La cultura no es una arista vetada para los educandos de la escuela especial para niños sordos e hipoacúsicos Rafael Morales González, de Sancti Spíritus
María Pentón Legón no imaginó nunca verse frente a una cámara de televisión. Menos, dirigir a un coro de niños frente a una multitud de personas en medio de un homenaje al Comandante en Jefe. El nerviosismo quiso salirse con la suya, pero ella fue más. Las manos de la intérprete de la lengua de señas cubana salieron a volar, hablaron, guiaron a los pequeños, entre los que estaban algunos de la Escuela Elemental de Arte Ernesto Lecuona y otros de la especial Rafael Morales: Danay, Raulito, Eriggemny, Adrián, Keibel…
El público siempre estuvo a la expectativa ante tan hermoso acto, las palabras vestidas con gestos en la interpretación de Cabalgando con Fidel. Unos niños oyentes, otros no, pero todos con el interés por hacerlo bien. Y fue un final feliz, “como nos tienen acostumbrados”, dice Mari, como la conocen en su trabajo, la escuela especial Rafael Morales, que tiene sede en la calle Raymundo de la cabecera provincial.
Ella no olvida que ese día, el de velada conmemorativa dedicada a Fidel, un viernes, los niños que viven fuera de la ciudad de Sancti Spíritus ni se preocuparon por tener que quedarse en el centro educativo por esa noche. “No querían ir para sus casas, estaban como si nada. Cuando terminaron la interpretación salieron corriendo para abrazar a la directora, a los maestros”.
Y es que su consejo para los educandos no es receta, pero sí está llena de motivaciones: “Uno les dice: ‘Vamos a hacer cultura, mucha gente nos va a ver, todo les va a quedar bonito´”.
El trabajo de Mari con las instructoras de arte hace una fusión indisoluble, prueba es el resultado de la brigada artística de la institución Rompiendo el silencio. Mariceli Basso Jiménez y Virgen Lorena Obregón Díaz bien lo confirman. La danza y el teatro acompañan a los pequeños y los hacen reír, disfrutar, aplaudir.
Virgen recuerda que desde que se graduó puso sus pies en la Rafael Morales. Y al principio, quizás no supo cómo les llegaría la música a sus pupilos pero la respuesta vino poco después: hacer el conteo para marcar los pasos en las coreografías. También ha aprendido la lengua de señas cubana, y no olvida como las lágrimas brotan de los rostros de las personas al ver la proyección de los niños. Dice que lo más bonito nace cuando el resultado es difícil de obtener.
La estrategia para el trabajo está bien diseñada, “se estudia la canción, se escogen las señas, y quien dirige el coro va haciendo las señas al ritmo de la canción”, expresa la joven instructora de arte. Al compás de Que canten los niños; Qué linda es Cuba; Saberse cubanos, el público en diferentes espacios —la Casa de la Cultura y las instituciones cercanas a la escuela —ha visto las interpretaciones de los niños que cantan con sus manos.
Mariceli sabe que eso de ser multifacéticos se adapta perfectamente al accionar cultural de la escuela. Todos quieren participar, no importa si se viste de árbol, se es Pilar, se lleva una muñeca en brazos o se trabaja con mímica; lo valioso y ciertamente importante es dejar el alma en el escenario.
Los niños utilizan los títeres, se disfrazan, preguntan, viven, dramatizan. La Edad de Oro es más que un pretexto, en Cuentos que cuentan, su última dramatización montada, son como pequeños actores, recrean un mundo de fantasía y fraternidad. Y dicen Mari, Virgen y Mariseli que las manos expresan más que miles de palabras, ellas son testigos.
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