¿La ofensiva de El Pedrero o el cementerio de Lázaro? (+fotos)

Más de 1 000 soldados bien armados y con el apoyo de equipos blindados y de la aviación de combate terminaron a la desbandada a inicios de diciembre de 1958 cuando el ejército batistiano intentó probar fuerza con la gente del Che Guevara en la zona del Escambray

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El Che dirigió personalmente las acciones de las fuerzas rebeldes en El Pedrero. (Foto: Tirso Martínez)
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El Che dirigió personalmente las acciones de las fuerzas rebeldes en El Pedrero. (Foto: Tirso Martínez)

Goyito Bombino estuvo a punto de poner en pie de guerra a la zona de El Pedrero y a medio Sancti Spíritus, cuando años atrás, exactamente el 31 de agosto del 2011, llamó al Sector Militar de Fomento con una noticia verdaderamente insólita: “Óiganme bien —les dijo—, en mi casa encontré una bomba”.

En realidad no era una broma de mal gusto: el tornillo puntiagudo con el que había estado tropezando su esposa Edilsa por meses; el cilindro que él había descubierto a fuerza de pico y pala junto a la puerta de entrada; el mismo que su suegro Esteban intentó abrir a martillazos creyendo que era una botija y que El Nene siguió minuto a minuto por el teléfono público como si se tratara de una cobertura en tiempo real era una bomba de fabricación norteamericana del año 1956, de 51.5 kilogramos de peso y con un área expansiva de alrededor de 250 metros.

Expertos dijeron que el artefacto aparecido en la casa de Goyito había quedado sembrado en el lugar desde hacía más de 50 años —a finales de 1958— como resultado de los bombardeos despiadados que lanzara contra aquella zona el ejército batistiano, que apenas unos días después terminaría su historia encerrado en sus propios cuarteles y sin capacidad alguna para sobreponerse frente la contraofensiva rebelde que se desbordó por la región luego de la debacle de El Pedrero.

“Aquí los casquillos de las ametralladoras Cincuenta se podían recoger como granizos en tiempo de tormenta”, comentó a propósito del hallazgo Héctor Broche, uno de los veteranos que trepaban las mercancías a lomo de mulo para sostener a los revolucionarios, quien no descartaba entonces que, por la magnitud de los ataques, “de esas bombas grandes todavía pudieran quedar tres o cuatro enterradas por ahí”.

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Joel Iglesias, Roberto Rodríguez (El Vaquerito) y Ramón Pardo Guerra, tres de los niños héroes que ayudaron a rechazar la ofensiva de El Pedrero. (Foto: Archivo del periódico Escambray)

MEDIO EJÉRCITO SOBRE EL PEDRERO

Como una copia vulgar de lo que había sucedido el verano anterior en la Sierra Maestra ha sido calificada la errática ofensiva militar del régimen en el centro del país, que tuvo su epicentro en los predios de El Pedrero, en la premontaña escambraica, muy cerca de donde el Che Guevara tenía su campamento de Manaca Ranzola.

Alrededor de 1 000 efectivos, repartidos en tres columnas procedentes de Fomento, Cabaiguán y Sancti Spíritus, con apoyo de varios blindados, bazucas, morteros y bombarderos B-26, parecían suficientes para aniquilar a aquella guerrilla revoltosa que venía desafiando a un ejército profesional, amparado además por los Estados Unidos, que proveía asesoramiento y apoyo logístico.

El Che hizo lo que aconsejaban las circunstancias: preparar una suerte de Paso de las Termópilas, o más bien tres, táctica que incluyó la movilización de sus principales jefes en las direcciones amenazadas y la disposición de una defensa muy flexible, que desgastara el avance enemigo mediante el empleo de obstáculos de todo tipo, sobre todo con la colocación de emboscadas, que por una parte aprovecharan el factor sorpresa y, por otra, permitieran a los guerrilleros replegarse hacia el objetivo principal sin llegar a comprometerlo.

Las acciones se iniciaron el 29 de noviembre con un primer bombardeo sobre los campamentos de Manaca, Gavilanes y El Pedrero y se extendieron durante algunos días, período en el que los rebeldes no solo frenaron en seco al adversario, que nunca pudo ocupar posiciones en la montaña, sino que ocasionaron cuantiosas bajas, horadaron su moral combativa y se apoderaron de buena parte de las armas con las que habían intentado someterlos.

En medio del combate, las fuerzas revolucionarias se apuntaron otra victoria: la firma del denominado Pacto de El Pedrero, un documento que establecía la unidad de acción entre el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, considerada como estratégica para el resto de la guerra.

VENGAN QUE AQUÍ ESTÁ CAMILO

Camilo Cienfuegos, el hombre que ganó el apelativo de Señor de la Vanguardia en la Sierra Maestra; que burló de mil maneras al enemigo en  los llanos del Cauto y que condujo una columna invasora desde Providencia hasta Yaguajay fue literalmente sorprendido por la ofensiva batistiana en la zona de El Pedrero, a donde había llegado escasas horas antes para una entrevista con el Guerrillero Heroico que casi terminó bajo las bombas.

