Una espirituana expone los motivos que la llevan a acudir a las urnas. Recuerdos de la realidad de Cuba antes de 1959 impulsan su decisión
Los espirituanos apostarán por Cuba
Miles de jóvenes esprituanos se estrenarán en las urnas
Cuba confía en sus diputados, afirma candidata espirituana al parlamento
Me pregunta por qué acudo a votar. Le diré: Voto por el proceso que tenemos, que es lo más grande que ha pasado en Cuba; yo no quiero vivir si esto algún día se acaba.
Los políticos de antes —lo sé porque mi mamá, que murió hará cuatro años, se encargó de recordárnoslo siempre— le decían a la gente que harían villas y castillas, que se iban a ocupar del enfermo que tenían en casa y por ahí cualquier cosa que les entusiasmara; luego ni se acordaban de los que votaban por ellos.
Allá en un bateycito de Amancio Rodríguez, entonces Camagüey, donde vivíamos, una familia entera murió de tuberculosis, y se oía decir que a otras les sucedía lo mismo. Mi mamá se mudó para acá cuando yo tenía dos años y me inscribió ya con cuatro. Trabajaba en casas de gente rica; hacía de todo. Cuando triunfó la Revolución la Federación de Mujeres Cubanas llamó a muchas mujeres para que trabajaran voluntariamente en diferentes labores; ella se fue al Hospital local, ahí frente a la Carretera Central, donde estuvo el Materno, a la sala de Gastroenteritis, a salvar niños de otros; allí trabajó durante ocho meses. Al irse, en las noches, dejaba en casa a sus ocho hijos. Mi padrastro, que era comunista de los de verdad, la alentó y luego de trabajar él por el día se encargaba de nosotros.
Contaba mi madre que era lo más común del mundo encontrar, al amanecer, a niños ya muertos, rígidos incluso, porque muchos trabajadores del hospital se habían ido pa’ fuera, o pretendían hacerlo y abandonaban sus funciones. Ella se llamaba Adela Calderón Fals, una mulata muy adelantada. Era hija de padre muy blanco con mi abuela, mulata atrasada, hija a su vez de una cubana negra con un español. Ese, mi bisabuelo, se asentó en Camagüey y luchó en la guerra, como cubano, no como extranjero.
Y le voy a hacer otro cuento. Mi hermano Rigoberto cogió brucelosis de mamar leche directamente de la vaca —cuando aquello era algo muy común— en Corralillo, donde trabajaba con apenas 17 años. Tenía vómitos de sangre, estaba muy mal. Ella no hallaba qué hacer. Entonces el doctor Martínez Torres tuvo un gesto con ella y se lo ingresó. Así fue que pudo salvarse. El médico que lo atendió le dijo luego que de cada mil casos se salvaba uno; ese fue él.
No la dejaron fija, a algunas otras mujeres sí. Luego se fue a trabajar como veladora al círculo infantil que queda frente a la Feria, Los Reyecitos. Es fundadora de ahí. Era para hijos de las madres que trabajaban en el plan agrícola de Banao, y para los de algunas reclusas. Mi padrastro era alguien muy conocido, por ser fundador aquí del Partido y porque, además, era una autoridad en el mundo de las construcciones. Juan Arteaga Lara se llamaba, pero le decían Chiquitico. Varios de los edificios esos más famosos de Sancti Spíritus lo tuvieron a él como jefe de obra. Mi madre tenía una foto en la que aparece él al lado de Batista el día que se inauguró el Liceo de la calle Luz y Caballero, el que sería para gente negra, pero no cualquier gente negra: había que tener determinadas condiciones para entrar.
Mire este libro, Historia de la construcción en Sancti Spíritus, aquí está su foto, un negro fino, y trabajador a más no poder. Él y Armando Acosta eran muy amigos, una vez lo escondió aquí en la casa, que mire cómo está, porque a él no le interesaba mejorar lo suyo. Él repetía un dicho que decía: “Primero en el sacrificio, último en el beneficio”, y lo cumplía ahí, a rajatabla. ¡Los casquitos le tenían unas ganas!
Cierto día tenía aquí unas armas y otras cosas escondidas en un cajón, pa’ los rebeldes, y un amigo suyo de por aquí atrás aceptó llevárselos pa’ su casa; las sacó por el fondo, porque mi padrastro sospechaba que iban a venir a revisar. Después ese amigo como que se asustó y las trajo de vuelta, pero él no lo supo a tiempo y al amanecer vinieron a revisar. Como no la debía, no la temía. Invitó a pasar a los guardias, les ofreció café, y ellos ni revisaron casi. Cuando supo, le repetía al amigo: ‘Me hubieran podido matar por tú no decirme’. Y sí, si no llega a triunfar la Revolución a él lo habrían matado.
Si mi madre y él vivieran habrían sido de los primeros en votar. Yo tengo que cumplir con ese deber, porque si no estaría traicionándolos a ellos, y a mí misma. He escuchado y visto muchas cosas en esta vida y le digo que como esto que tenemos en Cuba no hay nada.
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