Cuando la reportera se le acercó, para saber su nombre, Fanny Sánchez González respondió a duras penas, ya con las manos sobre el rostro y las lágrimas corriendo por él. Era la emoción. Acababa de departir, de tú a tú, con el vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba Roberto Morales Ojeda, quien, al término de la charla colectiva, le estampó un beso, y con la Ministra de Educación del país.
Ya el visitante, quien iba acompañado, además, de las máximas autoridades del Partido y del Gobierno en el territorio, conocía las principales inquietudes del estudiantado. En el amplio salón de la Escuela Pedagógica Vladislav Volkov, Yosvany Rodríguez, el director, expuso ese y otros elementos, que el también miembro del Buró Político del Comité Central del Partido contrastó con el parecer de los representantes de la FEEM y la UJC. Pero allí, en el aula Primaria 1 del Cuarto Año de la carrera, él reiteró la interrogante.
Nerviosos, aunque convencidos de que se les escuchaba con la intención de ayudar, y estimulados por el tono afable en el lenguaje de los visitantes, los muchachos confirmaron que les afectan la falta de teléfonos, la carencia de acceso a Internet y la frecuencia de los pases, cada 11 días.
Fanny alegó algo que implicaba argumentación de lo dicho por uno de sus compañeros al respecto, y Ena Elsa, sonriente, comentó que la defensa era permitida. Entonces se embullaron otros, entre ellos un estudiante de Taguasco que expresó satisfacción por realizar las prácticas pre-profesionales en la misma escuela donde creció.
El diálogo resultó ameno. Tanto que, aunque pasaba con mucho el mediodía, los rostros de una y otra parte lucían iluminados. Tanto que alguien se animó a referirse a la “muchachita” convertida en madre que a los 30 días de parida retornó al aula. Tanto que, mientras la aludida sonreía, tímida, en la hilera derecha, Fanny, la joven atrevida de Condado a quien Morales Ojeda sugirió elegir, una vez adulta, para delegada del Poder Popular, soltó con espontaneidad envidiable: “No, y eso no es nada, tenemos otra que también parió y ya está al venir, lo que pasa es que dio a luz hace poquito, el mes pasado”.
Las recomendaciones que el vicepresidente había dado poco antes se concretaban allí mismo, con el ejemplo práctico. Había hablado de ir a la base y dialogar con los estudiantes para conocer cómo piensan, de desalmidonar el lenguaje y atemperar el trabajo político a los tiempos que corren, de emplear métodos científicos en la dirección, de estimular la formación de nuevos maestros y profesores como fórmula definitiva para el déficit de fuerza docente en esta provincia.
Y ofreció a la veintena de futuros pedagogos explicaciones sobre sus inquietudes. Y dijo que se promovería un análisis a nivel nacional para valorar la factibilidad o no de acortar los días de estancia en el centro y establecer, como ellos solicitan, el pase semanal.
Y sugirió analizar detenidamente los otros dos temas, porque, como bien le ilustrara a la periodista el administrador del centro, “el único teléfono de esta escuela, con dos extensiones, debe haberlo traído Cristóbal Colón”, y porque, como mismo arguyen los alumnos, la Internet la precisan para informarse adecuadamente. Todo ello, partiendo de que los estudiantes que se decidieron a ser maestros y profesores se mantendrán en esa aspiración solo si están a gusto allí donde se capacitan.
Experiencias de este tipo valen mucho la pena. Sobre todo, si se trata de un territorio aquejado por falta de personal que imparta clases y moldee caracteres; lastrado por el éxodo de preceptores y donde las fórmulas alternativas no se han constituido jamás en sustitutas de lo que debería ser regla. Sobre todo, si se plantea como imperativo esa idea del propio Roberto Morales Ojeda: que no haya ningún aula sin maestro.
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