El escepticismo no se aparta de cada rostro o conversación de sus moradores, pero la capital de Argelia se resiste a sucumbir a la agitación política de los últimos viernes y por ello presume diariamente de insospechada vitalidad.
La crisis desatada desde el 22 de febrero, cuando en las
calles se rechazó el anuncio del presidente Abdelaziz Bouteflika de aspirar a
un quinto mandato consecutivo (decisión que luego declinó), tiene sus efectos
en todo el país, pero se palpa con inocultable nitidez en Argel, epicentro de
las protestas.
Despliegue inusual de policías y carros antidisturbios, desvíos ocasionales de
la circulación vial y grupos gremiales o políticos con sus reivindicaciones en
distintas zonas de la ciudad, corroboran que esta nación no vive precisamente
la mejor época post-independencia.
Sin embargo, cada amanecer Amin Hidi abre su puesto de expendio de kebabs, shawarmas (bocadillos típicos en países árabes por lo general elaborados con pan de pita, salsas, verduras y carne) y pizzas en inmediaciones de la Grande Poste, un emblemático edificio de correos del centro de la capital.
‘Quiero también el cambio del sistema, que él (el
presidente) y sus ministros renuncien y den paso a gente nueva, pero hay que
alimentar a la familia, no podemos parar, hay que trabajar’, comentó a esta
agencia mientras levantaba la puerta metálica de su negocio para iniciar la
faena.
Como Hidi, piensa casi la totalidad de dueños y empleados de cafeterías,
restaurantes, tiendas y otros establecimientos, incluidos los vendedores
ambulantes o instalados en improvisados quioscos que intentan hacer ‘su marzo’
aprovechando el incesante vaivén de argelinos por la urbe.
La Grande Poste, un hermoso edificio de color predominantemente blanco y estilo
neo-morisco que data de 1910, era la sede principal de correos de Argelia, pero
hace años alberga el museo dedicado a historia de esa labor y en los días que
corren es un punto neurálgico de las movilizaciones.
Mientras estudiantes, abogados, académicos o sindicalistas
alzan voces y pancartas reivindicativas desde las escaleras frontales de ese inmueble,
en la explanada contigua se erigen carpas para la venta de ropas, bisutería,
sandalias, carteras y cuanto artículo artesanal típico pueda imaginarse.
A la par, un humeante café -expresso o ‘turco’ (estilo muy consumido entre los
árabes)- avisa al transeúnte que hay donde sentarse para reponer fuerzas y
mitigar la fría brisa que sube con aromas de mar desde el puerto de Argel,
apenas unos metros hacia abajo.
En un espacio del parque (aquí le llaman jardín) Khemisti, apicultores y
vendedores asociados a éstos expenden miel de abeja ‘para endulzar la vida,
mucho más ahora’, bromea uno de ellos con el potencial cliente, mientras en
otras mesas pueden obtenerse títulos de libros en árabe y francés.
Cuando el transeúnte logra sortear el enjambre de autos que
transitan por esa zona del antiguo barrio europeo de Argel, tropieza con
quienes tratan de llevar dinero al bolsillo -y de paso brindar algo de fruición
básicamente a niños y mujeres- con el expendio de peces ornamentales, rosas y
otras flores.
La pericia comercial permite a Ahmad convencer a una madre para que satisfaga
el antojo de un niño por un llamativo goldfish, o a Mohammad señalar con su
dedo índice hacia el cielo e invocar a su Dios Allah tras haber vendido su
primer pantalón del día en una tienda más exclusiva.
Son rutinas de una metrópoli apacible que, sin embargo, ya hace cuenta
regresiva para ver un mar de pueblo volver el viernes a la calle Didouche
Mourad y concentrarse en la Grande Poste para exigir el ‘cambio radical’ del
sistema, pero mientras tanto -insistía Amin Hidi- ‘la vida sigue’.
EN HONOR A LA VERDAD LOS MANDATOS DE BOUTEFLIKA, CON INDEPENDENCIA DE SU PAPEL HISTÓRICO AL LADO DE BOUMEDIENE, SON DEMASIADOS.DEBE DAR PASO A OTRO.