Con aquella barriga tan grande que apenas cabía de lado en el estrecho pasillo de la local, la muchacha recibió, quizás, la única respuesta inesperada:
—Si quieres te doy mi asiento— vociferó el chofer ante la indiferencia de los pasajeros y apretó el acelerador con la embarazada tambaleándose, de pie, durante todo el trayecto.
No es cuento; solo un pasaje más de una realidad que nos corroe a diario. Porque el maltrato, así porque sí, es un virus endémico.
Que lo desmientan quienes han padecido las miradas atravesadas de cualquier dependienta de una shopping cuando alguien le pide que le muestre otro artículo; o los que han andado de oficina en oficina porque a algún papel le falta un cuño; o aquellos que han tenido que regresar luego porque la muchacha que atiende eso no está.
Sancti Spíritus: Indisciplinas sobre ruedas
Son algunos rostros del maltrato que se han ido entronizando de a poco en la Cuba de hoy. Y no se precisa de definiciones de la RAE para saberlo ni sufrirlo: el agravio es una mueca que resiente las fibras más íntimas de la sociedad.
Tanto que cada vez se torna más común el empujón para subir a la guagua —aunque esté vacía—, el grito como saludo, la indiferencia como respuesta. Pero suele camuflarse hasta formas mucho más modernas y me viene a la mente entonces la sutil apatía que genera un celular.
Hasta que no “pase” de nivel en el juego de turno la persona no escucha ni el pedido: “Por favor, un número para Yaguajay”, ni responde al reclamo: “Mire, para ver al doctor”, por solo citar algunos ejemplos. El embeleso tecnológico ha venido a ser otro puntillazo en la crisis de valores.
De poco vale, al parecer, que la Educación Cívica sea otra materia en la agenda escolar, que las elementales normas de convivencia dicten a voz en cuello el respeto a los otros, que sea más humano resolver un asunto hoy para evitar un problema mañana…
Sería otro mundo, lamentablemente, reconozco. Porque el peloteo es un mal crónico en el entorno nuestro y porque cada cual se cree dueño y señor de lo que hace —ya sea en la recepción de un centro o en la oficina de la dirección— y con la potestad absoluta de dirigir, por decirlo finamente, a quien se le pare enfrente.
Y no es que el Estado voltee la espalda ante tales escamoteos a la integridad de sus ciudadanos. No hablo de las leyes que desde siempre han estado dictadas y desde mucho incumplidas; pienso en las recientes medidas tomadas, por ejemplo, para agilizar dilaciones en procesos notariales, de la Vivienda y del Registro Civil.
Si bien es cierto que acortaron no pocos trámites, a la postre también han acarreado disgustos. Quizás, algunos engranajes siguen diseñados para padecer.
Baste mencionar que papeles como los actos de última voluntad pedidos ante no pocos procesos vencen a los seis meses cuando por lo general el resto de los trámites no ha puesto su punto final y ello implica sacar varias veces dichos actos, con el pago debido cada ocasión. Es solo una evidencia de las tantas y tantas zancadillas que entorpecen el camino, porque ni hablar de las certificaciones de nacimiento o de defunción o de las consabidas subsanaciones de errores que conllevan a desvelos de más y pesos de menos.
La incomodidad que generan tales asuntos no siempre resulta ex profeso. ¿O es que tener que esperar por alguien que busque un documento en montones de files—porque los archivos no se hallan digitales— no mella también la paciencia?
Y no es fortuito. En lugares como la Vivienda, la Oficoda o Planificación Física, donde la afluencia de público es obligatoria, casi todo se lleva a punta de lápiz, literalmente. La digitalización tampoco deviene garantía de caras felices, si median los hombres; pero resulta un alivio a tantos pesares.
Antes que lo censuren los optimistas, reconozco que no vivimos en un caos; sigue siendo la misma crisis de valores, sigue hiriendo el mismo irrespeto. Lo único en lo que coincidirán todos es que la solución tampoco podrá ser el encogimiento de hombros, ni tan siquiera el cacareo estéril en una que otra reunión.
En tiempos en los que parece tan difícil ponerse en la piel de otros habrá que pulsar fibras desde la niñez —en la casa, en el círculo, en la escuela, en el barrio…— para que mañana no nos siga abofeteando a diestra y siniestra la indecencia.
hoiga y que daño le hace eso a la sociedad,yo pensava que el burocratismo se habia aguantado un poco, pero que va eso coje mas fuerza todo los dia,deberia haserce un analis con esos temas y yo empesaria por la parte de NOTARIA