Pocos seres humanos pueden reencontrarse con su niñez siendo adultos; sin embargo, Elienis Corrales González disfruta de lunes a jueves su regreso a la infancia.
Ni máquina del tiempo, ni hipnosis, esta estudiante de Cultura Física de la Universidad de Sancti Spíritus José Martí (UNISS) siembra de cuatro a seis de la tarde la semilla que un día en ella germinó.
“Practiqué gimnasia rítmica desde los seis hasta los 13 años, y ahora tengo 10 niñas a las que le enseño como mismo me enseñaron a mí”, confiesa cuando Escambray la interroga sin previo aviso.
No hay casualidades cuando de jóvenes universitarios se trata, y sí agradecimiento al saberse parte de un camino infinito hacia el conocimiento y la superación, mas con sensibilidad. “Sabía algo de la práctica, pero ahora me han llevado a profundizar”, expresa conforme por haber enlazado la pasión de su niñez cual aro con la profesión que la hará licenciada gracias al Curso Regular Diurno.
Dueña de la instrucción que ganó durante los años de adiestramiento deportivo, Elienis guardó algunas piruetas en su pensamiento y siguió soñando con cintas y pelotas, por eso no hay misterios cuando su voz suave corrige con precisión el movimiento de manos y piernas pequeñas en el espacio donde encontró el complemento para su vida de estudiante, en el combinado Owen Blandino, del municipio de Cabaiguán.
Y brilla el convencimiento en los ojos de la muchacha que ya cursa el quinto año: “Cuando me gradúe me voy a dia del estudiante quedar allí”.
Caminando por los pasillos de la sede central de la UNISS uno constata —como para que se despeje cualquier duda si existe— que los jóvenes universitarios son diferentes, quizás como los colores del arcoíris, pero como el arco de este apuntan hacia un mismo y sabio objetivo.
Desde septiembre de 2018, Ana Leidys Toledo Ortiz recesa su dedicación de madre todos los viernes para cumplir la promesa que se hizo en los días más tristes de su adolescencia.
“Yo siempre dije que iba a ser profesora de deporte, pero cuando mi abuela sufrió el infarto cerebral vi cómo le daban la fisioterapia, cómo la ayudaban a recuperarse y descubrí que eso también me gustaba mucho”, evocó la joven de Trinidad que recién comenzó a estudiar Cultura Física en la casa de altos estudios gracias a la modalidad de curso por encuentro.
Pero ya en aquel entonces se ajustaba el cinturón del kárate en su cintura, porque quiso aprender algo nuevo que además le servía para defenderse, y al interior de su familia representaba la continuidad del camino paterno, competidor en lides nacionales de esa disciplina y de judo.
Ana obtuvo el cinturón azul y dijo adiós al kimono para aprovechar al máximo los tres años de bachillerato en el Instituto Preuniversitario Eduardo García Delgado, y acaso comenzó su carrera de mamá antes de retomar la vocación que siempre alimentó.
Con la seguridad y confianza que cultivan sus profesores en ella, la muchacha de 19 años afirma: “Me desarrollo muy bien en las asignaturas y la que más me gusta es análisis de datos, porque es una herramienta principal para el deporte”.
Confiada en que su pequeña hija está bien cuidada por sus padres, la joven ha aprendido a dominar las estadísticas, y acerca de lo que permiten definió: “Con esos resultados uno puede tener más claro el nivel en que se encuentran los estudiantes después que realizan una prueba de eficiencia física o en el deporte”.
Dos historias escogidas al azar pudieran servir como una especie de radiografía para escudriñar en la fibra humana de los muchachos universitarios. Un roce apenas que nos invita a apreciar cómo la gratitud encauza por camino similares y cómo se afincan a sus raíces estas jóvenes cubanas para crecer.
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