Este hijo de Africa fué esclavo, fué cubano en el sentido que más honra esa palabra, fué capitán, fué héroe y fué mártir. Lo dicho solamente bastaría para ennoblecer su nombre y su recuerdo, pero mucho más merece ciertamente quien, como Legón, hizo tanto por la dignificación de la República cubana, derramando por ella su sangre generosa en los combates donde ganó su fama de grandeza. Sencilla es por demás de referir su corta historia antes de la Revolución. Nació en Africa, y hasta la edad de dieciocho ó veinte años vivió allí, de donde lo extrajo un barco español negrero, de esos que constituían la piratería moderna, y con cientos de compañeros más, robados á su tierra y á su libertad, lo alijaron en la playa desierta y montañosa de Yaguajay, jurisdicción de San Juan de los Remedios, allá por los años de 1860 al 61. Los ingenios y potreros de aquellas comarcas se disputaron y repartieron el lote esclavo de aquellos infelices africanos, y José Antonio, nuestro héroe, fué con otro compañero de expedición á parar á manos de mi padre y de su vecino don José Mariano Legón, ambos ricos propietarios de la comarca de Sancti Spíritus. Mi padre se adjudicó a José, que era el nombre del compañero de José Antonio, y éste fué á poder de Legón, de donde le vino el apellido. Don José Mariano León era un rico potrerero que contaba una media docena de esclavos, criados domésticos como la mayor parte de los que pertenecían á aquella especie de fincas, y de condición muy semejantes de la de los demás infelices que sufrían la inhumana esclavitud en los ingenios de azúcar, pues en los primeros el trabajo, el trato, el reposo, la vida, en fín, era una verdadera libertad relativa, comparada con la que sufrían en los ingenios las víctimas que caían, para no salir jamás, bajo las ruedas de esas máquinas del infierno que destilaban guarapo mezclado con sudor y sangre, convertido luego en oro que servía, y aún sirve, para aherrojar la libertad, para sofocar la dignidad humana.
En la finca “Las Delicias”, de Legón, aprendió José Antonio todas las tareas inherentes á las fincas-potreros, de modo que al poco tiempo era un perfecto hombre de campo, pero en lo que más se distinguió desde el primer año de su residencia en “Las Delicias”, fué como ginete, llegando á ser un montero consumado: —montero es una palabra que todos los cubanos conocen en el especial sentido que para nosotros tiene en Cuba, y designa al hombre que se ocupa exclusivamente en la recogida y pastoreo de ganado; hay el montero de á pié, que regularmente se dedica á la cría de cochinos y recogida de éstos por los montes firmes, y el montero de á caballo, que solo atiende al ganado vacuno en los potreros y haciendas de crianza suelta ó comuneras. De estos últimos era José Antonio Legón, uno de los más distinguidos en la rica finca á que pertenecía, y también de sus vecinas de igual importancia, pues sabía despedir su caballo á todo escape, y en la velocidad de su carrera detrás de un toro forzudo y bravío, por saos y matorrales, colocar la honda de su lazo ó cuerda de pita ó de cuero de vaca en las astas del fiero animal, y detenerlo y dominarlo luego, sin desmontarse de su cabalgadura. Esto hacía diariamente José Antonio, y así ganó renombre de excelente montero entre la gente del oficio, que eran sus competidores naturales. Yo recuerdo haberlo visto muchas veces en la finca “San Marcos”, de mi padre, acompañado de Vitorino y de Eusebio, también monteros de gran fama y nombradía y esclavos de Legón, asociarse á los de mi padre, que eran por el mismo estilo, y juntos emprender la recogida del ganado de ambas fincas colindantes, “Las Delicias” y “San Marcos”, que se ayudaban mutuamente en esas recias faenas, por ser sus respectivos dueños —Legón y Sánchez— íntimos amigos desde muy atrás. Desde el año de 1862 hasta el de 1868, en que dió principio la Revolución de Yara, vimos a nuestro héroe consagrado constantemente á sus ocupaciones de montero, siempre cabalgando en magníficos caballos vestidos de ropa de rusia y de dril cazador, sombrero de guano, zapatos de vaqueta, machete y cuchillo de Collins al cinto: tal era el montero hasta que estalló la Revolución.
