto y a la medida para que no ronde el fantasma de los baches.
BARRIO NUEVO, VIDA NUEVA
Cuando las palmas se doblaban que casi tocaban el suelo y árboles enteros volaban sin dirección apaleando techos y ranchos como el de Mileidy Ulloa, tan endebles que “no aguantaron ni la primera ventolera que trajo Irma”, ella solo pensaba en qué pasará mañana.
“Después de eso estaba en un cuartico que me prestó el Estado y todos me decían ‘aguántate que esto es pa’ rato, pero que va, solo habían pasado cuatro meses cuando me dijeron que iba a tener mi casita y mi esposo, mi niño y yo fuimos los primeros en mudarnos. Cómo no voy a estar contenta si ahora tengo una casa con baño bueno y tremenda cocina”. Son las sinceras palabras de esta mujer que todavía recorre con los ojos cada pieza como para comprobar que no es un sueño.
Lo mismo sucede con las familias que viven en el nuevo poblado conformado por una treintena de inmuebles que están entre las 211 erigidas en Sancti Spíritus a partir de las palmas derribadas por el fenómeno meteorológico, una alternativa que permitió aprovechar el recurso forestal dañado, además de agilizar y economizar la reconstrucción.
“Yo esperaba que me dieran algo porque sé que la Revolución no deja a nadie desamparado, pero no que fuera tan rápido y tan bueno”, reafirma Georgina León, una yaguajayense que para nada extraña ya su antigua y maltrecha casita que el ciclón se llevó con un solo soplo allá en Cambao.
A la hora de entregar las llaves muchos encontraron caras conocidas, otros se buscaron por gustos y afinidades. Unos se adaptaron mejor, los menos, poco a poco se ajustaron a una convivencia que ya forma parte del día a día.
La opinión de la mayoría coincide en que lo primero fue sumar a los nuevos vecinos a los Comités de Defensa de la Revolución y a la Federación de Mujeres Cubanas y ya se ha logrado una buena compenetración en el barrio. En la primera reunión había inquietudes porque venían de otro modo de vida, pero todos se acogieron bien a las normas de urbanidad del nuevo vecindario.
CUIDAR Y MEJORAR
Para Marbelia Fernández, una mujer con muchos años en Seibabo, la idea de tener nuevos vecinos fue como una bendición.
“Los que ya vivíamos aquí siempre lo vimos como algo bueno y teníamos razón, porque en 30 años jamás imaginé que el viejo sueño de ver esto, que era casi manigua, urbanizado se llegó a cumplir con estas calles, aceras y jardines. Lo que hizo esta comunidad fue beneficiarse porque esto aquí atrás se incomunicaba, al punto que cuando llovía fuerte los muchachos no podían salir a la escuela”, explica Marbelia.
A Seibabo le nació otro barrio con redes hidráulicas y eléctricas, un sistema de recogida de basura por la vía estatal tres veces a la semana, alumbrado público y alcantarillado, agua potable permanente con la ayuda de tanques elevados; un parque de estar y 30 viviendas con el confort requerido.
En los asientos y mecedoras del parque los jóvenes y también los más viejos usan las noches para contarse historias y conocerse mejor. Otros, como Georgina, sueñan en grande: tener una bodega y adquirir los alimentos liberados que se venden en la zona urbana como arroz y jabón, un puntico de shopping y un teléfono público.
Quienes hoy viven en este pequeño Seibabo exaltan lo que tienen porque saben que aún quedan personas que esperan en una facilidad temporal o en un hogar ajeno. María Rosa López, sin embargo lanza al viento su propia teoría: “Es lo mejor que le pudo pasar a Seibabo”.
No quisiera aguar la fiesta, ya se ven partes húmedas en la carretera donde se formaran los baches, favor regresar unos meses después y verán.