En el verano de 1943 inmensos trigales amarillean en el centro de Rusia. El terreno ondulado hasta donde se pierde la vista, surcado a trechos por arroyuelos y algún río con árboles pequeños en sus riberas, no sugiere en modo alguno que la calma aparente esté a punto de perecer en medio del estruendo y el humo de la mayor batalla de tanques de los tiempos modernos.
A bordo de su modernísimo Mark VI Tigre I, ubicado en el borde delantero del emplazamiento de tropas alemanas, en el flanco derecho (sur) del saliente de Kursk, está el sargento primero Hans Spiegel, jefe de una sección blindada de la renombrada división Das Reich, esperando la orden de ataque para el inicio de una batalla que, según Hitler, puede decidir la suerte de la guerra.
Poco antes de las tres de la madrugada, Spiegel sale a vaciar su vejiga cuando observa en el horizonte, como fusilazos, los trazos de fuego de los proyectiles reactivos y de la artillería pesada soviética que se abate sobre toda la primera línea desatando un verdadero infierno. El sargento entra de cabeza por la escotilla y trata de comunicarse con el mando; como nadie responde, decide que lo más atinado es permanecer en el tanque con sus hombres y esperar órdenes tras el resguardo de su sólida coraza. Cerca de allí la infantería y los artilleros la pasan mucho peor.
Ni Spiegel ni ninguno de los oficiales inferiores y de rango medio saben a derechas el porqué de lo que está ocurriendo. Mucho menos, las tropas. Lo cierto es que, pasada la primavera de 1943, Hitler y su Estado Mayor, duramente escarmentados por el desastre de sus fuerzas en Stalingrado —donde una agrupación completa de 330 000 hombres fue cercada y aniquilada por el Ejército Rojo—, buscaban desesperadamente una oportunidad de desquite y creyeron encontrarla en la región del saliente de Kursk.
En ese lugar, en una extensión de 65 000 kilómetros cuadrados, el dispositivo de las unidades soviéticas penetraba hacia occidente, en un territorio cuyos flancos estaban fuertemente guarnecidos por unidades de élite alemanas, lo que permitiría, concentrando en la base de cada flanco y a su frente nutridas agrupaciones de choque dotadas con la más moderna técnica blindada y aérea, cortar por su base el enorme arco y copar en él al adversario ruso, aniquilarlo y crear las condiciones para proseguir luego el avance hacia Moscú.
Con tal propósito, el alto mando germano conformó minuciosamente el plan de ofensiva estratégica para el verano de 1943 al que denominaron Operación Zitadelle (Ciudadela), que empezó a delinearse en marzo-abril, a raíz de la debacle soviética en la zona de Járkov* y terminó de conformarse en junio.
PONERLE EL CASCABEL AL… OSO
De acuerdo con la idea operativa, a la zona de las acciones previstas comenzaron a desplazarse grandes contingentes de tropas alemanas, en especial las de mayor veteranía y capacidad combativa, equipadas con los últimos y más modernos tipos de armamento que Alemania podía producir.
Poco a poco, en las direcciones estratégicas de Oriol-Kursk (norte) y Bélgorod-Járkov (sur) se fueron concentrando un total de 50 divisiones, incluidas 16 de tanques y motorizadas, que serían protegidas desde el aire por la 4ta. y la 6ta. flotas aéreas de la Luftwaffe. En total los alemanes desplegaron 900 000 hombres, 10 000 piezas de artillería y morteros, 2 700 tanques y más de 2 000 aviones, lo que constituía un poderoso ariete bélico.
Como después, ya al final de la guerra, Hitler depositó su confianza en el efecto que las nuevas armas, como los tanques Tigre y Pantera y los cañones autopropulsados Ferdinand, podían aportar, al igual que los modernismos —para la época— aviones Focke Wulf 190 A y Heinkel 129; pero en sus mentes de aventureros y megalómanos, el Führer y sus mariscales fueron incapaces de prever las contramedidas que podía emprender el adversario.
En primer lugar, el Gran Cuartel General del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas Soviéticas, encabezado por José Stalin, fue capaz de deducir con bastante anticipación los designios del adversario, auxiliado por la maestría operativa y alto nivel conceptual de jefes como los mariscales Georgui Zhukov y Alexander Vasilevski, y los generales Alexei Antonov, vicejefe del Estado Mayor General, y Konstantín K. Rokossovski, entre otros.
Ellos, tomando como base los reportes llegados de los frentes y lo constatado en el terreno, así como los datos aportados por la exploración aérea y terrestre, que descubrió el traslado ininterrumpido de grandes contingentes de tropas y técnica blindada a las inmediaciones del Arco de Kursk, llegaron a la conclusión de que precisamente allí se desarrollaría la gran ofensiva alemana de verano en 1943.
