Así se define la Mayor Anisdaly Enríquez Pérez, primera mujer perito de Sancti Spíritus e iniciadora de la especialidad de Biología Criminalística, frente en el que es reconocida a nivel nacional
Cuando te enfrentas a ella, con intenciones periodísticas, pronto reconoces que estás frente a una de esas personas decididas a realizar en su vida lo que se propone.
Y ella lo recuerda con más vehemencia, porque siendo una muchacha, flacucha, con lo de guajira bien enraizado, tuvo que dejar su Santa Lucía de siempre, “de donde jamás había salido”, para estudiar Biología en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, y no Estomatología, su carrera siempre deseada.
“La decisión me dio el primer alegrón de conocer de verdad el maravilloso mundo de la naturaleza que nos rodea, de los organismos que la componen. Comencé a penetrar una realidad desconocida en mi vida”, refiere con una alegría difícil de disimular detrás de sus vivarachos ojos y de su verbo tierno y certero.
“La posibilidad de ser bióloga me regalaba la fortuna de escrutar todo lo que hay más allá de una primera mirada, buscar hasta el más mínimo detalle, para llegar a los más novedoso, lo más interesante”, dice esta mujer, una profesional vencedora de los duros retos que la vida le impuso.
Las tantas jornadas de prácticas de botánica en lo más intrincado de la Sierra Maestra, hacer vida de guerrilla en los litorales costeros y cayos de Santiago de Cuba y apoderarse de los secretos de la interacción de los elementos de la naturaleza entre sí y para la vida, fueron las primeras pruebas para aquella muchacha, a la que le quedaban, sin imaginarlo, muchas y complicadas batallas por vencer.
DESCUBRIMIENTO
No se siente tocada por la suerte, sentencia con una tranquilidad espantosa esta suerte de isleña, con el raro atributo de la rebeldía y la ternura, de una perseverancia admirable, cuando se le menciona el hecho de haber llegado a los servicios de Criminalística de Sancti Spíritus.
Menciona un nombre y un hombre, el hoy teniente coronel Emilio Martín, o mejor, el Químico, como le llaman sus colegas. Y refiere la suerte de una universidad como la de Oriente, exigente en las prácticas de producción de sus alumnos.
“En tercer y cuarto años me ubican en el Laboratorio de Criminalística, donde centramos el trabajo en el estudio de plantas tóxicas y medicinales. Fue un primer y determinante estímulo que me hacía soñar en cómo implicar mi especialidad con la Criminalística”.
Mira a lo lejos en el tiempo. No puede evitar la humedad en sus ojos, que redescubren las festivas escenas de la graduación y la inquietante noticia de comenzar su vida profesional en la Estación Experimental del Tabaco de Cabaiguán en 1992.
“Cuando llego allí, sin un biólogo en quien sostenerme, con apoyo limitado y sin saber qué hacer, pensé que el mundo me caía encima. Pero con lo de guajira perseverante de por medio, me dije: Anisdaly, pelea por lo que tú quieres hacer y sin pestañar me fui hasta la delegación del Minint.
“Pedí una entrevista con el coronel Severino Ruiz, en aquel entonces jefe de la Policía, institución rectora de la Criminalística en esos momentos y de un tirón le dije, con mi currículo en la mano: es aquí donde quiero trabajar, sé que no hay plazas y que no gusta la idea de una mujer como perito, pero es mi deseo profesional”.
La mirada de Severino recorre cada palmo de la oficina. Mira una y otra vez a la muchacha, bien plantada en sus propósitos. Pone su mano derecha sobre el hombro de la joven y acepta, recordándole que, en lo adelante, crecer entre hombres peritos y demostrar todo cuanto puede hacer una mujer en ese mundo sería su reto.
De inmediato la muchacha ancla en Santa Clara y es una alumna más del curso de peritos. La dicha le pone enfrente, como profesor, al entonces capitán Jesús Hernández Arias, el fundador de la Biología Criminalística en Cuba, “quien me llenó de conocimientos, me regaló incontables experiencias, me ofreció una confianza ilimitada y un consejo imprescindible. Trata de subir por tu propio peso —me dijo—, no dependas nunca del hombro de alguien”, recuerda Anisdaly.
Y con ese soporte la guajirita de Santa Lucía emprendió el camino, escabroso en retos, en estudios y en dedicación hasta el ya lejano 1993, cuando entra de nuevo al Laboratorio de Criminalística, ya como un perito de su plantilla.
Cierra los ojos, como quien busca detalles en lo más profundo de la memoria. Revela el nombre del teniente Jesús Méndez Rodríguez, su primer y fiel compañero de labores hasta 1997, cuando ya rezaba como la primera y única perito en el campo de la Biología.
“El debut se las trajo: asesinato en una prisión, sitio donde jamás había puesto un pie, ambiente difícil, miradas con intenciones variadas. Pero me ajusté el pantalón y vencí esa primera prueba”, recuerda.
