Pareciera que, en lugar de gastronómicos, en La Chorrera solo laboran trabajadores de la Construcción, pues allí resulta común ver a un dependiente, cocinero, custodio, cantinero, e incluso a un miembro de la administración haciendo mezcla, pintando una pared, arreglando una tubería o, simplemente, sembrando plantas ornamentales y recogiendo basura.
Solo así se logra mantener una imagen renovada y bella de las distintas instalaciones que conforman tan demandado complejo gastronómico, que desde 1998 surgió en la periferia de la ciudad de Trinidad, para bien de los residentes del sureño municipio y de los miles de visitantes de otras partes de Cuba y del mundo que acuden hasta el lugar para deleitarse con su exquisita cocina y un trato afable y familiar.
Únicamente el amor por lo que hacen permite que, a pesar de ser codiciados por el sector no estatal y hasta por unidades del Turismo, donde recibirían una mayor remuneración, los obreros de La Chorrera sigan aferrados al centro y, más que eso, a la figura de Miguel Alberto Naranjo Alomá, administrador y líder de esta tropa, el mismo que llega con los primeros rayos del sol y se va cuando la noche pesa, el mismo que sazona cada plato, revisa una y otra vez las elaboraciones y luego controla el servicio, hasta que se culmina con el fregado de la vajilla y las cazuelas.
REMODELACIÓN Y CONFORT
Hace dos décadas el centro exhibía solo un punto a la entrada del camino que conduce a La Boca, pero, poco a poco, el ingenio y la creatividad del colectivo han hecho maravillas, hasta completar una infraestructura que abarca, además de los dos restaurantes —El Don Lucas y El Ranchón—, el bar El Caney y un grupo de habitaciones, entre otras áreas destinadas al esparcimiento.
“Trabajamos en la recuperación integral de La Chorrera —comenta Miguel, el administrador—, comenzamos por la unidad Bocaventa, de la entrada, que incluye un minirrestaurante y funciona las 24 horas, que ya quedó totalmente remozada, con pisos de gres, una cabina para los equipos de audio y otros beneficios constructivos, para luego completar la remodelación en el resto de las áreas que fueron afectadas por distintos eventos meteorológicos y, aunque las incorporamos de inmediato al servicio, precisaban de retoques”.
En medio del intenso ajetreo el septuagenario Alberto Fritzer Ramírez se aferra a las labores de pintura para concluir los exteriores del inmueble antes de que baje el sol. “Yo soy custodio y jardinero en el centro, pero ahora soy pintor, tal y como los demás se convierten en albañiles, carpinteros o plomeros, sin dejar a un lado sus funciones como gastronómicos, para meterse por dentro en la remodelación, por eso avanzamos, porque no dependemos de fuerzas ajenas”.
Lo cierto es que hoy La Chorrera comienza a exhibir nuevos colores, con espacios bien diseñados, un entorno natural envidiable donde no solo los árboles tienen su protagonismo, sino también los animales domésticos, guineos, gallinas, patos, que desandan los patios y, de vez en cuando, sirven de base para un buen plato, elaborado con el sabor que le imprimen las recetas de Miguelito.
RESPONSABILIDAD COMPARTIDA
Lo más curioso de todo lo que Escambray constató durante la realización de este trabajo fue conocer que también la Villa Vista al Mar, ubicada en la playa La Boca, se subordina a la misma administración de La Chorrera, algo que resulta bien difícil, si se tiene en cuenta que se trata de un centro compuesto por 32 casas de descanso, piscina, bar, cafetería y restaurante, entre otras áreas de servicio, el cual requiere de muchas horas de dedicación para garantizar su correcto funcionamiento.
Al decir de Geobel Pérez Gallo, director de la Empresa Provincial de Alojamiento, entidad a la que se subordinan ambos centros, solo una persona como Miguelito, considerado uno de los administradores con mayor experiencia y resultados positivos en el sector de la Gastronomía, puede llevar las riendas de ambos establecimientos y, a la vez, lograr la satisfacción de los clientes que los visitan.
“Me pidieron una ayuda para administrar la villa Vista al Mar por tres meses y llevo tres años —comenta Miguelito—, cuando comencé estaba prácticamente inutilizable, por el alto grado de deterioro, había dejado de ser propiedad de los trabajadores de la arrocera Sur del Jíbaro para incursionar en otra modalidad. Me armé de un equipo que, más que gastronómicos, estuvieran dispuestos a realizar cualquier actividad constructiva y en seis meses la echamos a andar, con casi la totalidad de sus instalaciones.
“Pero este esfuerzo se recompensa no solo por los más de 18 000 turistas nacionales que en cada etapa de verano acuden a la instalación, sino también por las muestras de cariño y agradecimiento. Gracias a este empeño, la dirección del Ministerio de Comercio Interior nos estimuló con equipos de aire acondicionado para todas las casas y se autorizó la compra de televisores, refrigeradores, pintura y otros medios que mejoran las condiciones de alojamiento en la villa”, explicó el administrador.
Sin desestimar el trabajo del resto del colectivo —110 trabajadores entre ambos centros—, me atrevo a asegurar que la fórmula de Miguelito de unir voluntades y amar lo que se hace diariamente es determinante para garantizar un buen servicio que, aunque perfectible, se muestra atípico, máxime, si están rodeados de numerosas paladares y restaurantes del Turismo, con mejores recursos.
Así consta, además, en el libro de visitantes, que muestra cientos de opiniones y recomendaciones de destacadas figuras del arte, el deporte, la cultura y la sociedad en su conjunto, como la de Cándido Fabré que asegura: “Para La Chorrera, un chorro de felicidad, a la hora que me llamen vuelvo”, y volvió, como muchos otros.
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