Nunca renegó de haber venido al mundo en Sabaneta, estado de Barinas, en el vientre de la llanura venezolana, el 28 de julio de 1954. Todo lo contrario. Por las polvorientas calles del poblado, Hugo Rafael Chávez Frías correteó y vendió el dulce de fruta bomba, que preparaba, junto con su abuela Mamá Rosa, tal como se lo confesó a Ignacio Ramonet:
“Yo incluso participaba en todo el proceso. Buscaba las lechosas, las tumbaba del árbol, las pelábamos, les retirábamos las semillas, les quitábamos la concha (…) Picaba la lechosa, la cortábamos en rodajas, en tiritas; y sobre una batea de madera las poníamos a secar; al día siguiente muy temprano, mi abuela preparaba una olla con agua y azúcar, echábamos todo ahí, hasta que se iba amelcochando aquello. Entonces ella las sacaba con un tenedor, y sobre una mesa de madera iba poniendo montoncitos y montoncitos de aquellas tiritas que iban quedando como arañas, pues”.
Y luego el muchacho salía al camino con el pregón, salpicado de humor: “Arañas calientes pa’ las viejas que no tienen dientes, arañas sabrosas, pa’ las muchachas buenamozas”.
Fue, precisamente, su abuela india Rosa Inés Chávez quien le enseñó las primeras letras. Joaquina Frías, tía de Hugo Rafael, relató a colegas cubanos que en el primer día de clases del niño, en el Grupo Escolar Julián Pino, no le dejaron entrar pues no tenía zapatos. “Llevaba unas alpargatitas viejas, las únicas que tenía. La abuela lloraba porque no le alcanzaban los dineros para comprarle zapatos”, narró Joaquina.
El hombre que cambió la historia reciente de Venezuela nació en cuna de humildad, acurrucado por las anécdotas de la guerra federal que le hacía la abuela Rosa Inés. Ese hombre, a quien le apasionaba el béisbol y la pintura, se hizo militar de academia y en diciembre de 1982, acudió, unido a otros oficiales, al árbol Samán de Güere, en Aragua, donde acamparon Simón Bolívar y sus soldados durante la Campaña Admirable en 1813. Bajo aquel mítico lugar, Chávez suscribió su destino:
“Juro por el Dios de mis padres, juro por mi Patria, juro por mi honor que no daré tranquilidad a mi alma ni descanso a mi brazo hasta no ver rotas las cadenas que oprimen a mi pueblo por voluntad de los poderosos. Elección popular, tierras y hombres libres, horror a la oligarquía”. Nacería el Ejército Bolivariano 200, transformado luego en Movimiento Bolivariano 200.
No hubo descanso para Chávez, quien tenía a la historia como mejor consejera. Leyó y releyó a Bolívar, a Martí, a Fidel. Después de aquellas lecturas, la Patria le dolía aún más. La ira y la indignación le asaltaron cuando el Ejército masacró a miles de venezolanos durante el Caracazo en 1989.
Sus estudiosos sostienen que al confiársele la Comandancia de la Brigada de Paracaidistas Coronel Antonio Nicolás Briceño, en Maracay, en 1991, redactó en secreto el Proyecto de gobierno de transición y el Anteproyecto Nacional Simón Bolívar, plataforma que perfiló su liderazgo entre los oficiales bolivarianos.
Urgía pasar de la letra escrita a la acción armada. La rebelión del 4 de febrero de 1992 fue un parteaguas en la vida del entonces teniente coronel Hugo Chávez, quien encabezó una sublevación de más de 2 300 jóvenes militares, hastiados, también, por las medidas económicas neoliberales del Fondo Monetario Internacional, implementadas por el presidente Carlos Andrés Pérez.
Con boina roja, frente a las cámaras de la televisión, admitió la derrota y agradeció la actitud de los soldados del Regimiento de Paracaidistas de Aragua y de la Brigada Blindada de Valencia: “Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital (…). Nosotros, acá en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor”.
Sobrevendría la cárcel. La creciente popularidad de Hugo Rafael semejaba bola de nieve. En marzo de 1994, el mandatario Rafael Caldera sobreseyó la causa judicial que lo mantenía a él en prisión a Chávez y a otros participantes en el levantamiento.
Sobrevendría, además, aquella visita a Cuba en diciembre del propio año. Al pie de la escalerilla del avión, lo esperaba Fidel, quien lo recibiría con honores de Jefe de Estado. “Aquel abrazo de La Habana fue un sello para siempre —manifestó Chávez con posterioridad—. Y yo me siento orgulloso de verlo aquí, gigante, joven, tan joven como cuando lo vi por primera vez en una foto que mi abuela me mostró en Sabaneta: ‘Un tal Fidel’”.
De retorno a Venezuela, anduvo por los cuatro puntos cardinales del país entre 1995 y 1997 para explicar su proyecto político: refundar la República a partir de la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente. En consecuencia, en este último año inscribió el Movimiento V República en el registro electoral. Al frente de esta agrupación, apoyada por otras, todas organizadas en el Polo Patriótico, ganó los comicios presidenciales de 1998.
Desde entonces Venezuela sería un país distinto en el mapa mundial, incluso después de la muerte de Chávez el 5 de marzo de 2013. El llanero de Sabaneta no solo dibujó en sueños otra nación; sino que la construyó con el aporte de los suyos y de Cuba.
Por la cuenca del río Orinoco van y vienen, en barcos o canoas, los galenos cubanos para llevar la medicina que cura las heridas del cuerpo y del alma a miles de indígenas. Por los Andes, subieron y bajaron maestros de la isla para alumbrar los caminos de la vida de los venezolanos. En Falcón, Anzóategui y Apure, miles de viviendas levantadas anuncian otros tiempos.
Mas, el mismo Comandante bolivariano siempre alertó sobre los vendavales que enfrenta una Revolución genuina. Por ello, el presidente que nació abrazado por la llanura de Barinas se mantiene atento allí, en el Cuartel de la Montaña, por si acaso.
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