Así dice Juan Modesto Castillo, quien mereció el Premio Provincial de Teatro Hugo Hernández, en su primera edición
Cuando el pito del tren que cruzaba por la comunidad de Perea anunciaba la llegada del circo, el desparramado caserío al borde de la línea férrea perdía la tranquilidad de sus noches y días.
Era un suceso que se repetía muy esporádicamente, pero les regalaba una desbordada alegría, sobre todo a los niños y niñas, que en más de una ocasión soñaron, entonces, con enrolarse con el colectivo para robarles a otras personas sus sonrisas.
Pero, aunque al principio fue solo un anhelo, uno de esos yaguayajenses cumplió su deseo y, desde hace 20 años, tiene el don de hacer olvidar por algunos instantes preocupaciones y tristezas.
Enamorado de aquel humilde arte circense, Juan Modesto Castillo Claro, el payaso Tato Zapato, se crece en cada encuentro, donde su pelo multicolor, la nariz roja y sus disparatados parlamentos suben a escena.
“Mi primer referente fue aquel circo que traía un payaso, una bailarina, un trapecista, un malabarista y uno de la cuerda floja. Luego llegó el Guiñol de Remedios, pero de todo lo que más me llamaba la atención era el payaso. Incluso, sucedió que un señor de mi pueblo se enroló con ellos y regresó al cabo de los años con un personaje llamado Tuto. Al presentarse la gente le gritó Tuto Prín y cogió miedo y nunca más lo vimos. Me dije: Si algún día me hago payaso jamás lo dejaré, aunque me griten muchas cosas”, rememora con nostalgia.
Luego de muchos años, Tato, seudónimo heredado casi desde el mismo momento en que abrió los ojos al mundo, tocó las puertas de las artes escénicas, donde dio vida a un personaje reconocido y querido por el imaginario infantil espirituano.
“Su apellido es Zapato que en mi casa tengo un gato. También tengo un perro que se llama Campeón, que es vegetariano, come lechuga y boniato, come berro y espinaca, pero si una vieja flaca le sirve yuca, también y ahora está comiendo moringa. Es un payaso para toda la familia, campesinos, citadinos, incluso internacionales”, refiere mientras se acomoda las pinturas en el rostro que enfatizan cada expresión.
Después de descubrir la conformación de un personaje tan completo como el payaso, ¿qué le dices a quienes aún miran por encima del hombro a los artistas que prefieren la nariz roja?
“Que están equivocados, el payaso es un personaje integral porque desde su posición interpreta otros muchos personajes. Se convierte en escena en maestro porque es ético, estético y didáctico, desde su propia psicología”.
Ya con las primeras herramientas en las manos para asaltar los escenarios y recibir el mejor premio: los aplausos, Tato Zapato y otros dos artistas apostaron por crear un nuevo proyecto. Surgió así Teatro Piramidal, un grupo donde el clown es el medio de comunicación para dialogar con el público.
“Estábamos en Teatro Garabato, pero nos dimos cuenta que teníamos otros intereses. Ya hemos montado muchísimas obras. La insigne es Los payasos desaforados y ovalados, que cuenta con 10 años, igual que el grupo, pero con una vitalidad como el primer día. Al público le gusta mucho el espectáculo interactivo Jugando y contando, así mismo La ronda de los juegos. En estos momentos proponemos para la juventud La maravillosa historia de Hortensia Romero y La República del caballo muerto”, añade a altos decibeles, como acostumbra hablar.
¿Por qué apostar por la presentación fuera de su sede en el recinto ferial Delio Luna Echemendía y en las comunidades más alejadas?
“Son los más necesitados, porque tienen menos posibilidades de acercarse a las instituciones culturales. Por ejemplo, antes y después del paso del huracán Irma estuvimos en estrecha relación con los vecinos más afectados. Aprovechamos esa situación para crear nuestros textos y, de esa forma, los ayudamos, un tanto, a salir unas horas de aquel panorama desolador, tras haber perdido casi todo”.
Heredero de Erdwin Fernández y su legendario Trompoloco; del ruso Oleg Popov; Jiri Vrstala y su payaso Ferdinando, este espirituano asegura que el éxito en el público infantil radica en considerar a cada miembro del grupo como una familia.
“Lily, mi hija de sangre, trabaja conmigo desde pequeñita, por decisión propia. Fueron aquellos días del payaso y la niña. Hoy es una actriz, graduada como instructora de arte. Luego, llega Franklin, mi hijo negro, y ahora Yankiel, mi hijo del medio, y Tomy, el loco. Los que no asumen el concepto de familia se van del proyecto”, asegura quien agradece haber estudiado la licenciatura en Comunicación social, de donde bebió conocimientos para hacer un mejor arte; razón por la que hace solo unos días recibió el Premio de Teatro Hugo Hernández, conferido en su primera edición por el Consejo Provincial de las Artes Escénicas.
“No trabajo para premios, ni tengo muchos. Creo que no son importantes, lo mejor es el público, ese que cuando voy por la calle me dice Tato, Tato y respondo: Adiós Pelusa. A veces ni me dejan caminar. Pero este, sin duda, resulta un gran reconocimiento por lo que significa para la cultura espirituana ese actor y el personaje Tirilín Tirilón”, opina y dibuja una sonrisa que esconde la añoranza por quien es también su referente.
¿Hasta cuándo Tato Zapato le robará carcajadas al público?
Pensé que nunca más lo diría y es que en el 2012 me fajé contra una fuerte neoplasia de vejiga y la vencí. Sin pelos, sin pestañas, pero con maquillaje salí en ese momento a escena. Eso me dio mucha fuerza. Si en aquel momento difícil lo hice, mientras me quepa entre arruga y arruga un poquito de maquillaje seré siempre el payaso Tato.
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