En su análisis de la situación planteada, los jefes soviéticos, encabezados por Zhukov, decidieron sugerir a Stalin abstenerse de iniciar primero las acciones combativas, como se preveía hasta entonces, y enfrentar la arremetida enemiga en posiciones sólidamente fortificadas desarrolladas en profundidad, donde debía detenerse a las fuerzas atacantes en duros combates de desgaste, para luego hacer converger sobre ellas las tropas de varios frentes del Ejército Rojo, aniquilar al enemigo y emprender una ofensiva general que debería desplazar la línea del frente muchos kilómetros hacia el oeste.
Aceptado el plan por el jefe supremo, en el futuro teatro de operaciones se emprendió una labor febril de fortificación y acondicionamiento del terreno con la participación de decenas de miles de lugareños. Tras las líneas del frente fueron construidas obras defensivas en una profundidad de 250 a 300 kilómetros, capaces de resistir cualesquiera golpes del enemigo. En la zona del saliente de Kursk se construyeron ocho líneas de defensa con refugios, zanjas de comunicación, trincheras, alambradas y campos de minas.
Casi simultáneamente, en el extenso territorio fueron concentradas grandes fuerzas soviéticas adscritas a los frentes Central y de Voronezh, bajo el mando de los generales K. K. Rokossovski y N. F. Vatutin. En su retaguardia se encontraba una potente reserva estratégica: el Frente de la Estepa, bajo el mando del general I. S. Kónev. La coordinación de las acciones la ejercían por el Gran Cuartel General del Mando Supremo, los mariscales de la Unión Soviética G. K. Zhukov y A. M. Vasilevski.
PRESAGIOS DE LAS VÍSPERAS
Hans Spiegel, como sus compañeros de tripulación Kurt Tirpitz, Hardy Krüger y Otto Jensen, como otros miles de soldados y oficiales alemanes en la zona, sabían que se preparaba algo grande; vivían en medio de la tensión bélica y el secreto, pero observaban grandes contingentes de tropas e ingentes cantidades de técnica que anunciaban ofensiva. Aun así, ignoraban a derechas lo que se avecinaba, que suponían grande, inmenso, sobrecogedor…
Sin embargo, en los rostros de los militares captados por alguna cámara fotográfica y material fílmico disponibles, se puede observar la profunda preocupación con que aguardan su futuro inmediato. No son ya los todopoderosos soldados de rostro prepotente que humillaron a Francia conquistándola en seis semanas, o a Bélgica, Holanda y Dinamarca, que en la primavera del 40 sucumbieron en cuestión de días, sino hombres tensos, inseguros, pesimistas, espantados por los fantasmas de Moscú y Stalingrado.
Ellos aparecen ante la cámara mientras fuman. Es de la mayoría de los soldados el mal hábito, sobre todo en víspera del combate, pero fuman y fuman concentrados, sombríos, con expresiones como de mal agüero… Saben que esta vez no se trata de conquistar territorio, sino de aniquilar o ser aniquilado.
LOS ROJOS INICIAN ZITADELLE
Contrario a lo esperado, no son los hitlerianos los que inician el fuego, sino los soviéticos. A las 2:30 a.m. del 5 de julio de 1943 el infierno se desató sobre las posiciones alemanas cuando más de 2 400 cañones e instalaciones de artillería reactiva soviética descargaron su acero y su metralla sobre las posiciones de las tropas alemanas en torno al saliente de Kursk. Al mismo tiempo una flota de 132 aviones de bombardeo y 285 de caza asestaba golpes letales sobre los aeródromos enemigos próximos a la primera línea.
Por fin, con cerca de tres horas de retardo, los alemanes inician su ofensiva. Al norte del saliente de Kursk, en un frente de 45 kilómetros el 9no Ejército de la Wehrmacht, a las órdenes del coronel general Model, arremetió contra las tropas del Frente Central soviético, al mando del general de ejército K. K. Rokossovski. La agrupación alemana contaba con 460 000 efectivos, unos 6000 cañones y morteros y hasta 1200 tanques y cañones de asalto.
Debía asestar un potente golpe desde la región de Oriol hacia Kursk. En la dirección principal el enemigo lanzó al combate más de 500 tanques, especialmente Tigres pesados, que precedieron al escalón de atacantes formados por grupos de 10 o 15 tanques escoltados por cañones de asalto Ferdinand. Los seguían tanques medianos y la infantería a bordo de transportadores blindados. Por el aire avanzaban nutridas formaciones de bombarderos para abrir paso al ariete de acero.
