Tal vez no lo habría dicho nunca. Enemiga del autoelogio y alejada de todo afán de protagonismo, mientras era grabada para la entrevista ni siquiera recordó aquello. Solo cuando se hubo relajado, en una plática informal bajo el enorme framboyán que preside el patio, aportó, por azar, un elemento definitorio: la escuela a la que ha dedicado la mayoría de sus 55 años en el magisterio surgió para tenerla como maestra.
Cuando se asentó en El Colorado —Crucero del Colorado para los más viejos—, un paraje intermedio entre Jatibonico y Campo Hatuey, los niños de allí caminaban hasta el colegio de El Perico, a poco más de un kilómetro de distancia. Pero los padres, enterados de su presencia, dijeron que si tenían la maestra había que guapear la escuela y, sin andar pidiendo mucho, la levantaron con sus propios esfuerzos. Corría el año 1979. Evoluciones aparte, el colegio es el mismo, solo que cuenta desde hace años con dos aulas, para el primero y el segundo ciclos, donde se enseñan hasta las buenas costumbres.
Hilda Ramos Álvarez, una mujer delgada, de hablar mesurado y con una riqueza lexical no siempre vista entre quienes educan, escogió, con la ayuda de su esposo, el nombre del centro. Propuso a las autoridades educacionales de Ciego de Ávila, territorio al que entonces pertenecía el caserío, nombrarlo Juan Vitalio Acuña Núñez, y así se hizo. Cuando alguien indaga por el héroe cubano, segundo jefe de la guerrilla del Che en Bolivia, ella acude hasta a los pequeños detalles que se ha ido agenciando por todos los medios posibles.
Dado su mayorazgo en las lides del saber, las familias de la comarca la tienen por una especie de cacica cuyas consideraciones no suelen desestimarse, aunque jamás altera la voz. A la única interrupción en su trayectoria magisterial, de dos años por maternidad, alude como si lamentara haberse perdido algo; y cuando al cerrar el curso 2004-2005 se jubiló, su ausencia duró hasta que fueron a decirle, en septiembre, que no había maestro para sus niños de segundo ciclo.
Hoy trae consigo numerosas condecoraciones; también un diploma que avala la Orden Rafael María de Mendive, otorgada a tres años de iniciarse como maestra en la década del 60 del pasado siglo. De no ser por la recomendación de un allegado, que supo de la entrevista el día anterior, los habría dejado en casa. A la hora de la foto exhibe el pergamino, que acaricia con especial cariño, y va especificando las medallas: 40 Aniversario de las FAR, José Tey, Distinción por la Educación Cubana, Orden Frank País de segundo grado, otorgada en junio pasado…
“Yo era prácticamente una niña cuando me enrolé en la Campaña de Alfabetización. Entonces se decía: ‘Si sabes, enseña, y si no sabes, aprende’. Entendí que enseñar era algo noble y necesario y al terminar la secundaria pasé los cursos de superación para maestros”, rememora. En el Perico, donde nació y vivía al triunfo de la Revolución, transcurrió aquel capítulo de su vida que la ha traído hasta el punto actual.
Perdió la cuenta de los alumnos que ha tenido. Hay entre ellos agricultores, carpinteros, ingenieros, médicos, técnicos de nivel medio que luego trabajaron en la fábrica de papel o en el central Uruguay. Algunos la visitan y hay hasta quien le agradece a su manera, como el joven de Purialito que semanas atrás iba al volante y cuando ella, sin conocerlo, fue a pagar por el viaje hasta la cabecera municipal, le dijo: “No es nada, maestra, ¿cómo voy a cobrarle a quien me enseñó a leer y a escribir?”.
¿Qué no debe faltar en un maestro?, inquiere Escambray.
“El maestro debe sentir mucho amor por los niños y por la profesión, porque es preciso asumirla con sacrificio, sin esperar nada a cambio. Debe tener mucha paciencia. Cuando un maestro no es buen ejemplo es mejor que deje de serlo. Los hay buenos que abandonan el sector, creo que puede ser por la excesiva carga de trabajo y por la demasiada exigencia”.
Frágil en apariencia, pero con voluntad de hacer, consiguió enderezar el rumbo que alguno pudo haber extraviado, dadas las circunstancias en su hogar. La Ruta rural No. 4, que incluye además los centros de El Perico y Trilladera, la han visto siempre en función de experiencias e investigaciones. Ella y Brígida Hernández, la maestra que desde hace más de 30 años enseña en la otra aula del colegio, son la confianza de los padres de 17 niños que aprenden bajo su tutela.
Entre varios trabajos, frutos de noches de desvelo, uno en forma de álbum aborda la tipificación de Fidel y de José Martí. Ilustra la labor de cada mes con sus discípulos y está escrito a mano. Los recortes de prensa y las fotografías que acompañan los textos se humedecieron hace un tiempo, cuando el deceso del líder hizo brotar las lágrimas y cambiar el enfoque.
Cuando se vaya, ¿quién la sustituirá?
“Hay muchos jóvenes estudiando, pero vive aquí al lado una joven graduada no hace tanto. Trabaja en Trilladera y pudiera ser mi relevo. Aunque, para serle franca, yo no me hallo sin la escuela y mientras pueda voy a seguir viniendo”.
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