“Casi sin terminar ese primer informe de caso me asignan investigar un hecho de lesiones graves en mi terruño natal; aquello se complicó, pero también salí airosa en lo que sería mi segundo examen. Con ellos ya estaba sacudida de espantos y me sentí muy segura”, especifica.
BUENAVENTURA EN TIEMPOS DE LIMITACIONES
El período especial, aquella época de los años 90 de la pasada centuria, donde comenzaba a faltar de casi todo, con sus secuelas en el actuar de la sociedad, le abre a Anisdaly otro reto, salpicado por la huella de reactivos y material de trabajo que se esfumaban y no aparecían por ningún lado.
“Tuvimos que potenciar la investigación con la experiencia de todos como materia prima vital y estudiar y aprender con los propios golpes de los nuevos delitos que florecían.
“De la noche a la mañana la provincia se vio golpeada en toda su geografía por el hurto y sacrificio de ganado mayor, el suceso predominante, que me impulsó a enriquecer mis conocimientos de botánica.
“En 1996 me veo en el Laboratorio Central de Criminalística, con la doctora Rebeca Tablada, para empaparme con los misterios de la Botánica Forense. Ahí se prende de nuevo el mechón de la superación y comienzo una maestría en Sistemática de Plantas Superiores, en el Jardín Botánico Nacional”, rememora.
Por aquel entonces su historial sumaba años de un tratamiento de infertilidad en busca de un hijo, que trajo la feliz noticia del embarazo cuando estaba en los ajetreos de la tesis de maestría.
“Estaba más sola que el Morro, allá por La Habana, con tremenda barriga, pero no podía flaquear a esa hora. Termino la maestría en el 2004, con mi niña pequeña, que prácticamente crió en los primeros momentos mi mamá, en Santa Lucía.
“El extra que tiene el guajiro por dentro me había posibilitado asumir con resultados responsabilidades en la Unión de Jóvenes Comunistas en el Minint. Allí pude estrechar la mano de Fidel, un hecho que marca mi vida. En 1998 fui delegada al VII Congreso de esa organización y un año más tarde expongo mis incipientes experiencias investigativas en la Conferencia Nacional de las Brigadas Técnicas Juveniles”.
A la nueva centuria le entró con un arsenal de conocimientos, deseos multiplicados seguir aprendiendo, de trabajar y de enseñar, cuando demostraba a diario que una mujer, en la Criminalística hace tanto o más que cualquiera.
En el 2006, por los resultados de su quehacer, asume la responsabilidad de estar en el grupo de aseguramiento, de la XIV Cumbre del Movimiento de Países No Alineados. Seis años después le asignan una misión en Angola.
¿Qué te aportó?, inquiero.
“Llegué allí para ayudar en la formación de peritos y a impartir docencia a estudiantes de Derecho. Desde el primer momento me impactó la abrumadora tecnología de punta que los colegas de allá poseían para trabajar; me metí en ese mundo y demostré cómo los conocimientos, habilidades y los procedimientos de nuestros criminalistas eran el complemento imprescindible para que tanta técnica fuera eficiente.
“Fue una contienda a conocimiento puro, para demostrarles a ellos el porqué de cada cosa y, sobre todo, la valía de contar con especialistas avezados en el trabajo en el lugar de los hechos”, enfatiza.
¿Enseñanzas de esa misión?
“Desde allí aprendí a amar mucho más a Cuba y a nuestra gente y a convencerme de la fortaleza de nuestros servicios de criminalística.
“Mi primer 31 de diciembre en Luanda, después de una carta llamada a mi familia, escuché el Himno Nacional; lloré ,pero me dejó una fuerza y una energía indescriptibles. Esto, y el apretón de manos de Fidel, me regalaron una fortaleza a prueba contra cualquier tipo de derrumbe”.
Le satisface ser hoy una especialista integral, esclarecer los casos que le llegan, enseñar, contar con una familia admirable y con un grupo de amigos imprescindibles. Manifiesta que en la entrega está el secreto de los resultados y respira tranquila al ver la cantidad de muchachas que hoy son peritos, con un caudal de talento.
“Soy una de las tantas mujeres cubanas dedicadas a prepararse siempre para cumplir bien su responsabilidad sin miedo a los retos que el camino me imponga”, concluye la Máster en Ciencias Botánicas Anisdaly Enríquez Pérez, distinguida en 1999 con la condecoración Abel Santamaría y con las medallas por V y X años de servicio en las filas del Ministerio del Interior.
Felicidades a Any, de un colega y amigo!!! Sobran las palabras.
Felicidades Oscarito por tan bonito trabajo, por sacar a la luz la labor que realizan las espirituanas en las diferentes esferas. Y muchas felicidades a esta gran mujer q no miro atrás y contra viento y marea se lanzó para alcanzar su sueño . Esas, son las imprescindibles, las que siempre estarán ahí brindando lo mejor de ellas a cambio de nada. Un beso grande a ella por mantener bien en alto a nuestro terruño .Un beso desde Tenerife. Canarias.