A costa de enormes esfuerzos y severas pérdidas, el enemigo consiguió abrir una cuña por el norte del saliente, de unos 10-12 kilómetros, y por el sur, de cerca de 35. En el rechazo de los violentos ataques, demostraron alta maestría militar los combatientes de los 13, 70 y 1er. Ejércitos de Tanques de la Guardia, del 2do. de Tanques; de los 5to. y 6to. de la Guardia, de los 2do. y 6to. Ejércitos Aéreos, bajo el mando respectivo de los generales Pújov, Galanin, Katukov, Rodin, Zhadov, Chistiakov, Rótmistrov, Krasovski y Rudenko.
La lucha fue sumamente intensa también en el sur del saliente de Kursk, en la zona de defensa del Frente de Voronezh al mando del general de ejército N. F. Vatutin. El 5 de julio, primer día de la Operación Ciudadela, el enemigo lanzó al ataque en esta área, cinco divisiones de infantería, ocho de tanques y una motorizada apoyándolas con potentes fuerzas aéreas.
En total, la agrupación formada por el 2do. y el 4to. Ejércitos de Tanques y el Grupo operativo Kempf contaban con hasta 440 000 efectivos, más de 4000 cañones y morteros y más de 1800 tanques y cañones de asalto. El 4to. Ejército de Tanques, y el Grupo operativo Kempf formaban parte del Grupo de Ejércitos Sur, al mando del mariscal de campo Erich Von Manstein. Los hitlerianos proyectaron el primer golpe a lo largo de la carretera de Oboyán y Kursk; el segundo en dirección a Korocha.
El 12 de julio en Projorovka tuvo lugar la mayor batalla de tanques en la historia de las guerras. Allí, en vísperas del enfrentamiento, fueron concentradas, grandes fuerzas de tanques enemigos —hasta 700 de esos ingenios— entre ellos numerosos Tigres. En el combate a corta distancia los Tigres no pudieron aprovechar sus ventajas tácticas y fueron destruidos por tanques soviéticos medianos T-34. La avalancha de tanques con la estrella roja cogió de sorpresa al enemigo.
En la batalla de Projorovka, los hitlerianos sufrieron grandes pérdidas humanas y en material, que incluyeron hasta 400 tanques. El historiador germano Gorlitz escribió que en aquel enfrentamiento “se extinguieron convirtiéndose en escoria las últimas grandes unidades capaces de atacar y quedó rota la cerviz de las fuerzas acorazadas alemanas”.
CANTO DE CISNE DE LOS PANZER
El 12 de julio se quebró la ofensiva de la Wehrmacht a Kursk desde el sur. Los intentos de proseguirla solo fueron locales. Sin alcanzar su objetivo el Grupo de Ejércitos Sur empezó a replegarse. Las tropas soviéticas lo fueron persiguiendo y al caer el sol el 23 de julio retornaron a las posiciones que ocuparan antes del inicio de Ciudadela.
Ese mismo día en la dirección de Oriol (norte), emprendieron la ofensiva los Frentes Occidental y de Briansk. El 15 de julio se incorporó a ellos el Frente Central, y el 3 de agosto se sumaron a la contraofensiva los Frentes de Voronezh, de la Estepa (de Reserva), y el Suroccidental.
De acuerdo con el plan trazado por el alto mando soviético, la contraofensiva desembocó en dos operaciones: la de Oriol (Operación Kutuzov), realizada del 12 de julio al 18 de agosto, y la de Bélgorod-Járkov, (Operación Jefe Militar Rumiantsev), desarrollada del 3 al 23 de agosto.
El 5 de agosto fueron liberadas las ciudades de Oriol y Bélgorod. En honor a las tropas vencedoras retumbaron en Moscú, por primera vez durante la guerra, las salvas solemnes, que más adelante se hicieron tradicionales. El 23 de agosto fue tomada por asalto la ciudad de Járkov.
En 50 días de incesantes combates, el enemigo hitleriano sufrió costosas pérdidas, calculadas en medio millón de soldados y oficiales entre muertos y heridos, 1 500 tanques, más de 3 700 aviones y 3 000 cañones. Sobre todo sufrieron grandes destrozos las tropas acorazadas, en las que Hitler y su generalato habían puesto las mayores esperanzas.
La Batalla de Kursk tuvo un gran significado para todo el desarrollo posterior de la II Guerra Mundial, porque puso fin a la última tentativa del mando germano-fascista de emprender grandes operaciones ofensivas en el frente oriental, mientras la iniciativa estratégica pasó definitivamente a manos soviéticas, insuflando en los pueblos oprimidos de Europa una esperanza cierta en la victoria.
Acerca de ese colosal encontronazo señaló el entonces secretario general del Partido Comunista y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de la Unión Soviética, José Stalin: “Si la Batalla de Stalingrado anunció el ocaso del Ejército fascista alemán, la Batalla de Kursk lo colocó al borde de la catástrofe”.
*Por error de apreciación del mando del Frente de Voronezh, que avanzó más allá de sus posibilidades, el enemigo arrolló a un grupo de tropas soviéticas cerca de Járkov.
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