Recuerdo la advertencia de aquel despistado, con cara de quien no lee ni carteles, la mañana en que fui al bulevar por un ejemplar del Proyecto: “No vale la pena, ya yo me lo leí completo y puedo decirle que no tiene nada interesante”. Le rebatí lo de “completo”, por lo grueso del tabloide, y admitió: “Bueno, no es que lo haya leído todo, pero le pasé por arriba a algunos párrafos”. Entonces el texto recibía solo las primeras miradas. Después vendría la avalancha de criterios que los más escépticos consideraban inútiles. “Total —decían—, ya eso está aprobado”.
Lo revisé interesada, como cada cubano que se tomó en serio el privilegio de que lo dejaran opinar sobre algo tan relevante. Quería, de seguro igual que mis coterráneos, que el contenido de la nueva Constitución de la República de Cuba se ajustara lo más posible a los intereses de quienes habitamos el archipiélago.
Poco a poco fui descubriendo no solo un interés mayoritario en participar con ideas y propuestas personales, sino, lo que era mejor y más asombroso: un interés expreso en que esas ideas, si ayudaban, fueran incluidas en el documento, probablemente el único texto constitucional que en el mundo ha sido puesto, con pelos y señales, a consideración del pueblo. Pero había otra exclusividad: no solo era factible considerar; también se otorgaba el derecho a proponer cambios.
“No se trata de una Constitución para cada cubano”, diría una diputada en la sesión donde, el pasado 21 de diciembre, quedaba aprobado el documento en su versión definitiva. Hablaba de posibles insatisfacciones de quienes propusieron algo que no quedó en la última letra. Pero que el 50.1 por ciento de las iniciativas del pueblo fueran aceptadas, luego de ser reunidas en 9 595 “propuestas tipo” (por comunión de intereses), como parte de la nueva Ley de leyes, es motivo de orgullo por tener a Cuba en calidad de Patria.
Hablo de tener una Patria y no de residir en ella, porque también los cubanos que viven en el exterior decidieron el texto final, al aceptarse el 40 por ciento de las 978 “propuestas tipo” que salieron de sus consideraciones. Tan abarcador y transparente resultó el análisis que no cuesta trabajo hallar en las modificaciones, hechas públicas de inmediato, ideas expuestas en las citas a las que uno asistió como parte del colectivo laboral o del vecindario. Sucedió con al menos un par de intervenciones que tuvieron lugar en mi radio de acción. Sé de quienes han visto atendidas peticiones formuladas en otros espacios.
Lleno de colores y matices estuvo el proceso, no solo porque se percibió fervor casi idéntico al opinar sobre el matrimonio visto desde una nueva óptica, al considerar la duración del mandato del Presidente de la República o calificar de insuficiente el salario de una buena parte de la ciudadanía. La gente habló sobre lo que quiso, de forma atinada, y buena parte de esos criterios, ya se sabe, serán tomados en consideración en documentos legislativos que vendrán, lo cual quiere decir que no se habló en vano.
Quedó el sabor agradable de que las polémicas en torno a la familia y su papel dentro de la sociedad sirvieron la mesa para nuevas y más sólidas consideraciones. Fue pulsado el sentir popular. Conmovieron los enfoques de algunos diputados en la jornada de cierre, entre ellos el de aquel babalao que habló de una cultura de la resistencia en nuestro país, afirmada, dijo, en el pueblo, las armas y la unidad. Tras expresiones cubanísimas, ese mismo representante de pueblo exclamó un “Aché por el humilde y heroico pueblo de Cuba”.
Con 760 modificaciones realizadas a partir de las opiniones recogidas en la consulta, la Carta Magna aprobada por el Parlamento que será puesta a consideración del pueblo el próximo 24 de febrero —para ser ratificada o no por cada cubano con derecho a hacerlo— viene siendo de todo el que la sienta suya.
Por eso, a medida que Homero Acosta Álvarez, secretario del Consejo de Estado, presentaba ante la Asamblea Nacional del Poder Popular los cambios en el Proyecto, y a medida que los votantes pronunciaban el “Sí”, la opinión de aquel intruso que desacreditó su simiente se desvanecía cada vez más. Lo que se estaba aprobando, y estoy segura de no ser la única con ese sentimiento personal, no era otra cosa que mi Constitución.
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