Detrás de aquel buró, a primera vista no parece el guajiro que es. A no ser por unas manos en las que se advierten las huellas de algunos callos o por esa camaradería tan campechana o por cómo le relampaguean los ojos cuando habla de aquellas andanzas suyas en las monterías. Lo más que lo delata, acaso, es esa pose un tanto cerrera que suele lucir al espolearlo para hablar de sí mismo. No es vanidad; si de algo presume OslandoLorenzo Linares Morell —hoy director de la Empresa Agroindustrial de Granos Sur del Jíbaro— es de no haber soltado el arique.
Acaso porque lo único que ha hecho en toda su existencia es vivir en y por el campo. Tanto que lo más que recuerda de su infancia allá en La Ferrolana, mucho antes de la mudanza obligatoria a La Sierpe tras la construcción de la presa Zaza, es el andar al pelo en aquella yegua lo mismo para ir a la escuela que para salir de montería con la cuadrilla de hombres que integraba su padre.
“El que nace en el campo lo primero que hace es montar en un caballo y cultivar la tierra —confiesa—; el transporte para ir a la escuela era una yegua. Hasta el cuarto grado estaba cerquita en Palma, el quinto grado sí estaba como a 7 kilómetros de la casa e iba solo”.
Y esa vocación campesina que se iba cultivando de a poco en aquel muchacho larguirucho y flaco era genética. Lo heredaba de un padre que por esos tiempos administraba un distrito de la Empresa Pecuaria Managuaco y lo había contagiado con la pasión por las vaquerías.
“La primera inclinación fue trabajar con la ganadería, pues mi papá trabajaba en eso y yo siempre andaba con ellos, con un grupo de monteros, recogiendo y trasladando ganado. El viejo mío salía a caballo y nosotros salíamos con la cuadrilla de hombres a caballo también”.
Luego intentaría, tal vez, echar raíces fuera de unas botas de goma y aprobaría las pruebas de ingreso para cursar la licenciatura de profesor de Educación Física, que se truncaría a mitad de carrera “por regado que era uno, por indisciplina que cometimos en la escuela como fugarnos…”.
Casi una predestinación: de vuelta a los orígenes. Al borde de los 20 años, otra vez en La Sierpe y el estreno como obrero agrícola de la Empresa Pecuaria Ceba Sur. “Ahí sembrábamos yerba, tirábamos fertilizantes para los pastos, se distribuía silo y pienso para los pastoreos”.
Desde entonces el campo sería su pan diario. La única vez que saldría de aquellos potreros fue para cumplir el Servicio Militar Activo en esa unidad de artillería, allá en Pinar del Río. Y el regreso siempre.
“Cuando retorné comenzamos a trabajar en la empresa arrocera como auxiliar fitosanitario y en ese mismo año de 1989 empecé a estudiar técnico medio en Agronomía para tener una vinculación al proceso productivo del arroz. Fueron cuatro años en la escuela Ángel Montejo”.
No lo sabía siquiera; era, tal vez, el inicio de un saber que a la vuelta de los años lo han convertido hoy en una autoridad en el cultivo del arroz en Cuba. Llevaría largas horas de trabajo desde los diques hasta la industria y, a la par, muchas madrugadas de estudio para cursar, luego, la carrera de Agronomía.
De Peralejo, donde empezaría como auxiliar fitosanitario —se convertiría después en jefe de pista y, luego, en jefe de riego—, pasaría a dirigir la industria en Tamarindo y en 1997 asumiría la dirección de la UBPC arrocera de Mapos.
Serían 10 años de llevar las riendas de aquella unidad, de desvelos continuos por las producciones, de muchas exigencias hasta consigo mismo. En el 2007 a la Empresa Agroindustrial de Granos Sur del Jíbaro —donde aún permanece— llegaba más con la sapiencia de embarrarse de fango todos los días las botas que con ínfulas de cuadro. Ni siquiera hoy, cuando la empresa se muestra como una de las mejores del país en materia de producción arrocera, se ha diversificado y hasta ha encadenado las producciones, cree que los logros se deban a méritos personales.
“Hemos obtenido una preparación técnico-profesional, administrativa; tenemos un consejo de dirección sólido y colectivos de trabajadores muy comprometidos con la tarea. Hemos logrado una estrecha vinculación entre el sector cooperativo y campesino y el estatal y en eso radica el éxito, creo”.
