Probablemente su ingenio comenzó a moldearse desde los años de la Enseñanza Primaria cursados en escuelas de Zaza y Sancti Spíritus, y debió suceder que mientras descubría números, letras y naturaleza conquistó esa adaptabilidad especial que lo hizo triunfar, una especie de pacto nocturno con los libros.
Sí, Alejandro Fernández Pérez lució en Loja la segunda medalla de oro de las seis que se otorgaron en la premiación de la XII Olimpiada Iberoamericana de Biología, el 14 de septiembre del 2018, en ese municipio ecuatoriano. Pero para el joven de 18 años, vecino de la Avenida Soviética espirituana, el preludio de su historia está marcado con más fechas y nombres.
Parece que fue ayer mismo, a juzgar por la exactitud con que Alejandro recuerda la sentencia de Tania Fábregas Guerra, profesora de Biología del Centro Provincial de Entrenamiento, ubicado en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Eusebio Olivera (IPVCE), quien lo convenció de apostar todo su talentoso tiempo por esa asignatura el 5 de octubre del 2015.
El muchacho se dejó llevar por la firmeza que vio en los ojos de su mentora, porque, aunque había descubierto en la Física una de sus mayores pasiones, en aquel momento no era posible prepararse en esa materia. La confianza de Tania tenía muy a su favor el bronce iberoamericano alcanzado en el 2014 por un alumno suyo y la plata cosechada en la cita del 2016 en Brasilia, por Gabriela Prieto Muga, quien también ayudó mucho a Alejandro.
Mas, poco le duró la duda al aprendiz, bastó que se revelara ante él la otra Biología, la verdadera, y como dice con agrado “luego me gustó porque en la Biología caen todas las ciencias; en Genética y Ecología, Matemáticas; en Fisiología animal, Física; en Bioquímica, Química…”.
No lo favoreció la constancia de un mes o de un semestre sino de tres cursos plenos subiendo peldaños a fuerza de sacrificio: participar en topes regionales y concursos nacionales; integrar la preselección nacional y entrenar más de un mes en La Habana, siempre con dos sueños aferrados a su pensamiento: llegar al evento internacional y obtener una carrera universitaria por vía directa, la que ya duerme en sus manos hasta que concluya el servicio militar, Alejandro estudiará Medicina.
A la XII Olimpiada Iberoamericana de Biología concurrieron 51 representantes de 13 países —España, Portugal y Latinoamérica—. Fueron siete días en los que en Alejandro se mezclaron los sustos de volar en cinco aviones, el agradecimiento hacia el personal diplomático de la embajada cubana en Ecuador que los colmó de sorpresas y afectos, y lo principal: la tensión de la competencia.
“Realizamos tres exámenes prácticos y dos teóricos, que valían 40 y 60 por ciento, respectivamente. Yo dibujaba lo que veía con la lupa, pero pensaba: ¿y si ellos no lo ven así?, casi debía imaginármelo”, relata el ganador.
La presea dorada del espirituano ubicó a la isla en el cuarto lugar del concurso, y se inscribió como la segunda de Biología que obtiene Cuba en un certamen de este tipo.
Cuando acabaron de anunciar las platas Alejandro colgó los guantes, como él mismo confiesa, pensó que se iría con las manos vacías, de manera que asimilar la victoria lo estremeció doblemente.
Su familia, la profesora del IPVCE Tairet, amigos y maestros de la preselección… ellos también acentuaron la sonrisa del joven mientras le contaba a Escambray los detalles que nutren su éxito.
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