El diálogo resulta vital para comprender que la cultura no está amarrada solo a los conceptos artísticos, a una élite creadora que legitima con libros, pinturas, obras teatrales, melodías y bailes, sino con un quehacer constante en un contexto complejo en que cada proceder incide en la construcción de los seres humanos.
Precisamente en esa comunicación asume el periodismo un papel esencial como mediador o herramienta para la formación de opiniones sobre cualquier tema, según se concilió en el I Coloquio sobre periodismo cultural efectuado en Camagüey.
Toca entonces desterrar de las subjetividades de quienes dirigen los medios de prensa la idea de que la cultura es un “sector blando”, fácil de trabajar porque significa realizar simplemente la cobertura de unos cuantos cuadros colgados en la pared o una gala por una efeméride.
Corresponde a periodistas la superación post academia, que no suple medianamente la necesidad de conocimientos y que nunca lo hará, a pesar de que se pongan en práctica tantos planes de estudio como letras tiene el abecedario, porque los saberes no se incorporan, sino se aprehenden durante el mismísimo paso de la vida.
Y mucho más en la actualidad, cuando al solo dar un clic en Internet se conoce con lujo de detalles hasta el más recóndito Macondo, le toca al periodista cultural llegar a esa plataforma diferente en códigos y múltiples opciones, con criterios maduros; ética y responsabilidad para hacer suyas las informaciones que navegan por esa infinita red de redes y edificar productos comunicativos despojados de banalidad, frivolidad, “bolas” y con diversidad de criterios, aunque muchas veces contradigan el pensamiento normado de la mayoría.
Igualmente, resulta esencial estrechar alianzas con la comunidad artística para que no asuman la crítica como la punta de un aguijón, sino que se sumen a ella y toquen las puertas de las redacciones como una parte de ese sistema institucional necesario para trazar políticas vitales en la conformación de la sociedad.
Por supuesto que todo cambio exige de tiempo, de ganas de hacer y de comprensiones. Pero el reloj camina y quienes aún nos consumen no se detienen y exploran en otras propuestas, para ellos quizás más atractivas. Retar lo que hasta ahora ha sido la práctica cotidiana y retarnos a nosotros mismos como expresión del periodismo cultural cubano devienen retos imperiosos para desterrar, de una vez y por todas, esta profesión del banquillo de los acusados.
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