Detrás de Carlos Mata Pich existe un hombre preocupado por su ciudad
— ¿Qué es la noche, abuela?
— Es una doncella de dulce mirada, vestida de ébano,
descalza y cansada. Es negra y es bella. Es sabia y callada.
Excilia Saldaña
Los rumores son ciertos y su casa es testigo fiel. Carlos Mata Pich es un artista que se especializa en buscar la vida que nuestros ojos no alcanzan a ver en la oscuridad, para luego mostrárnosla en sus pinturas.
Escambray se acerca a la obra de este artista de la plástica, su vocación por el coleccionismo y qué piensa de su Trinidad.
¿Se considera usted una persona oscura porque le gustan el color negro y los escenarios donde ya no hay luz?
“Para nada. Siempre intento ser lo más transparente posible”.
¿Y entonces por qué la noche?
“Porque la noche atrapa. Porque alcancé a conocer una Trinidad de noche que no era el bullicio de hoy, sino poco más que un paraje desértico, donde la única fuente de vida era la Luna. Por eso ella es la protagonista de todos mis cuadros”.
¿Qué es la noche para usted?
“Algo distinto a lo que todos podemos percibir. La noche no es solo oscuridad y penumbras, es un proceso largo y anhelado, en el cual se nos facilita encontrar la paz”.
Mata también colecciona antigüedades. Algunas están valoradas en miles de pesos, como el caso de una mesa de florentina que exhibe en su sala y data del Renacimiento, y otras piezas no tan costosas, pero de un toque singular: megáfonos, gramófonos, tocadiscos, radios, relojes antiguos y la copia en roble de un juego de sala hecho para dos generales de las luchas por la independencia.
“Llevar toda esta colección ocupa mucho el tiempo que no tengo y con 64 años encima y una nietecita que atender no puedo darme el lujo de perder un minuto”.
¿Cómo incursionó en el mundo del arte y el coleccionismo?
De forma autodidacta. Estudié Pintura con un rotulista que vivía cerca de la casa y cuyo padre era el dueño del caballete francés que ahora me pertenece. Con el tiempo aprendí otros oficios como zapatero, grabador, orfebre, joyero, artesano, restaurador y fotógrafo. Desde niño me apasionaron los relojes antiguos, pero fue el trabajo en los museos el que me despertó el bichito.
¿Ha logrado extender su arte más allá de nuestras fronteras?
Por suerte, sí. Algunas de las obras que expuse durante la VII Bienal de La Habana fueron seleccionadas para exhibirse en la Semana de la Cultura Cubana en Grecia. Repetí la visita en el año 2004 al ser invitado a las Olimpiadas Culturales. También expuse en México, Costa Rica y España, y quisiera visitar Italia y Egipto.
Carlos, usted es dueño de una casa en la que vivió Plácido, el poeta…
Gabriel de la Concepción Valdés residió varios meses en Trinidad y se piensa que fue en mi otra casa o en la de al lado; sin embargo, nunca se logró comprobar esa información. De lo que sí estoy seguro es de que la Oficina del Conservador de la ciudad pudiera aprovechar esa misma historia y reparar la casita para darle una función social, quizás relacionada con el mismo Plácido y accesible no solo para turistas, sino también para cubanos.
¿Piensa usted que el turismo ha trazado una franja social que divide Trinidad?
Sí. Trinidad se está perdiendo, de a poco, en las manos de un turismo que la destruye y le roba sus encantos. Sin embargo, los únicos culpables somos nosotros por no saber evitar su degradación cultural, arquitectónica y social. Es doloroso porque hasta las comidas trinitarias han perdido su olor característico.
¿Piensa que se ha abandonado el arte propio?
El trinitario se encuentra en función del turismo. Cuando las artes no se vendían, nadie quería ser artista. Ahora todos son pintores, randeros y músicos.
¿Se atrevería a pintar Trinidad tal y como es en nuestros días?
No. Prefiero pintar una Trinidad nostálgica desde la propia Trinidad. Aun así, cuando la musa no viene, recorro las calles oscuras y miro al cielo. Prefiero abstraerme e imaginarme una ciudad que no existe y que se llena de gente con ganas de vivir.
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