De burdos, estrambóticos y pérfidos pueden ser calificados los pretextos esgrimidos por la administración de Donald Trump para sabotear o incumplir los acuerdos que en el terreno migratorio han suscrito Cuba y los Estados Unidos en las últimas décadas.
Sus más recientes iniciativas a partir de la esbozada patraña de los ataques sónicos contra personal diplomático estadounidense en La Habana, supuestamente ocurridos el pasado año, llevan el sello de lo irracional y virtual porque desafían la lógica y los resultados científicos de las investigaciones llevadas a efecto por expertos de los dos países, que no encontraron una causa objetiva ni prueba alguna de que tales ataques hayan tenido lugar.
Lo grave, lo preocupante, es que sobre bases tan inestables por gelatinosas se erija toda una política hacia la vecina antillana del imperio, que busca hacer retroceder de un plumazo todo lo avanzado en materia migratoria desde el restablecimiento de relaciones entre las dos naciones, durante el gobierno de Barack Obama.
Lo que está ocurriendo, sin embargo, es coherente con las intenciones expresadas en el memorando presidencial de junio de 2017, cuando el mandatario de la Casa Blanca manifestó claramente su intención de retrotraer las tratativas con Cuba a los peores tiempos de la guerra fría y se reunió con la fauna cavernícola de Miami en el teatro Manuel Artime (*), de esa urbe floridana, en feroz aquelarre anticubano.
También es inherente a esa política el nombramiento de cubanoamericanos en altos cargos vinculados a las relaciones con Cuba y otras naciones de la región latinoamericana y caribeña, como Marco Rubio, exadversario de Trump por el partido republicano cuando pugnaban por la candidatura a la presidencia, y furibundo opositor al mejoramiento de las relaciones con la patria de sus padres.
Entre las medidas anunciadas entonces por Trump sobresalen en primer lugar, las que afectan los viajes en los dos sentidos, prohibiendo a los norteamericanos, salvo excepciones muy puntuales, los viajes a la patria de Martí, mientras están autorizados a visitar Rusia, China y hasta Corea del Norte, así como naciones donde existen serios conflictos internos.
Viene aquí uno de los mayores ejemplos de dislate jamás imaginados en el campo de la diplomacia, cuando se conoce que, como parte de esas medidas, se exige a los cubanos que para viajar a Estados Unidos deben trasladarse primero a un tercer país como Colombia, y luego Guyana, y ahora también México, para realizar los trámites relativos a la obtención de visa.
Entonces, los presuntos emigrantes, o turistas, o ciudadanos en plan de reunificación familiar deberán pagar un caro pasaje de avión de ida y vuelta a otro destino, sin garantía alguna de ser finalmente aprobados para dirigirse a Estados Unidos. Es como si tuvieran que vencer los 12 trabajos de Hércules para ser recibidos, lo que le recuerda a este redactor un cuento de su infancia donde para ser aceptado en determinado club había que tener cumplidos los 70 años e ir acompañado de un abuelo.
Sin embargo, el actual mandatario imagina que puede hacer creer a alguien que no ha cerrado la puerta del todo, aunque para algunos analistas resulta notorio que está siguiendo un guion según el cual Estados Unidos incumplirá ampliamente su compromiso de conceder 20 000 visas anuales a ciudadanos cubanos con el siniestro propósito de revivir la emigración ilegal, pues en el 2017 las salidas ilícitas se redujeron en un 90 por ciento. Si él logra su propósito, podría surgir una nueva crisis de los balseros y entonces contaría con un pretexto adicional para concentrar sus ataques sobre Cuba.
Por lo pronto ya ha habido quejas de la isla de que la parte norteamericana no está aplicando plenamente lo acordado en relación con el tráfico de personas, pues a ciertos individuos que se dedican a ese comercio infame se les ha tolerado y hasta pasado la mano del otro lado del Estrecho de la Florida y algunos de quienes intentan llegar de manera ilegal a territorio de la Unión no están siendo devueltos, lo que demuestra un doble rasero.
Otra vertiente del tema migratorio es el cambio de tendencia experimentado en los últimos años, cuando, debido a la creciente estabilidad interna en Cuba, la mejora de sus índices de progreso y la crisis económica en Estados Unidos, un número notable de cubanos residentes en la potencia norteña optan por regresar definitivamente a su país de origen.
En ello ha influido palmariamente la actualización de la legislación migratoria cubana, sobre todo el Decreto-Ley 302 del 2013 (**), que hizo más fluidos los requisitos para viajar, tanto para los cubanos residentes en el archipiélago, como para los de la comunidad en el exterior, lo que ha redundado en una reducción sustancial del número de salidas definitivas.
Según estadísticas al respecto, en el 2016 regresaron para residir permanentemente en su patria 14 000 cubanos que vivían en el exterior, principalmente en Estados Unidos, cifra que supera el total de los tres años precedentes, lo que representa un 300 por ciento de incremento en menos de un lustro.
De acuerdo con el politólogo Salim Lamrani, del 2013 al 2016 más de 630 000 cubanos realizaron al menos un viaje a otros países, y de ellos el 78 por ciento lo hizo por primera vez, con el detalle de que solo el 9 por ciento decidió quedarse en el exterior. Esa es la realidad que, con el cuchillo de la agresividad en la boca, el abominable hombre de la Casa Blanca intenta revertir.
(*) Manuel Artime Buesa: desertor de un plan agrícola en Oriente, sustrajo una importante cantidad de dinero y se refugió en una embajada. Vino en abril de 1961 como jefe civil de la invasión mercenaria.
(**) La flexibilización del 2013 en el terreno migratorio fue ampliada en el 2016 y 2017.
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