Aunque algunos puedan suponer que a un mandatario reelegido como Nicolás Maduro se le facilita la tarea por aquello de que se trata solo de continuar lo ya emprendido, nada más lejos de la verdad en el caso de Venezuela, donde el pueblo pide a gritos medidas y acciones urgentes que mejoren sus condiciones de vida, en un país caotizado por la conjunción de la guerra económica y política interna y externa, de la cual es víctima.
En medio de nuevas y duras sanciones económicas adoptadas por el gobierno de Donald Trump contra la patria del Libertador, se acaba de realizar en Washington la asamblea extraordinaria de la OEA para desconocer oficialmente el reciente proceso eleccionario desarrollado en el país suramericano —el cual catalogan de ilegal—, y, de paso, decretar la expulsión de Caracas de ese Ministerio de Colonias yanqui, como lo llamó en su momento el cubano Raúl Roa García, Canciller de la Dignidad.
Más allá de la bajeza moral de ese cónclave, que actuó sin legitimidad alguna, toda vez que la propia Venezuela presentó hace meses su decisión de abandonar al desprestigiado organismo con sede en Washington, el circo romano armado en la capital del Imperio obedeció a la intención de potenciar al máximo la concertación contra le país morocho, sancionada por los votos de 19 de sus 33 estados miembros, lo que puede dar paso a la vía militar, opción que el propio Trump ha reiterado que está sobre la mesa.
El punto actual radica en que en este segundo mandato de Maduro, reconocido a regañadientes —aunque de forma indirecta— por la actual administración estadounidense cuando tuvo que negociar la devolución de su espía Joshua Holt por medio del republicano Bob Corker, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, tiene que ser, en esencia, distinto y muy superior en realizaciones al primero.
Como expresó el politólogo argentino Atilio Borón en su artículo “Las tareas inmediatas” —Página 12—: “Sería suicida ignorar que las penurias que está sufriendo la población venezolana tienen un límite (…) El Gobierno, con el poder que acumula en sus manos, tiene que actuar sin más dilaciones en dos frentes: el político, para resistir una nueva e inminente arremetida del Imperio, que puede llegar a ser violenta y que para desbaratarla será necesario profundizar la organización y concientización del campo popular. Y en el frente económico, para resolver los problemas del desabastecimiento, la carestía, el circulante y la inflación”.
De otro lado el intelectual bolivariano Luis Britto ha planteado que “cuando el Gobierno se muestra incapaz de atender las demandas de los gobernados, la crisis económica y social deviene crisis política”.
Por su parte, el cientista político y periodista uruguayo Aram Aharonian recordó las palabras de Maduro ante la Asamblea Nacional Constituyente, cuando expresó: “Vengo con el espíritu del futuro, de la construcción de lo nuevo. Venezuela necesita un nuevo comienzo en revolución, con revolución y para hacer revolución, escuchemos bien el clamor del pueblo y también sus silencios —el 54 por ciento no ejerció el voto—, aprendamos a escuchar los silencios y el clamor del pueblo”, sentenció.
Esto demuestra que el mandatario está consciente de la actual situación y de los retos que enfrenta, donde, aún con el amplio margen obtenido contra su más cercano contendiente, los algo más de 6 millones de sufragios obtenidos, significan 2 millones menos de votos que los alcanzados por el chavismo en sus momentos cumbres.
El análisis que necesariamente está obligado a hacer el nuevo gobierno venezolano en las presentes circunstancias debe priorizar medidas organizativas para hacer que el aparato productivo, saboteado por la oposición extremista rinda sus frutos, toda vez que muchas de las iniciativas anteriores emanadas de Miraflores no rindieron los dividendos esperados y otras, como las constantes elevaciones de salarios solo llevaron a una inflación descontrolada.
Con el barril de petróleo a cerca de 70 dólares y la tendencia al alza, importantes reservas de oro y el suministro eléctrico normalizado por las recientes lluvias, con el apoyo económico y político de China y Rusia y recientes convenios de inversiones con Turquía, la India y algunos países del mundo árabe, se crean las condiciones para iniciar un despegue donde deben prevalecer la voluntad política y la agudeza para definir prioridades.
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