Félix Torres y Orestes Guerra, dos de los hombres del Frente Norte que lo acompañaron desde los montes de La Caridad hasta las lomas del Escambray, testimoniaron más de una vez la efusividad del encuentro entre los dos jefes, que por esos días además tuvieron la oportunidad de combatir juntos por última vez.

“Camilo desempeñó un papel decisivo en la obstaculización del terreno para que los tanques no pudieran subir —relató a Escambray el coronel Marcelo Martínez tiempo antes de morir—. Yo recuerdo que con su gracia característica él llegó al campamento y preguntó: ‘¿A ver, quiénes son los que se quieren ir con Camilo?’. Enseguida un grupo de gente se levantó y entonces dijo: ‘Denle un hacha a cada uno, que vamos a tumbar palmas’. Y así fue como evitó que los blindados pudieran avanzar más”.

Los pocos hombres que acompañaban a Camilo reforzaron la defensa en el camino que va desde Fomento hasta El Pedrero junto a los pelotones de Luis Alfonso Zayas y Manuel Hernández, el Isleño, una de las direcciones donde el enemigo tuvo un gran número de bajas e incluso las tropas rebeldes capturaron uno de los blindados.

“Hubo que pelear muy duro —relató Orestes Guerra—, el ejército avanzaba y retrocedía y cuando él se dio cuenta se subió en una loma y les gritó: ‘¡Vengan, que aquí está Camilo!’. Y yo no sé si lo habrán oído, pero ese día se retiraron”.

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Lázaro Linares: “En la Loma del Carpintero yo me enfrenté solo a la avanzada de una compañía”. (Foto: José Antonio Fulgueiras)

EN LA LOMA DEL CARPINTERO

Cuando Lázaro Linares Martí sintió por primera vez cantar una Treinta en el combate de Vegas de Jibacoa le dijo al Che con resolución de negro insumiso: “Esa es mía”.

—Bueno, si te la ganas es tuya, le respondió el jefe.

Cuatro meses después, cuando los guardias de la dictadura lo desafiaron en la Loma del Carpintero, a un costado de El Pedrero, Lázaro no solo era el dueño de la Browning, que ya había cargado por la Sierra y por las tembladeras del Camagüey, sino que a estas alturas aquella máquina de matar era cuando menos un familiar allegado.

“En la Loma del Carpintero, con la Treinta en la mano, me enfrenté solo a la avanzada de una compañía de guardias que traían hasta un tanque de guerra.  Había conmigo un bazuquero y otro más, pero cuando vieron la bola de casquitos, empezaron a decirme: ‘Oye, aquí no estamos bien y son muchos’. Entonces yo les dije: El Che dijo que aquí, y de aquí no me voy. Camilo estaba mirando la operación desde el otro lado del terraplén y vio cuando me dejaron solo contra aquella pila de soldados”.

Lázaro ofreció el testimonio* en su casa de Bamburanao, cerca de Meneses, en Yaguajay, cuando ya habían transcurrido casi 35 años de la ofensiva de El Pedrero, pero él seguía viviéndola tan real y cinematográficamente como si todavía estuviera solo en aquella loma descampada y romántica.

“Los guardias me localizaron y empezaron a decir: ‘¡Comandante, el negro grande del Che está entre las piedras, tírale con el cañón!’. Y repetían: ‘¡A la izquierda, fuego!’.  Mentira, era pa’ tirar a la derecha cuando yo sacara la cabeza, pero todos esos trucos ya me los sabía.

“Se lanzaron hacia mí y los paré en seco. Entonces me jugaron otra táctica.  ‘Nos vamos a retirar —dijeron—, porque estás mejor armado que nosotros’. ¡Un solo hombre, y ellos eran ciento y pico con tanque y to’!  Y volvieron a gritar que se marchaban, pero era pa’ entrar por la cuesta de la loma y yo que me las sabía todas me corrí una piedrecita más pa’ atrás, y cuando trataron de subir, ahí mismo les tumbé una pila y fue cuando retrocedieron arratona’os.  Ese lugar está a la entrada de El Pedrero, en el Escambray, y los guajiros todavía lo llaman el cementerio de Lázaro”.

*El testimonio de Lázaro Linares al periodista José Antonio Fulgueiras fue publicado originalmente en el 2002. El combatiente falleció el 19 de abril del 2000.

Juan Antonio Borrego

Texto de Juan Antonio Borrego
Director de Escambray desde 1997 hasta su fallecimiento el 4 de octubre de 2021 y corresponsal del diario Granma en Sancti Spíritus por más de dos décadas. Mereció el Premio Provincial de Periodismo por la Obra de la Vida Tomás Álvarez de los Ríos (2012) y otros importantes reconocimientos en certámenes provinciales y nacionales de la prensa.

2 comentarios

  1. Muy buen relato

  2. Muy buen relato. Así deberían contar la historia en las escuelas, de forma atractiva y con visos de humanismo, para que los alumnos recuerden siempre esos hechos.

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