Cuando hizo explosión la conciencia pública, sofocada por más de tres siglos y medio de impía fuerza, don José Mariano Legón, rico y ya anciano, entendió que él y todos los suyos se debían en cuerpo y alma á la Revolución, y á ella se marchó con sus hijos, sus esclavos, que como á hijos trataba él, y cuantos familiares y allegados pudo arrastrar con su influencia. Todo eso ofrendó á la causa de su patria aquel buen cubano, y además toda su riqueza material, que era de importancia. Eso hizo Legón, y lo mismo hicieron miles de hijos legítimos de Cuba, allá por las agrestes comarcas de Oriente, Camagüey y Villas, porque allá se sentía ese noble ardor que lo dá todo á la Patria, y nada pide de ella, fuera de la libertad y dignificación de los cubanos. José Antonio fué del número que escoltó á su antiguo dueño por los campos libres, y así empezó su vida de soldado. Pasó algún tiempo, y sonó para el buen patricio campesino la hora fatal, la hora de la invasión y del bojeo por el ejército español contra la masa cubana desarmada: muchos cayeron, Legón cayó también, y en su agonía, allá en el corazón de la montaña, dijo á José Antonio, que lo sostenía en sus brazos: —“Mira, hijo: yo voy a morir, y lo que te encargo como único recuerdo á mi memoria es, que nunca te presentes a los españoles”. ¡Ay! ¡qué hombres aquellos que sabían morir de esa manera! Sucedía esto en 1869 y la guerra duró hasta 1878; y José Antonio Legón, que había jurado cumplir religiosamente el mandato del anciano patriota moribundo, se mantuvo firme en su fé de creyente, y cumplió la palabra empeñada. Veamos ahora cómo la cumplió, y en qué condiciones lo colocó la suerte de la guerra para salir triunfante hasta el fin de aquella brega sin ejemplo: aunque no salió vivo, porque murió combatiendo gloriosamente en los instantes mismos en que ya se ajustaban en el Departamento del Centro los preliminares de la paz del Zanjón, que se ignoraban en las Villas.
A partir del año de 1869, y ya muerto don José Mariano Legón, José Antonio ingresó en una de las partidas sueltas que operaban por la jurisdicción de Sancti Spíritus. Agil ginete, como se ha dicho antes, muy pronto se empezó á distinguir como guerrillero, armado de un Winchester que aprendió a manejar bien, y con el cual hacía blanco á cada tiro. Así pasaron esos dos años de 1869 y 1870 para Legón, sin añadir nada á su fama; pero llega el de 1871 y con él el forzoso abandono del territorio de las Villas por sus fuerzas respectivas; los villareños casi en masa, se dirigen al Camagüey, que les brinda por la naturaleza de su territorio abierto y amplio más adecuado teatro para resistir y salvar la Revolución, ya imposible de sostener en su comarca. Pocos, muy pocos defensores de la independencia patria se mantienen en las Villas hostilizando á España, y de esos pocos es José Antonio Legón. Y aquí empieza ciertamente la página brillante de aquel gran guerrillero cubano, que con tres ó cuatro hombres más, parecidos a él, todos cabalgando en briosos caballos y armados de excelentes rifles, son por espacio de cuatro años el terror de la guardia civil y de las guerrillas españolas que vagaban por la región pacificada de Sancti Spíritus. José Antonio era el jefe natural de aquellos cuatro hombres, que en el desamparo y abandono de los suyos, ausentes en otras regiones, juraron venderse caros y seguir vengando a Cuba del ultraje de la dominación extraña y rapaz. La astucia puesta al servicio del corazón, la intrepidez al lado de la generosidad, el desdén en el aislamiento, la resolución por la ira, la bravura temeraria: tal es la heroica semblanza de aquel temible luchador. Considérense las intrigas, las celadas, las traiciones, las infamias, los sobornos, los asesinos que el Gobierno español pondría en juego para deshacerse de José Antonio Legón en el corazón de una comarca pacificada, reconstruida y acobardada por la amenaza constante y brutal del déspota vencedor. De todo criminal intento triunfó José Antonio, no ocultándose del adversario que combatía, sino peleando audazmente y haciendo morder el polvo á cuanto temerario osó ponerse al alcance de su certero rifle. De ese modo logró el héroe hacerse respetar en poco tiempo de sus enemigos, que empezaron á ver en él al hombre capaz de vender cara su vida por la justicia de su causa. Y los cubanos sus amigos, que vivían pacíficos entre los españoles, le daban en todos sus actos, y desde el fondo del corazón, el voto de sus simpatías y cariño; lo que era muy natural, entre otras cosas, porque los hombres y los pueblos jamás pueden sustraerse á la admiración y simpatías que en su imaginación despiertan los héroes.
José Antonio llegó después de algún tiempo á ser, para los cubanos y españoles, como un ente legendario y fantástico, casi invulnerable, contra el cual las armas del Ejército español eran nulas e impotentes. En todas partes se le veía á la vez: ya llegaba á tal casa de la vecindad y allí almorzaba con tres hombres, ya ocupaba más allá dos caballos á la tropa española, ó en tal camino real mataba dos o tres civiles apoderándose de sus rifles y caballos, todo en las pocas horas de un solo día; y por la noche penetraba en un poblado enemigo, compraba en un establecimiento español lo que necesitaba, y asomado después á la puerta de un baile, permanecía allí una hora oyendo la música y viendo danzar á los oficiales españoles. Y eso que se refería en los lugares donde él operaba era las más de las veces real y verdadero, porque ninguno otro de los muy escasos insurrectos que por allí había, se atrevía a tales proezas, casi fabulosas; otras, la fantasía exageraba la leyenda, pero lo cierto es que José Antonio Legón era el espanto de sus enemigos y el héroe ejecutor de los cubanos. Los traidores al servicio del Gobierno español —que los hubo entonces y ahora más que nunca— le temían y lo veían, en el delirio de su conciencia delincuente, como al vengador de la justicia perseguida y por ellos alevosamente asesinada; huían de él y se escondían en el seno de las poblaciones resguardadas por los españoles; eso hacían, sobre todo, los prácticos que servían á España guiando al ejército á las ocultas guaridas de sus hermanos para asesinarlos. Más de uno de aquellos miserables que conocimos personalmente, cayó bajo el filo de su machete en las calles de un pueblo lleno en aquel instante de soldados españoles. Júzguense esos hechos que conocemos en sus detalles, y ellos probarán hasta donde llegaba la bravura de aquel guerrero osado.
