Parecía que había vivido todo, o casi todo; que lo no vivido ya lo había escuchado. Presumía de haberme impregnado del olor a plomo en las noches interminables de revisiones, o de espera de materiales que en pocas horas saldrían a la calle convertidos en textos casi mojados de tinta negra y verde; o negra y roja, según la etapa.
Pero no. Al cabo de casi 40 años de aquella aventura, en la que se enrolaron los más impensados protagonistas, la historia reemergió con nuevos bríos y matices. Reunidos en el pequeño salón que Escambray habilitó donde décadas atrás nos sentábamos a escribir los reporteros —o una parte de ellos, porque al principio hubo dos salones—, fundadores del órgano de prensa volvieron a trasladar desde lejanos lugares de la isla las piezas que compondrían las viejas máquinas de la rotativa y las habilitaron para el uso.
Hicieron más: resucitaron los preparativos, editoriales o no, y las búsquedas de personas que pudieran emprender esta o la otra empresa. Como resultado de todo ello, nuevamente parieron el reto que había puesto ante muchos Joaquín Bernal Camero, el entonces primer secretario del Partido de la nueva provincia de Sancti Spíritus, quien había sido categórico al afirmar: “Sin periódico no hay provincia”.
En voz de los protagonistas de aventuras y desventuras de aquellos tiempos iniciales se escucharon las historias. Ana Margarita González, quien viajó desde la Habana, donde labora desde hace décadas, volvió a ser la muchacha que puso a un lado su destino en el mundo de las ciencias para adentrarse en el de las letras, sin que le temblara el pulso. Miguel Baguet, Deivy y Pancho Aquino, Aldo Quintanilla, Juan Portal, Raúl García, Luis Rey Yero, Israel Hernández, Juana Acosta y otros iniciadores, revelaron pasajes de cuando fue preciso aprender a aprender para que, luego de pruebas en que nunca salían las cuatro páginas porque alguna rotura lo impedía, el periódico llegara a los estanquillos como si no hubiera sido ensayado en seco durante meses y más meses.
Del primer medio de transporte, que apenas resolvía; del primer café, hecho en casa del fotograbador que vivía junto al taller contiguo a la editora; de coberturas sin aseguramiento; de incomprensiones a las primeras críticas y de apoyo incondicional del Partido, que era, a fin de cuentas, quien había lanzado la idea de fundar el medio, se habló por espacio de dos horas. Y aún quedaron relatos en el tintero.
Jóvenes y veteranos se vieron las caras. Algunos, por primera vez. Los más nuevos supieron que las fotografías no siempre pasaron del papel impreso al papel gaceta, sino que antes fueron figuras cuadriformes de metal. Los mayores se actualizaron sobre lo que pasó desde que ya no están ligados al quehacer de la publicación. Todos ganaron. Y atentos al recuento permanecieron varios de quienes fungieron como directores en un momento u otro, mencionados en este o en aquel relato.
En los que estamos hoy, con más o menos experiencia en las lides de informar, explicar con análisis, orientar y hacerse eco de asuntos remitidos por quienes nos leen, y en los que fueron parte de la aventura que sigue siendo nuestro periódico provincial, quedó la satisfacción por el reencuentro. Muchos no vivieron para contar la historia hasta hoy y por ellos, al comienzo de la cita, fue guardado un minuto de silencio. Todos quedarán en el recuerdo, cada cual con su aporte decisivo en una obra inédita: armar un periódico en una provincia de la que se decía no generaba noticias suficientes como para llenar cuatro páginas.
Totalmente desconocido para quienes no integraban aún la nómina de aventureros, el que tiempo después vería la luz con su flamante olor a tinta, figura en la memoria de muchos de sus hacedores por la forma en que los conminaron a unirse a la obra: “Oye, ven conmigo para el periódico que estamos armándolo”.
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