Se debe, además, a que las jornadas de trabajo se inicien al filo de las seis de la mañana y no concluyan hasta pasadas las nueve de la noche; a que los horarios no entiendan ni de lunes ni de domingos; a que conozca los diques como las palmas de sus manos; a que supervise todo a punta de lápiz y a que hasta haya tenido que tirar una colchoneta en la oficina más de una vez.
“En primera uno tiene que tenerle mucho amor a lo que hace y tener contar con una preparación técnico-profesional acorde a la actividad que está desempeñando. Para lograr que todos los años se implementen los planes y se cumplan tiene que existir una disciplina organizativa, técnica… El rigor para lograr el crecimiento de los planes con el objetivo de que la empresa crezca e incremente las producciones de bienes y servicios, eso también hace que el cuadro se exija más. Porque la tarea del director no es sembrar un campo de arroz, sino preparar en el proceso de planificación del año para que todo se le haga al cultivo como debe ser, cumpliendo los cronogramas de siembra, atenciones culturales, cosecha…”.
Tanta entrega le han valido, por más que le cueste reconocerlo, los cuadros y distinciones que cuelgan en la entrada misma de la empresa —en los que puede leerse desde reconocimientos provinciales hasta condiciones nacionales— o los certificados que acreditan a Linares, en varias oportunidades, como cuadro destacado del Ministerio de la Agricultura y la elección, recientemente, como delegado a la Asamblea Provincial del Poder Popular. También lo engrosarían las misiones a Vietnam, en el 2014, y a República Dominicana, en el 2017.
Solo existe una fórmula posible: “Nos gusta vincularnos mucho con la base productiva, conocer de los problemas que ocurren allí, en la producción agrícola, saber cómo conviven los trabajadores nuestros que se pasan largas horas en las áreas de la arrocera. A nosotros nos gusta más el campo que la oficina”.
Y cuando Linares no trabaja, ¿qué hace? La pregunta ahora mismo le hace meditar en busca, quizás, de una respuesta que lo aleje de tantos y tantos papeles. Ya había revelado la predilección por el fútbol o la pelota y por una que otra cerveza —aunque se haya jubilado un tanto de esas correrías—. Sin más alternativa responde: “Trabaja. Son pocos los otros momentos, porque si no estamos aquí, generalmente cogemos una semana de vacaciones, y lo otro es en la arrocera. Le dedicamos más tiempo al trabajo que a la familia. Uno va creando su propio imperio, lo que nosotros podamos hacer aquí en La Sierpe se queda en función del bienestar de los habitantes de La Sierpe”.
¿Se cree entonces un guajiro que dirige o un director que alguna vez fue guajiro?
“Sí, soy guajiro. Fíjate que a mí me gusta más montarme en un caballo e ir a una montería que ir a bailar con la orquesta Aragón. Me gustan los sombreros, me gusta el campo”.
Y no podría renegarlo, porque en todos estos años no ha perdido ni los apodos de la juventud, tanto que a ratos lo llaman El cirgüelón o El ganadero o Lipochol; ni el ser el director que más años lleva frente a la empresa le ha subido fama alguna para la cabeza.
Quien lo encuentra enfundado en aquella camisa a cuadros y las botas pulcrísimas no podría sospechar esa alma montuna; solo quien lo ve acariciar a aquel conejo o preguntar hasta por el pelaje de los carneros advierte que detrás de tanta modestia escudada en ese “nosotros” que repite sin cesar habita un hombre que no sabe hacer otra cosa que tirar para el monte.
Neisy
Soy del criterio que es un director excepcional, es la persona más capaz que he conocido, es super integral, es incansable, la década al frente de nuestra empresa le ha dado la virtud de conocer nuestro ámbito de trabajo de punta a cabo, no hay tema que no domine y del que no conosca, por ello puede hablar con certeza de cualquier tema de trabajo, con sus trabajadores es extremadamente comprensivo, es compañero, amigo y nunca sin dejar de ser el director, respetuoso, honrado, dedicado, es una persona muy valiosa, tengo el mejor criterio de su persona y de su trabajo, porque con su exigencia nos ayuda a crecer y a triunfar en cada tarea del día a día.
Soy de la opinión que es un buen Director, muy preocupado, incansable ante las tareas asignadas, es un hombre sacrificado, preocupado por las inquietudes de sus trabajadores. Ha llevado adelante nuestra Empresa por más de 10 años, obteniendo logros y buenos resultados.
Además gracias a la periodista por su bonita publicación.