Un círculo de niños y niñas rodea al personaje multicolor que les roba constantemente carcajadas. Saltan y cantan al unísono del sui géneris líder que en pocos minutos se convirtió en su mejor amigo. Ovaciones, constantes llamadas de atención para que repitiera el cuento, alegría por doquier… Así, resulta siempre cuando el payaso Galletica sube al escenario, de manera improvisada o no, y hace suyo el show.
“Es un personaje que tiene 13 años y es incoherente, atrevido, sin miedos; le gusta el chocolate. Lo creé para que los mayores también lo disfruten, por eso dialogo con ellos, interactúo. El clown es mi vida”, asegura el joven Ángel Ernesto López Hernández, quien lleva por dentro parte de lo que es Galletica, aunque confiesa que nunca come chocolate.
Despojado de saberes academicistas, este yayabero desde que conoció el mundo circense supo que ese era su entorno natural. Se ha nutrido de cuanta experiencia se ha encontrado en sus escasos 25 años de vida y de cada una ha sabido apropiarse de lecciones que hoy le permiten crecerse ante el público.
“Mis inicios en el mundo del arte comenzaron en la Enseñanza Primaria con obras danzarias. Luego, estuve en el proyecto Haciendo futuro. También me nutrí de un taller de artes escénicas que impartió Roger Fariñas en el Teatro Principal, el cual me permitió llegar al Conjunto Artístico Comunitario Korimakao, verdadera escuela en plena Ciénaga de Zapata. Más tarde, me enrolé en el proyecto circense Buscando sonrisas. Precisamente ahí aprendí varias especialidades como acrobacia con taburete, utilizar la candela y el látigo y a manejar monociclo”, rememora el artista.
El número de acrobacia con taburetes, precisamente, ha sido uno de los más aplaudidos durante la cruzada teatral Por la ruta del Che. ¿Por qué involucrarte en esa especialidad, si ya tenías a Galletica?
El número del taburete lo vi, por vez primera, en la televisión, pero solo con cuatro. Como me gusta el peligro y desafiar las alturas, comencé a montarlo, pero siempre con el ánimo de que fueran más. Hoy lo hago con siete; es decir, subo cerca de 4 metros y sin medios de seguridad. Pudieran ser más, pero para ello habría que tenerlos preparados y no como los utilizo, que llego a una comunidad y los pido, sin saber bien sus condiciones. Por eso, no puedo sobrepasar los 60 kilogramos de peso y realizo ejercicios físicos. A las personas les encanta el número.
Y si de desafiar lo cotidiano se habla, dominas perfectamente un monociclo.
Un día un amigo me mostró uno y cuando llegué a la casa le dije a mi madre: me haré un monociclo. Busqué algunas piezas, compré otras y se las llevé a un tornero. Le expliqué dónde iba cada una y, luego de pasar mucho trabajo salió mi primer monociclo criollo. Después me hice otro y ya me he comprado dos más. Con el primero me puse todas las tardes en la calle a aprender a dominarlo. Recorría 2 metros y me creía que ya aquello era mío y, nada, volvía de cero. Tú crees que te vas a caer con facilidad, pero siempre el instinto te permite poner los pies. Después, aprendí a saltar, bailar suiza, hacer malabres, todo sin dejar de rodar.
¿Cómo surge entonces la idea de implantar el récord de conducir a ciegas?
“Cuando conocí a Aliet Pérez Martínez, quien rompió el récord mundial en conducción a ciegas de una motocicleta sin sidecar, le comenté que haría lo mismo, pero con el monociclo. Incluso el mismo Aliet me dijo que sería imposible y ya lo demostré”.
Precisamente, el pasado domingo 18 de agosto, Ángel Ernesto López Hernández impuso ese récord mundial, sin precedentes reconocidos, al recorrer 3 kilómetros durante 13 minutos y 35 segundos por parte del corazón de la urbe del Yayabo.
Ese suceso mantuvo en vilo a no pocas personas que siguieron el recorrido desde la fuente del Paseo Norte hasta la calle Garaita, y bajar hasta el parque Serafín Sánchez, al que le dio una vuelta y culminó en frente de la Casa de Cultura Osvaldo Mursulí.
“Para el venidero 5 de octubre se ha previsto que conduzca 5 kilómetros para que una comisión evalúe cómo lo hago. Para ello sí utilizaremos la Carretera Central, lo que implica que, aunque más recto, me castigue sobremanera el sol”, asegura.
¿No te interesa realizarlo en La Habana u otra ciudad más populosa?
No tengo nada que hacer fuera de aquí. Soy espirituano y aquí me debo. Si me dicen que me llevan para La Habana a trabajar en un teatro u otro centro, digo que no.
Como integrante de las cruzadas teatrales, ¿qué te ha aportado recorrer localidades de tan difícil acceso?
Lo que soy se lo debo a ello. Es increíble lo que uno ve cuando se va a esos lugares. He estado en sitios donde las personas mayores me han dicho: “Es la primera vez que he visto a un payaso” y eso me da una satisfacción que no es comparable con nada.
¿Qué anhelos tienes como profesional?
Tengo facilidades para domar animales. Ya tuve un perro que sabía contar, diferenciar banderas, billetes, colores… Le pedí al Consejo de las Artes Escénicas, donde trabajo como aficionado desde hace tres años, un mono para enseñarle a hacer cosas, pero no hay nadie que lo tenga acá. Cuando fuimos al zoológico, de las especies existentes, puedo utilizar al macaco, pero estaba en etapa reproductiva, por lo que debo esperar. Ojalá se pueda concretar esa idea. Además, quisiera entrar al mundo profesional con Galletica, ya que como payaso puedo hacer el resto de las manifestaciones circenses: equilibrismo, fuego, domador de animales…
¿Cómo te ves en un futuro?
No miro el futuro, solo vivo el día a día.
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