Aquella mañana de marzo de 1968 resulta inolvidable para Elpidio Hernández García, el viejo sabio y voluntarioso, jubilado ferroviario, quien por unas horas tuvo en sus manos la vida de Fidel.
Aún recuerda las peripecias del viaje en que el Comandante en Jefe recorrió el ramal Fomento-Trinidad acompañado de otros oficiales del ejército, donde fueron utilizadas para su traslado tres chispas (motor de vía), hecho que le permitió disfrutar de la grata compañía del líder de la Revolución.
Una tarde, en la casa de la brigada en Condado, recibí la visita de un teniente para comunicarme que al día siguiente no habría trabajo y que yo debía estar en Fomento a las cinco de la mañana con el motor listo para hacer un recorrido. Pedí que me acompañara Felo Broche, el reparador, por si algo pasaba. Nunca imaginé que se trataba de Fidel.
Cuando lo vi llegar me sorprendí un poco, él se subió a la chispa que yo conducía, saludó a los presentes y ordenó ponernos en marcha.
Como motor explorador estaba el de Erasmo Sánchez, un responsable de brigada de Fomento, y detrás del mío el de José Pérez, de Sopimpa, quien transportaba al resto de la gente.
Cuando Erasmo habla las palabras se le escuchan muy suaves como si buscara en lo más profundo de su memoria para no olvidar ningún detalle.
Compartí con Fidel unas cuatro horas -expresa pausadamente el entrevistado-, ésas fueron las más largas de toda mi vida, imagínate la tensión, yo manejaba con mucho cuidado para que todo saliera bien. En más de una ocasión él orientó detener la marcha, se desmontaba para observar a su alrededor, supongo que la belleza del paisaje, que, en verdad, es muy bonito, porque la línea bordea las lomas y uno ve los puentes altísimos y el río con sus recodos que se pierden por las montañas.
Antes de llegar al puente las Mariquitas la chispa de alante se detuvo por una rotura, nos pusimos a arreglarla y cuando nos percatamos el Comandante ya lo había pasado, daba unos pasos largos y firmes, sin miedo. Lo alcanzamos del otro lado.
Seguimos muy despacio empujando con el nuestro el motor explorador. Fidel, como siempre, muy preocupado por todos, me preguntó por qué no le ponía un techo al equipo para protegerme del sol y de la lluvia, también se interesó por los pasillos de los puentes para que las personas no quedaran atrapadas en caso de que viniera un tren. Poco después de su visita se mandaron a construir.
A pesar de las tensiones, las cosas salieron bien, y aunque mi chispa se sacudió bruscamente en más de una ocasión hicimos el viaje sin grandes contratiempos.
El recorrido finalizó en Manaca-Iznaga, allí lo esperaban los carros, él se despidió contento y nos dio las gracias por conducirlo hasta ese lugar.
Erasmo narra cada episodio como si lo estuviera viviendo nuevamente, en sus ojos hay un brillo diferente, es la emoción o tal vez la nostalgia por aquel momento; nunca imaginó poder contar esta historia. En tanto, muestra la instantánea donde aparece junto a Fidel y comenta cómo la pudo obtener.
Yo sabía que ese día se habían tirado fotos, pero hace sólo unos años mi hijo, que también es ferroviario y actualmente opera la locomotora del «Ramón Ponciano», vio el retrato en una oficina de la División Centro en Villa Clara y al decir que se trataba de su papá logró que me lo enviaran. Ahora lo guardo como un gran tesoro, aunque estaba un poco maltratado, porque han transcurrido 35 años.
Una mirada a la vida de Elpidio, que a pesar de sus 85 años se mantiene activo en las labores del CDR y de su núcleo zonal, nos develan la gran persona que es.
Yo fui de los primeros milicianos que hubo en esta zona. Cuando la limpia del Escambray repartía las postas, y los alimentos a los que cuidaban los puentes, eso lo hacía a cualquier hora del día o de la noche; muchas veces los bandidos me salían al paso en la línea, pero por suerte no me hicieron daño.
Durante todo este tiempo he recibido varias condecoraciones: la de Alfabetizador, fundador de los Comités de Defensa de la Revolución, la 40 Aniversario de las FAR, la José María Pérez, del sindicato del Transporte, entre otras, y aunque cada una tiene su propio significado, para mí lo más grande es saber que todavía existo, que me necesitan en la cuadra organizando actividades o chequeando una tarea, y si tuviera que volver con mi chispa a dirigir una cuadrilla, no lo pensaría dos veces.
Este trabajo se publicó originalmente el 22 de marzo del 2003
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