Frenó en seco, como para azuzar más a aquella cola kilométrica. En las narices mismas del molote el almendrón aquel se parqueó y abrió las cuatro puertas para esperar la avalancha de pasajeros. Sí, porque era una tromba de gente, de esas que se arman a las tres y tanto de la tarde —o a cualquier hora ya— en la esquina aledaña al Hospital Provincial, donde se suele escuchar inconfundiblemente el llamado repetitivo: máquinas a Cabaiguán, Zaza…
Esa tarde había clasificado entre los primeros seis pasajeros —que dicen los boteros que caben en una máquina aunque lleves la palanca entre las piernas o tengas que ir con media nalga encima del que está a tu lado, no importa—. Ya dentro y apretados todos, con los 10 pesos en la mano, como suelen cobrar por los 17 kilómetros que separan la cabecera provincial de Cabaiguán, se le escuchó decir al chofer:
—Yo cobro 15 pesos.
Y la gente atónita y sacando luego, como por pena o estupefacción, los 5 pesos que faltaban. Fue un catalizador. De golpe se me subieron las inconformidades todas: que si 10 pesos, que no gano yo en una jornada, le parecían poco al chofer aquel; que si había que pagarle el petróleo, las piezas de repuesto y hasta la libra de bistec que se come; que si mañana otro podía llegar y decir así, porque le daba la gana: yo cobro 20, y había que pagarle también; que si de nada valía saber que montar en almendrón es casi un lujo para muchos.
—¿Es una nueva tarifa que comenzó ahora mismo o lo cobra usted porque sí? —riposté, a sabiendas de que los boteros cuando quieren no entienden de ironías y que estaba acelerando la soberbia del conductor.
—No, es que yo tengo aire acondicionado.
— Y hay que pagarle también eso porque nos lleve sin calor y como sardinas?
—Bueno, lo cobro y ya, si no te sirve…
Me bajé. Más por orgullo que por no tener los 5 pesos de más en mi cartera. Maldita lengua larga la mía, maldita profesión esta que te vuelve tan contestataria, maldita costumbre de todos de bajar la cabeza casi siempre.
De vuelta en la punta de aquella cola pensé entonces lo que ya había sufrido, y escrito, muchas veces: los consumidores siempre están desarmados.
¿Había algún inspector en la esquina para contrarrestar tales desmanes? ¿A qué autoridad podía acudir yo inmediatamente para denunciar tal barbarie? Puede parecer irrisorio, pero de 5 pesos en 5 pesos se engordan las arcas particulares. ¿Acaso aquel feudo de almendrones tenía algún obsoleto libro de quejas y sugerencias?
Ni porque exista una nueva ley que proteja a los consumidores, ni porque se haya reformulado el trabajo por cuenta propia y a partir de diciembre, supuestamente, hasta se experimente venderle legalmente y más barato el litro de combustible acabará esa omnipotencia que les ha otorgado la libertina ley de oferta y demanda.
Porque se sabe —desde los viajeros y los inspectores hasta las autoridades gubernamentales— nada, hasta hoy, ha impedido que la soga reviente, casi siempre, por el lado del cliente.
Es el libre albedrío. Tanto que a las seis de la tarde hasta cualquier camión particular suele pasar por la parada y cobrar 10 pesos, con el pretexto de que los carros estatales escasean o porque saben que a esa hora la desesperación empieza a acrecentarse.
No es el único ejemplo. Lo mismo sucede para Jatibonico que para Trinidad —en este caso un pasaje en almendrón se ha cotizado hasta en casi 100 pesos—. Y no hay chofer que se ruborice al exigirlo ni inspector que le ponga freno.
Sucede, porque el transporte privado ha venido a ser la curita irremediable para la escasez de medios estatales o, más bien, porque quienes andan al volante se saben infalibles.
Y no es para conformarse. Al menos a mí, que de vez en vez tengo que desembolsar 10 pesos hasta en días de menos apuro, me resulta inadmisible. No es únicamente por el dinero —aunque determina, lo reconozco—; lo que realmente me indigna es que la impunidad siga viajando por cuenta propia.
El transporte publico es un problema del gobierno y muy mal resulto lo tienen.
Si el estado, que monopoliza la produccion e importacion de combustible, lo vendiara a mejor precio a los transportistas, ellos no tendrian excusas para cobrar precios exhorbitantes. Pero con el petroleo a semejantes precios en CUC y luego cobrando el pesos cubanos , no da la ecuacion, dicen los transportistas. Nadie trabaja para a fin de mes no ganar un dividendo. A mi modo ver, tienen razon los transportistas
Un Almendrón recorre alrrededor de 10 kilometros por cada litro de combustible, en una matemática sencilla el viaje a Cabaiguán consumiría 1,7 litros, que al precio de CUPET sería 1.70 CUC ó 42,50 CUP. Si montan 6 pasajeros a 10 pesos recaudaría 60 pesos, o sea ganaría 17,50. Si logran dar 6 viajes en un día ganarían entonces 105 pesos, descuenta de ahí que un ponche vale 30 pesos, un sábado corto de líquido de frenos 60, una batería 60 cuc, una bombilla 35 pesos, Reparar la bomba y los inyectores cerca de 1000. Ni mencionar lo que cobran los mecánicos, forrar una banda, una pastilla o algún problema eléctrico no se puede dejar de mencionar el impuesto. La única forma de hacer lucrativo ese negocio sin subir los precios del pasaje es comprar el diesel por detrás del telón. Yo tengo mi carrito, pero no me dedico a ese negocio porque no me da ni para yo pasear. Por eso hago lo que otros, agarro mi bici, o echo garra a la botella con los amarillos.