Dicen que en aquellos años espinosos del período especial, cuando se estrenó como primer secretario del Partido Comunista de Cuba en Villa Clara, se le veía aparecer en cualquier recodo de Santa Clara con la camisa casi tatuada en el cuerpo de tanto sudor luego de pedalear cuadras y más cuadras. Dicen que allí mismo apostó no solo por solventar las necesidades más perentorias de los villaclareños, sino también por saciar casi una urgencia espiritual: la apertura de El Mejunje —emblemático centro cultural de la isla— o la impulsión de los festivales de rock renombrados hasta hoy: Ciudad metal.
No era por pose suya. La inquietud por la cultura venía a comulgar, quizás, con su inclinación juvenil por los Beatles o con una melena irreverente que se mostraba tan atípica para su altura de dirigente.
Porque antes de sentarse detrás de aquel buró para llevar sobre sus hombros las riendas de una provincia, Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez se había graduado de ingeniero en Electrónica, había pasado el servicio militar como oficial de las tropas coheteriles de la defensa antiárea de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, había sido profesor de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas (UCLV) —donde estudió—, se había enrolado en una misión internacionalista en Nicaragua y había sido segundo secretario del Comité Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas.
Fue una escalada sin mediaciones del azar: de estudiante a profesor; de dirigente juvenil a cuadro del Partido; de ministro a vicepresidente. Le valían como cartas credenciales, tal vez, un protagonismo fogueado en el tú a tú con la gente; una exigencia puesta a prueba en el trabajo diario; una aptitud para pulsar las fibras de los otros.
Con el paso del tiempo, a lo mejor uno de los momentos que más recuerde de los nueve años que dirigió la central provincia —desde 1994 hasta el 2003—, sea aquella noche del 14 de octubre de 1997 cuando, en la sala Caturla de la Biblioteca Provincial José Martí, rindió guardia de honor a los recién llegados restos del Che Guevara. Le antecedían jornadas enteras de preparar la plaza, de convocar sin consignas, de mantenerse en vilo ante tanta grandeza.
Lo vi por vez primera años después, aquel día del 2002 cuando enfundado en una camisa negra se sentó a dialogar, sin protocolo alguno, con los estudiantes que iniciábamos la carrera de Periodismo en la UCLV. No lo sabríamos entonces, ponernos oído era otro modo de auscultar la juventud, de no desligarse de las esencias.
Un año después llegaba a Holguín para guiar al Comité Provincial del Partido —allí estuvo hasta el 2009— y lo elegirían, además, miembro del Buró Político; sería el más joven en esa instancia. Nada fortuito y lo advertía Raúl Castro al presentar su candidatura: “Se destaca por su tenacidad y sistematicidad en el trabajo, el espíritu autocrítico y su constante vinculación con el pueblo. Tiene un alto sentido del trabajo colectivo y de exigencia con los subordinados y predica con el ejemplo en el afán de superarse cotidianamente. Ha mostrado una sólida firmeza ideológica”.
Y tanta entrega y hasta esa vocación casi congénita por el magisterio —su madre fue maestra normalista— le valdrían para convertirse en Ministro de Educación Superior en el 2009, donde reformó planes de estudio, restableció las pruebas de ingreso de Matemática, Español e Historia, potenció el uso de las tecnologías… No dejó de preocuparse por la educación ni cuando fue liberado de su cargo en el 2012 y pasara un año después a atender el sector, entre otros, como parte de sus funciones como vicepresidente del Consejo de Ministros.
Día épico el 24 de febrero del 2013 en que sería nombrado primer vicepresidente de Cuba. Y comenzar a lidiar con responsabilidades mayores, con el acecho constante de saberse el espejo de una generación nueva y de otras que construyen esta sociedad.
Para cuando volví a verlo en el 2016, ya ocupaba el cargo de primer vicepresidente cubano, usaba una tableta en lugar de agenda, tenía unas arrugas de más y melena de menos; pero llegaba a la Redacción de Escambray con el mismo desenfado que lo hizo más de una década atrás en la UCLV. Luego de hurgar en los claroscuros de la prensa, como si nos conociera de siempre, dijo: “Se respeta mucho a nivel nacional la manera en que trabaja Escambray y lo que aquí se logra. Yo recibo semanalmente el periódico y a cada rato leo la versión digital”.
Ayer, cuando las cámaras todas lo enfocaban de traje gris en medio del Palacio de Convenciones, cuando su nombre retumbaba como propuesta a Presidente y hasta se volvía tendencia mundial en Twitter, pesaba mucho más el anuncio hecho desde antes por Raúl. Era solo el preludio de un compromiso mayor: a partir de hoy Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, el hijo de Aida y Miguel, comenzará a regir por la misma senda los destinos de esta isla.
Estaba tratando de desifrar el arbol geneologico por los recuerdos de mi papa el piensa q es primo de el
De lo que si doy fe es de que el compañero Miguel Mario Diaz Canel Bermúdez es un honesto, honrado, trabajador y ejemplar dirigente. Lo conozco personalmente de nuestra misión en Nicaragua por allá por el año 1989. Tuve el honor de ser dirigidopor el, entonces 1er Secretario de la UJC en la colaboración cubana en aquel hermano país, siendo yo miembro de aquel Buró. Saludo su elección porque confío en su probada fidelidad a los principios de la Revolución, a Raúl y a Fidel. Suerte Miguelito y desde mi posición contribuiré con tu gestión.