Cuatro años próximamente presenciaron las hazañas constantes que José Antonio realizó en su comarca, sin que lo apoyaran más que el valor de su brazo y la bravura de su corazón; al cabo de ese tiempo apareció en el territorio de Sancti Spíritus el entonces teniente coronel Francisco Jiménez con gente armada, despachado desde el Camagüey en comisión del general Máximo Gómez; tan pronto como Jiménez pisó aquella comarca, se presentó y se puso á sus órdenes José Antonio, diciéndole: —“Teniente coronel; aquí estoy con usted, para todo lo que usted me mande hacer”; y le refirió punto por punto cuanto había hecho él desde que se quedó combatiendo al enemigo con dos ó tres compañeros más, y sin saber nada de la Revolución, que existía sólo en Oriente y Camagüey. Jiménez lo abrazó con ternura y lo colocó a su lado como á uno de sus más íntimos amigos y valerosos subalternos.
Desde aquel día ya José Antonio no se separó más de Jiménez, que lo necesitaba para todo lo más arriesgado de sus empresas y planes de campaña, y allí lo vimos distinguirse notablemente en toda su gloriosa serie de acciones de guerra que tanta fama le conquistaron á Jiménez en las Villas, anteriores á la invasión de ese territorio por el general Máximo Gómez en 1875. Ya en tierra villareña el general, José Antonio siguió prestando sus servicios de oficial en los cuerpos de caballería veterana, distinguiéndose en los primeros momentos de la invasión en el célebre “Paso de Castaño”, donde el fiero brigadier José González Guerra, era el primer hombre de vanguardia, en ese célebre vado y carga sobre el enemigo atrincherado, y el segundo José Antonio, que al lado del brigadier, machete en mano, entró el primero en las filas enemigas, é hizo gran destrozo en ellas. Después, los innumerables combates que señalaron gloriosamente la invasión y campaña de las Villas en los años de 75, 76 y 77, registran con brillantez en sus anales el nombre de José Antonio Legón. En la recia campaña que las Villas sostuvieron contra las huestes del general español don Arsenio Martínez Campos en el año de 1877, fué herido gravemente Legón en una pierna, en la acción de Manaquitas que dió a los españoles con su brigada el que escribe estas líneas: una vez curado de esa herida se incorporó de nuevo á la escolta de caballería del brigadier Francisco Jiménez, su antiguo jefe; por entonces hacía tiempo que el Gobierno de la República lo había nombrado capitán. Por fín, en diciembre del año citado, se halló con Jiménez en la macheteada que ese afamado jefe dió en Palma Criolla con su fuerza de caballería á los españoles, siendo muerto Legón tres días más tarde en la sorpresa en que numerosa columna de caballería enemiga cayó sobre el citado brigadier Jiménez. Allí sucumbió heroicamente José Antonio Legón, conteniendo á retaguardia todo el empuje del enemigo, cien veces mayor en número que los defensores de la República, que en esos mismos instantes capitulaba en el Camagüey. Así sucumbió, digna y heroicamente, aquel campeón de las libertades patrias, sin el dolor de presenciar el fracaso momentáneo de la independencia malograda. Luchó incansablemente y denodado por todo lo grande y bueno que la libertad atesora. Sirvió a Cuba republicana, á la democracia, á la igualdad, á la fraternidad. Derramó su sangre copiosamente por los que con él defendieron el derecho y por los que ingratos lo condenaron y lo persiguieron, perdonando la ofensa hecha á la patria y á la humanidad por aquellos malvados y asesinos. Batalló más de nueve años por la República muriendo por ella, y con ella desapareciendo. Si hubiera asistido á la última hora de la patria cubana, á esa hora fatal del desastre y de la angustia patriótica, su alma libre, independiente y altiva, se hubiera estremecido; pero ¡ay! había muerto y nosotros, que con él luchamos y vivimos por la República y la democracia, no nos atrevemos á decir si él ganó ó perdió, si fué venturoso ó desgraciado cayendo para siempre en aquella suprema y maldita hora de la derrota y la vergüenza. ¡Negros y blancos: honrad al hombre libre que murió defendiendo la libertad de todos, id allí al suelo consagrado por el sacrificio y por la sangre, y así sereis iguales á José Antonio Legón, que para mi corazón y mi justicia vale más que todos los blancos y que todos los negros que no igualaron su gloria de hombre verdadero!
Nota: Escambray respeta la ortografía y el estilo de Cuadernos Cubanos. No. 8. Universidad de la Habana. Comisión de Extensión Universitaria. 1969.
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